Las nueve agujas del reloj
José Eduardo Mohedano Córdoba
Ilustraciones: Noel Viñas
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2020
258 páginas
Nos sorprende José Eduardo Mohedano en su opera prima, «Las nueve agujas del reloj», con su vocación de declarado discípulo de Bécquer, Lorca, Zorrilla y Lope, a los que ya en las primeras páginas de su libro reconoce como sus maestros de Literatura. Y digo sorprende por cuanto que en una época en la que los referentes han sido abolidos de los olimpos literarios de los nuevos poetas, sus obritas se amparan en clichés más o menos contraculturales/aculturales que dotan a sus versos de un feroz prosaísmo si no ya de un verbo decididamente errático y ramplón. Cierto es que la poesía actual, en todas sus manifestaciones, no se ciñe a escuelas o ismos como en el pasado y ello permite una riqueza de universos más amplia que la que ofrecían otras épocas. Pero también es cierto que hay una corriente peligrosa de vulgarización que amenaza con quedarse. El abandono de la métrica y la musicalidad que recogen las formas clásicas han ido quedando reducidas a vagos recuerdos. Por esto, libros como «Las nueve agujas del reloj», nos traen felices aires de nostalgia con inusitada vida. Esperemos que los más jóvenes redescubran estos valores a rescatar.
José Eduardo, en esa asumida tradición que le sirve de espejo en que se mira, se arropa desde el principio con los hábitos del cancionero y el romancero. Así emprende un viaje de ida y vuelta a través de las nueve musas/agujas y su inspiración sobre la esfera de un reloj imaginario que recorre con el aedo del libro en una suerte de maestro de ceremonias que es, entendemos, el alter ego del propio autor o el rapsoda que le da voz y ritmo. En esa sorpresa permanecemos instalados cuando avanzamos en la lectura y comprobamos que el autor/demiurgo bajo esa máscara, que inteligentemente acoge el sello editorial Vitruvio en su colección poética Covarrubias, nos acerca a una obra de clara estirpe teatral. Por ello, ahora los referentes de Lorca y Lope se vuelven, si cabe, aún más pertinentes. Diálogos y acotaciones escénicas sirven puntualmente a este abierto propósito. En un periplo que recuerda los de imperecederas obras de las Letras como «La Divina Comedia» o «La Eneida» el poeta nos lleva de la mano por diversos registros donde se conjuran desde el romanticismo de tintes eróticos hasta el clasicismo con los tópicos del inexorable paso del tiempo, que muy en consonancia ilustran los innumerables relojes «surrealistas» y «dalinianos» de Noel Viñas, pasando por la épica del Destino impregnado por el aroma delirante del Eros y el Tánatos. Y como coprotagonista, el autor en su papel de metteur en scène decide apelar a la misma Mnemosine, diosa de la memoria, para que dé testimonio de ese recorrido a través del amor y el desamor, el olvido y el azar… y así, salvaguardar para siempre el recuerdo inefable de los ancestros de nuestro bardo. Oportuno gesto en un mundo esquizoide donde la memoria bascula entre el rechazo en el ámbito pedagógico y su simultánea reivindicación desde la neurogeriatría. Periplo circular, pues, en esa metáfora cuasifísica de la citada esfera de los relojes como Imago Mundi. Y a modo de broche final el autor enarbola un soneto, tratando de remedar en su empeño aquel que Violante encomendó a su adorado Lope, para clausurar tan arduo camino.
En suma, opera prima que nos ofrece una llamativa originalidad, que proviene en gran medida de la mezcla de estilos, temas, mitologías y escalas temporales que hacen esperar de José Eduardo Mohedano en el futuro más logros literarios del calibre de «Las nueve agujas del reloj».