Madre
Manuel Juliá
Ediciones Hiperión, Madrid, 2021
152 páginas.
Madre es una obra dura y bella; torrencial y medida, que tal aparente contradicción se hace verbo en el estilo, siempre inteligentemente exuberante, de Manuel Juliá (Puertollano, Ciudad Real, 1954). Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, su labor periodística ha venido desarrollándose, no sólo pero de manera muy principal, en el género del artículo –al respecto, sus sabrosas columnas del diario “Marca” han marcado ya un hito reciente de brillantez en el periodismo deportivo español-, y esta dedicación constante ha forjado un decir donde la fluidez, la agilidad en los hallazgos, la apertura de referentes y una perspicacia discursiva sin fisuras constituyen señas de identidad gozosas. Tales virtudes son también las de su trabajo literario como ensayista y narrador, y, con los matices lógicos que la lírica fomenta –peso específico de la palabra, anhelo de durabilidad a través de la intensidad-, sin duda alguna impregnan igualmente sus creaciones en el ámbito de la poesía. Autor de dos interesantes volúmenes iniciales publicados por la Biblioteca de Autores y Temas Manchegos, De umbría (1998) y Sobre el volcán la flor (2009), la trayectoria poética de Manuel Juliá registró su punto de inflexión entre los años 2013 y 2015, con la salida de imprenta –un año tras otro dentro del lapso referido- de El sueño de la muerte, El sueño del amor y El sueño de la vida; todos bajo el sello de Hiperión, que, con acierto grande, reunió los tres trabajos –merecedores de buena acogida crítica y distinciones diversas- en la edición conjunta de Trilogía de los sueños (2018). Una tenaz preocupación metafísica –John Donne y los poetas metafísicos ingleses son confesada querencia del autor- se armonizaba bien allí con la imaginería fecunda tan propia de Juliá, y por supuesto con la articulación sistemática de sus inquietudes líricas. En este sentido, el noveno y último de los capítulos de la trilogía apostaba por un “final en el principio”, que a su vez suponía un “principio en el final”, al sustentarse en el duro episodio biográfico de la orfandad materna. No ha de extrañarnos en absoluto que todo aquel duelo sobrevenido precisase de un ulterior desarrollo: eso es, precisamente, lo que ha venido a cumplirse en Madre, el poemario más reciente de Manuel Juliá, de nuevo con Hiperión como casa editora.
“Escribo del amor a un recuerdo que quiere ser todo, de eso escribo”. Y tal anhelo totalizador tiene su correlato en la forma misma del discurso de Madre: textos como “Beso robado” ejemplifican a la perfección cómo el trabajo lingüístico desborda los versículos iniciales para acabar instalándose en la prosa poética. Más importante aún para el fondo del caso, en la página titulada “Reino oscuro” leemos: “Escribo de ti y sé que ya no escribo de la muerte”. Así, la memoria irá desenredando sus madejas ocultas, y, más allá del regreso a las estampas y los álbumes –“Cuánto esfuerzo y cuántos días y cuántos años para llenar este álbum de años muertos”-, lo hará como sólo lo permite el estado de gracia que la escritura poética puede llegar a otorgar si germina con auténtico impulso. Madre, además de duro y bello, es un libro inspirado, e intensos poemas como “Ofrenda de amor” lo prueban con creces. “Cuaderno de árboles” se antoja una impresionante composición (“Tengo el corazón lleno de vida, muerte, / y no voy a dejar que te lleves para siempre la memoria de este día”), y en el poema “Kaddish”, que toma por inspiración los versos de Allen Ginsberg, se desliza uno de los más certeros y feroces brochazos de evocación que recuerdo al hilo de la España de posguerra y la infamia nacional-católica: “…en esas clases del país envenenado, con la cruz clavada como un puñal en los corazones de la libertad”. La vertiente oscuramente tangible del ser humano encuentra formulaciones de gran efecto –“…un manuscrito de las sombras escrito en carne”-, mientras que las ocasionales referencias literarias se entrecruzan en el discurso con naturalidad catalizadora. “Viaje a Comala” es mucho más que un implícito homenaje al Pedro Páramo de Juan Rulfo, y la huella de García Lorca protagoniza, fermenta y enaltece un hallazgo digno de todo calor: “Mientras me hablaba la máquina Singer sonaba como una lira mecánica, y una bruma de vieja sangre se encendía en mí como puñales de ayer en la camisa de Antoñito el Camborio viajando por las calles”.
Si bien el sesgo narrativo se intensifica en textos como “El perdido”, y si bien otras figuras como la del padre adquieren especial relevancia –ojo a la escalofriante evocación que dibuja el poema “Cascabeles azules”- nada aparta en realidad del núcleo generador del libro: la superación de la pérdida evitando fáciles consuelos, subterfugios y malabares; la codificación de la idea de “madre” como “la más intensa fuerza del ser y la más hermosa expresión de la razón por la que el ser humano merece la pena”, en palabras aclaratorias del propio autor. “¡Aleluya!, se puede transformar el dolor en esperanza”. Y ello en virtud del poder de la poesía, que eleva y sitúa al “recuerdo invisible” por encima de la “ausencia visible”. Que anhela y celebra “la calma augusta del jazmín”, y convierte el color azul en “los ojos de Dios mirando a la tierra”. “Mañana será fiesta en nuestra memoria”: Manuel Juliá no duda en afirmarlo, convencido. Y nos convence.