Retrato de mi doble
Georgi Markov
Siruela, 2020
Decía Cunqueiro que el mejor método para referir (para referirse) a la realidad, es la fantasía. Él hablaba acerca de una realidad pensada con imaginación y poesía, aquella que puede revelar más en su aparente juego literario que no el tener que definir sin más que alguien, por ejemplo, transporta un cubo de residuos al vertedero (él acaso diría que ese alguien ‘transporta a un lugar apartado los restos del día todavía inacabados, los usos vencidos de la comida y la prosa de las cosas del quehacer’ queriendo expresar en ello un futuro deseado más de vida o recomposición, que no de muerte sin más) En fin. Algo que, dicho por él, alcanzaría al poco una forma de eternidad redentora. Nada que ver con la prosa vulgar de una realidad destructiva o descriptivo-consumista sin más
En el presente libro Markóv, con un ritmo tenso y dramatizado, dueño de un lenguaje tan sencillo como efectivo y haciendo uso de alusiones derivadas para interpretar lo que él entiende como realidad, su realidad, refiere algo esencial a mi entender: que el uso que hace de la mentira y en ocasiones el escarnio en los reportajes periodísticos que elabora como trabajo profesional, con ello no consigue al fin sino caer en su propia trampa, pues, en ese deliberado fake news que ejerce, más que alabado es utilizado hasta el momento en que su jefe, habiendo sacado de él todo el provecho ‘oficial’ que necesitaba, le aparte sin miramientos. ¿Tal vez él mismo, el propio Markov, ha quedado atrapado en lo que un día engendró, en lo personal, como una concepción presuntuosa y desafiante aquél al que él decía envidiar y admirar?: ‘No le preocupa lo más mínimo a qué país sirve ni qué causas o ideas promueve. Lo importante es ganar tantas batallas como sea posible’
El símil de su oscura realidad interior, a la vez, lo refuerza con la narración de una partida de póker donde, teóricamente, está aliado a un verdadero tahúr que le hará ganar no solo mucho dinero, sino obtenerlo de un enemigo despreciado por ambos. Sin embargo el engaño urdido resulta fallido, él pierde, y gana a cambio la sospecha –casi la convicción- de que su aparente pareja y el enemigo común estaban confabulados en su contra. Todo, pues, es un engaño.
Y ahora él, que cree como hombre siempre ha tenido motivos para sentir miedo, para sentirse apartado e incomprendido, lo único que desea como perdedor es cómo poder llegar a casa cuanto antes para poder decirle a su mujer -paciente siempre con sus caprichos, comprensiva-, que sí, que es él quien ha llegado y, con humilde desasosiego, contárselo todo, decirle lo que ha ocurrido en realidad en la última partida -a ella, que había mostrado una inteligente indiferencia hacia el dinero más allá del necesario para vivir- y hasta qué punto su sentimiento íntimo de derrota como individuo se ha visto acrecentado, alimentando con ello sus viejos temores de niño, sus pesadillas.
Tiene necesidad de llegar a casa para liberar toda su pena, para exponerle a su mujer su desconfianza en la actitud de los más próximos -para expresarle, de un modo indirecto, que la quiere. Se siente herido por el engaño y la traición y quiere obtener, acaso, no sólo comprensión, sino perdón.
Se echa a correr, quiere ser acogido cuanto antes por alguien que le ha escuchado siempre y no ha querido satisfacerse en sus desafíos cuando él se creía triunfador; cuando alardeaba de sus fechorías.
Corre, pero empieza poco a poco a dudar de sí, en verdad; ¿habrá ya, dada tanta sensación de derrota como siente, alguien en casa dispuesto a escucharle, a consolarle… Soledad de soledades!
Al parecer algún crítico ha querido ver-leer en este texto el fracaso y la decepción de quien, habiendo querido ser triunfador en un régimen dictatorial, al fin ha sido vilmente engañado por éste. En fin, tal vez quepa esto como una interpretación textual referido a una Bulgaria que sufrió un férrea dictadura, pero la lección viene dada, creo, por se, en cuanto a una fácil deducción: ay de aquél que, creyendo aprovecharse vilmente de una situación confusa y opresiva, ignora que en esa confusión pueda estar su derrota no ya como hombre libre, sino como hombre sin más!
Lo curioso es que su pareja en el póker le había dicho un día: ‘Qué es la vida sino una cadena interminable de maquinaciones de todos contra todos’ Y se lo había dicho cuando él, en sus maquinaciones de frustración personal, de hombre acosado por la soledad, por la amenaza inexcusable de la derrota, por la pesadilla de su propia insignificancia, había llegado a pensar: ‘¡Yo no soy nada de nada!¡Nada es nada!’