Versos para Van Gogh
José Luis Marín Aranda
Grupo editorial Sial Pigmalión
Colección “Pigmalión Poesía”, nº 109
Prólogo de Francisco Gutiérrez Carbajo
Madrid, 2020; 184 páginas
Lo diré de entrada, y se me permitirá un prolijo aunque necesario recuento. Partiendo de la edición misma y su acabado, todo en este volumen resulta primoroso: el extenso y cuidado prólogo, lleno de erudición, debido al catedrático de Literatura Española Francisco Gutiérrez Carbajo; las citas elegidas de Gerardo Diego y Antonio Machado, que abundan en la plasticidad de la descripción minuciosa y el cromatismo en ningún caso gratuito sino trascendente; los dos fragmentos entresacados de sendas cartas dirigidas por Vincent van Gogh a sus hermanos Theo y Wilhelmina –y los otros muchos pasajes, pertenecientes a dicha correspondencia celebérrima, que irán poblando las subsiguientes páginas-; las palabras introductorias escritas por el autor del libro, el poeta y pintor José Luis Marín Aranda (Algeciras, Cádiz, 1946); su selección de sesenta cuadros de Van Gogh, en el 130º aniversario del óbito del gran artista holandés –circunstancia que, en 2020, propició todo este homenaje-; los comentarios, con sus respectivas fichas técnicas, que acompañan a cada una de las obras pictóricas; la posibilidad de poder ver dichos cuadros, a través de un dispositivo móvil, gracias a los códigos QR anexos; las veintiuna ilustraciones –contando la de cubierta- del propio Marín Aranda, que recrean otros tantos hitos del artista de Zundert; y, por supuesto, y por encima de cualquier otra consideración, los poemas. Los sesenta poemas cuyos títulos, en todos los casos, coinciden con las denominaciones originales de los sesenta cuadros incluidos en la selección, lo que potencia su naturaleza textual de glosa lírica. Los versos para Van Gogh, en fin, que dan sentido a estos Versos para Van Gogh: un volumen primoroso, sí, y, por ello, tan en la línea de lo aportado hasta ahora por José Luis Marín Aranda al panorama de la cultura y la creación actuales.
Ya desde Las raíces del tiempo (De Torres Editores, 2014), el estilo tan grato de Marín Aranda quiso mostrar sus coordenadas constantes, además de las entrañables virtudes que han venido afianzándolas en la percepción del mapa poético. Como declaración estética de calado, el propio autor ha sostenido más de una vez su preferencia por “la racionalidad y la expresión rítmica y musical” frente a “supuestos que hay que descifrar”. Racionalidad y armonía formal frente a irracionalidad y más que probable desajuste, en definitiva. El patio amarillo (2017) y Aromas de otoño (2018), ambos libros publicados ya bajo el sello de Sial Pigmalión, nos han hablado también de un autor muy unido a la gran tradición lírica de nuestra lengua; de un autor cuya inclinación por la plasticidad descriptiva, la sencillez –que no simplicidad- del discurso, lo diáfano del idioma, así como por los hondos vasos comunicantes entre entorno e interioridad, le aproximan a la venerable herencia de don Antonio Machado. “Sorprende la magia / del campo que revive, / como al enamorado / asombra su misterio / de nuevas emociones”, leemos ahora en Versos para Van Gogh; libro de Marín Aranda que, en cierto modo, y por medio de la genial figura del atormentado Vincent, supone una especie de apogeo en su particular fusión de lo poético y lo pictórico. Un apogeo, sin duda, radicalmente objetivable.
“Los florecidos árboles / en las fértiles huertas, / los ojos siempre al viento / y un pincel en la mano predispuesta”. Valgan estos cuatro versos como ejemplo palmario de la forma en que el entorno, en que el paisaje, se halla en relación directa con los ojos que observan, y con el artístico impulso que lleva a darles nueva vida bajo el prisma de la subjetividad: algo en lo que Van Gogh fue un visionario y –quizá antes que cualquier otra cosa- un fascinante poeta del color. Con todo acierto, en el volumen se rescata una frase escrita por el pintor a su hermana Wilhelmina: “No sé si entenderás que pueda hacerse poesía únicamente mediante una buena disposición de los colores, al igual que es posible decir algo consolador a través de la música”. Ese universo de sutilezas es el que va captando y aprehendiendo Marín Aranda a lo largo de sus sesenta textos líricos, concebidos fundamentalmente en las confluencias del verso libre y el verso blanco, si bien no debe dejar de subrayarse la inclusión en estas páginas de cuatro sonetos y dos series de haikus –de ocho composiciones cada una- particularmente inspiradas (“Habla el paisaje / del pincel y la mano. / No pasa el tiempo”; “Campos de trigo, / reiterada obsesión. / Tragedia en julio”). Con una indeclinable capacidad para la síntesis –“Ganó la mano al arco iris / reflejando en colores su borrasca (…) / su brazo con la paleta / y un gran dolor en el alma”; “A ti, pintor del sol y de los cielos, / de la creación constante, apasionada. / ¿Quiénes querrán tocar tu sombra muerta?”-, José Luis Marín Aranda nos regala, en Versos para Van Gogh, una oportunidad para el deleite sensorial que ni oculta ni excluye las reflexiones trascendentes: “La mar, dimensión oculta / en la maraña del universo, / encuentro de la tierra y el agua, / freno y empuje de dos fuerzas / que se atraen, como el lienzo / y el pincel, como dos labios / que se enamoran en el beso / que les une”.