noviembre de 2024 - VIII Año

‘Sueños de nación’ de Elías Cohen

‘Sueños de nación’ de Elías Cohen:
utopía y distopía políticas en el siglo XXI

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El 8 de octubre de 2020, se presentó en el Ateneo de Madrid la novela de Elías Cohen, Sueños de Nación, publicada con el patrocinio de La Kaza Muestra (origen sefardí). La publicación de la novela de Elías Cohen, Sueños de Nación, que salió en marzo de 2020, ha constituido una de las novedades editoriales más estimulantes y atractivas en este auténtico año de la peste. Es una novela de anticipación, pues la acción está situada entre los años 2050 y 2060, y una auténtica distopía de alto interés, aparecida cuando han concluido los primeros veinte años de nuestro siglo XXI. La novela está encabezada por una frase, “¿Terminaremos teniendo una Teocracia?”, de T. Herzl (1860-1904), el padre espiritual del moderno Estado Judío, cita que justifica el argumento y algo desvela de la trama de esta magnífica obra.

La utopía es un género de la literatura política nacido en el Renacimiento. Su nombre procede del título de la primera de ellas, la novela Utopía, de Santo Tomás Moro (1478-1535), publicada en 1516. La palabra «utopía» fue inventada por Tomás Moro para denominar a una isla ideal imaginada. La creó a partir de dos palabras griegas «ou» (negación) y » τόπος (topos)» (lugar), es decir, «lugar que no existe». La obra es una ensoñación de su autor que imaginó una arcadia idílica e inalcanzable donde los ciudadanos viven en plena armonía. Y así, señalando lo maravilloso y extraño que había en Utopía y en sus habitantes, desvelaba la infamia y el error de las prácticas legales y sociales de la Inglaterra de principios del XVI. El Renacimiento y el Barroco, en los siglos XVI y XVII, vieron aparecer otras dos célebres utopías, la novela La Ciudad del Sol (1602), de Tomás Campanella (1568-1639), y la novela La Nueva Atlántida (1626), de Francis Bacon (1561-1626). La utopía se ha expresado literariamente mediante la novela. También lo ha hecho la distopía.

El género utopista alcanzó gran éxito en los siglos XVIII y XIX, y decayó en el siglo XX. El Siglo XVIII conoció algún otro gran título de las utopías, como Los Viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift (1667-1745), novela que incidía aún más en la crítica de la realidad social de su tiempo, de lo que lo habían hecho sus precedentes. En ese siglo se escribió también una utopía en España, La Sinapia, anónima, aunque fue atribuida inicialmente a Campomanes 1723-1802), el Ministro de Carlos III, por haber sido encontrada entre sus papeles.

También el siglo XVIII conoció una auténtica eclosión de novelas utópicas en Francia, donde se empezaron a abrir paso las “utopías comunistas”, que alcanzarían gran fama en el siglo XIX, como la novela Viaje a Icaria (1839), de Esteban Cabet (1788-1856). Pero las utopías, desde la primera, poseen un lado tenebroso, oscuro y terrible, en el que la libertad se destruye en favor de otros valores pretendidamente superiores, como la igualdad y la justicia social que, sin embargo, y como nos lo demuestra la historia, suelen perecer también en ausencia de libertad.

Quizá como reacción a los excesos cada vez más inquietantes del género utópico, cada vez más volcado a la exaltación de sistemas que, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, sólo podían calificarse de totalitarios, nacieron las primeras distopías. Esta palabra, “distopía”, se formó con las raíces griegas δυσ (dys), que significa ‘malo’, y τόπος, que significa lugar. Se creó como término opuesto a utopía, para designar un tipo de mundo futuro imaginario indeseable. La más antigua que yo conozco es la novela de H.G. Wells (1846-1846), La Máquina del Tiempo (1895). Pese a las simpatías socialistas de Wells, la novela, que ha sido llevada al cine en 1960 (protagonizada por Rod Taylor) y en 2002, pone en guardia contra las ensoñaciones igualitaristas de las “sociedades felices”, que él tuvo ocasión de conocer en el ambiente socialista, al ver los distintos y muy a menudo contrapuestos proyectos comunistas (anarquistas, socialistas, comunistas propiamente dichos, social-nacionalistas, etc.).

Pero las más famosas distopías, de las que todos hemos oído hablar, son tres grandes novelas del siglo XX. La más destacada quizá sea 1984 (1949), de George Orwell (1903-1950), y casi a su altura Un Mundo Feliz (1932), de Aldous Huxley (1894-1963), y Farenheit 451 (1953), de Ray Bradbury (1920-2012).  Obras todas ellas que incidieron en los temores ya expresados por Wells sobre el reverso tenebroso de los ideales de sociedad concebidos en el marco del paradigma comunista. Pero no fueron las únicas. Además, la literatura de ciencia ficción ha tenido también una fuerte orientación hacia la distopía. Pensemos en novelas como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de Philip K. Dick (1928-1982), que fue llevada al cine bajo el título de Blade Runner, de 1982, protagonizada por Harrison Ford, y que tuvo un gran éxito.

Sueños de Nación es una novela trepidante, de lectura realmente arrebatadora, más que amena, fácil. El armazón de las tramas que conforman y complementan el argumento, han exigido a su autor la creación de una gran cantidad de personajes, que están realmente bien construidos, sin fisuras. El policía Konigsberg, por ejemplo, es uno de los personajes quizá no centrales de la novela, pero no por eso menos trascendental, ni menos trabajado, que los principales protagonistas, como el malvado Strauss, la joven Sara, el rabino Kaplan, y la pareja central, Maya y Steven, sin olvidar a Walter (el hombre que era, o no, judío, dependiendo de a quien le preguntasen).

El planteamiento y el desarrollo de la trama principal ha obligado a Elías Cohen a abordar y combinar distintos géneros literarios, como los relatos de espionaje, policiacos, o la literatura de anticipación. De hecho, la novela se construye en torno a la resolución de un asesinato. Y la construcción material de la novela está verdaderamente muy bien realizada. Son 335 páginas distribuidas en 50 capítulos, que ofrecen la ventaja de poder leerlos separadamente en los escasos minutos que las obligaciones cotidianas nos dejan cada día.

Y, además, Elías Cohen también se ha tomado el trabajo de idear una “máquina”, como suele suceder en todas las distopías y, sobre todo, en los relatos de ciencia ficción. Una máquina de incalculable valor y prestaciones, el reloj saucer, un cachivache realmente futurista y grandioso. De modo que, al museo de los artefactos creados por los autores de relatos de anticipación, como la máquina del tiempo de Wells, o la pantalla interactiva de Orwell, o el teletransporte de Star Treck, etc., Cohen ha realizado una notable aportación con el reloj saucer.

Como también aporta la novela una abundante y valiosa información sobre los judíos de hoy en día, y no sólo los que viven en Israel, en cuanto a sus costumbres específicas, sus usos, algunas palabras y otros aspectos, que no siempre son bien conocidos por el gran público, incluso entre los que siguen y conocen mejor la realidad del mundo hebráico. Y tiene algunos guiños inolvidables para los lectores, especialmente para los más avezados, como la levísima y muy apropiada referencia a la famosa expresión Semper Fidelis, lema del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, con todo lo que significa.

Al igual que en las utopías se descubre siempre un lado oscuro de cuestionamiento, de postergación y, en definitiva, de negación de la libertad, en las distopías, por el contrario, hay siempre un hondo y apasionado entusiasmo por la libertad. Y, en este apartado, la novela de Elías Cohen tampoco defrauda. Si las distopías están hechas para cuestionar nuestro presente desde la realidad imaginada de un futuro indeseable, esta novela lo hace a conciencia y desde planteamientos que son una rotunda y firme defensa de la libertad y de la democracia, con todas sus imperfecciones. Unas imperfecciones, cuya descripción y crítica también conforma una importante parte del argumento. Un argumento del que espero no haber desvelado nada, porque quizá, lo mejor de la novela de Elías Cohen es precisamente eso: su argumento.

En suma, una obra que puede leerse como mero entretenimiento, y seguro que conseguirá entretener al lector, pero que tiene a mi juicio un valor muy superior como la primera distopía aparecida en este siglo XXI, con todo el complejo haz de reflexiones que suscita sobre la realidad de nuestras sociedades actuales, no sólo la israelí, y sobre sus posibles derivaciones futuras más indeseables.

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