La España resignada. 1952-1960.
Una década desconocida
Manuel Espín.
Arzalia Ediciones, 2020
Al principio de los años 50 se empezaron a fabricar antibióticos en España; un producto que a finales de los 40 dependía todavía de la penicilina que dificultosamente se podía conseguir a través de las embajadas o consulados de países como el Reino Unido. En 1960 esa producción ya se había normalizado. Entre el inicio de esa década y el comienzo del ‘desarrollismo’ discurren unos años que podrían calificarse como los ‘más desconocidos’ del franquismo. El Régimen gracias a su marchamo anticomunista y a los pactos con Estados Unidos para las bases militares de 1953, y al Concordato con el Vaticano de la misma fecha, tenía por vez primera garantizado su futuro; al haber sido admitido en Occidente ‘por la puerta de atrás’ gracias a su relación bilateral con Norteamérica.
Unos acuerdos que levantaron reticencias tanto en Europa como en los sectores más abiertos y liberales de la España de la época, y en la oposición democrática. En los pactos – que no un tratado inadmisible para lel Senado de Estados Unidos por la naturaleza dictatorial y el ‘pasado’ del Régimen, sino un simple acuerdo de rango menor pero de gran importancia estratégica- no aparecía referencia alguna, ni siquiera indirecta, a una futura liberalización de la dictadura. Dichos acuerdos representaban una cesión de soberanía y una alta exposición del territorio español, y especialmente Madrid, en el caso de conflicto con el Este.
El ‘retorno’ de los americanos se convirtió en un fenómeno en aquella sociedad, en la que Estados Unidos se puso de moda con sus imágenes, y sus productos, encabezados por la Coca Cola y la Pepsi, que empezaron a ser fabricados en España a partir de 1954. A la vez, desde 1950 con cuentagotas llegaban las estrellas de Hollywood, encabezadas por Ava Gardner, Lana Turner o Elizabeth Taylor, y lo harían los rodajes de grandes producciones con títulos como ‘Alejandro el Magno’, ‘La princesa de Éboli’, ‘Orgullo y pasión’, ‘Espartaco’ o ‘El Capitán Jones. En este caso de la mano de Samuel Bronston en su primera producción española. Cuya autorización requirió de una intensa labor diplomática, y recorrido por despachos como el de Carrero Blanco. Con los americanos también llegaban modas y nuevos estilos de vida.
Los 50 marcaron además el máximo apogeo de un concepto de catolicidad omnipresente, bajo el absoluto control de la moral pública. Eran los tiempos del Congreso Eucarístico de Barcelona de 1952, de la Cruzada del Rosario en Familia del Padre Payton, o de los llamados Congresos de Moralidad en Playas y Piscinas en los que se impuso el máximo rigor, con la separación de sexos y la prohibición del bikini, la falda corta o el slip de baño. También la época de los masivos actos religiosos; desde el traslado del brazo de Santa Teresa, y las ‘películas de Semana Santa’, cuando estaba prohibido emitir en las emisoras de radio cualquier música exceptuada la sacra
Sin embargo, la década de los 50 fue agónica para el sistema de la autarquía, con una grave inflación y carencia de divisas y reservas que estuvo a punto de provocar el ‘crack’ económico de todo el sistema, inviable bajo un criterio de ultranacionalismo falangista de posguerra. Tanto es así que pese a las grandes reticencias de Franco tuvo que aceptar a regañadientes el Plan de Estabilización del 59 que representaba una apertura comercial, pero no política, a la Europa del Mercado Común que acababa de ponerse en marcha.
Este libro analiza con detalle veintitrés temas, muchos de ellos poco conocidos o mal contados, y en muchos lo hace de la mano de quienes fueron protagonistas en testimonios totalmente inéditos. Revelando nuevos conceptos sobre hechos tan singulares como la guerra de Ifni, a la que la censura impidió llamar como tal, las graves inundaciones de Valencia, ciudad que Franco no llegó a visitar tras la catástrofe, o hechos tan comentados como el ‘caso Jarabo’ o el atraco a la joyería Aldao, en una España donde los diarios tenían prohibido o reglamentado hablar de sucesos. Con especial detalle a la presencia de los nuevos mitos y estrellas; de Di Stefano y Kubala, a Antonio Molina o Sara Montiel, y a los cambios en la realidad social y cultural. O la aparición de referentes icónicos como ‘El Capitán Trueno’, bajo una historia oculta tan reveladora como que su autor perteneciera al Partido Comunista.
Además el libro aporta nuevas versiones y testimonios sobre hechos como los sucesos estudiantiles de 1956 en Madrid y la ‘rebelión de los hijos del Régimen’, en un mosaico donde aparecen distintos personajes, desde Ruiz Giménez a Carlos Semprún, de Enrique Múgica a Tamames.
La novedad de este volumen afecta a su formato: cada uno de los capítulos va precedido de un relato en clave de ficción, dentro de un cruce de géneros, entre el relato literario y la historia, donde los protagonistas son siempre gente común, para contar esta época desde la perspectiva de la gente, y no solo de los grandes acontecimientos. También lo es que el protagonismo del relato lo tienen de principio a fin las mujeres; ellas eran las ignoradas e invisibles de esa época. En un tiempo en el que para trabajar fuera de casa las mujeres tenían que presentar la autorización por escrito del marido, en el que no podían por si mismas abrir una cuenta en el banco, firmar un contrato o sacarse el pasaporte. Años en los que cualquier mujer víctima de violencia de género tenía que resignarse pues si huía de casa se exponía a que la fuerza pública le llevara detenida por abandono de familia y perdiera la posibilidad de ver a sus hijos. Unos años en los que persistía el fariseísmo de la doble moral, y los medios tenían prohibido publicar noticias sobre separaciones, noviazgos o hijos extramatrimoniales, pero en la que ciertas élites disfrutaban de una gran tolerancia en temas como las drogas, bajo un criterio claramente clasista.