La novela “El alma de los espías” de Pablo Zarrabeitia se adentra en el mundo real de l@s agentes de Inteligencia
Los espías tienen corazón. Y sentimientos. También pesares. Pero, sobre todo, dudas; zozobras. Son, por consiguiente, seres humanos lejos de los patrones de violencia e inhumanidad producto de una narrativa al uso, distorsionada y muy engañosa. Esa es la principal enseñanza que cabe extraer del libro El alma de los espías, recientemente auto-editado por su autor -¿autora?- que adopta el alias de Pablo Zarrabeitia. Quien fuera agente secreto durante años, se adentra en el hondo mundo del espionaje y del contraespionaje en España con la evidente desenvoltura que su saber, atinadamente, le procura. Y lo hace para contarnos una historia que parece mostrar todas las trazas de ser o haber sido realidad. Ello le otorga viveza, sinceridad y crédito.
Prologada por Elena Sánchez Blanco, experimentada ex Secretaria General del Centro Nacional de Inteligencia durante recientes años cruciales, hoy en excedencia, la novela se propone instalar en la sociedad española -también en la europea- la acreditación, en este caso literaria, de una jugosa cuota de la experiencia profesional y vivencial del más importante de los servicios secretos del Estado español, parte integrante del sistema democrático y constitucional de libertades. El libro sale a la arena de la novela de espionaje con fundadas prendas para competir de tú a tú en un género literario donde la tríada Eric Ambler-John Le Carré-Graham Green otorgaba la hegemonía a los escritores británicos y anglosajones, que aún ocupan la posición más elevada del pódium.
Técnicamente, la novela de Pablo Zarrabeitia es impecable. Seccionada en capítulos breves, su lectura incita a embarcarse junto al narrador en una singladura que fluye acompasadamente con el moviente ondular de las aguas sobre las que la narración navega. Despliega imaginación y rigor; excita también, en ocasiones de manera muy intensa, el interés concernido de quien la lee. Perfila una travesía grata a la lectura, que consigue amenizar con el despliegue de una rica panoplia de sencillos recursos narrativos que revelan un conocimiento desenvuelto de la eficacia del lenguaje directo, elegante y sin distorsiones. Hay asimismo espacio para la sorpresa. Salvo inercias residuales de rusofobia vigentes en la pasada Guerra Fría, nada sobra en el relato.
Contra el simplismo
Sociedades tan irreverentes respecto del espionaje y el contraespionaje como la española, no las hay. Los cometidos estatales que ambas técnicas despliegan, tan ignorados como decisivos, suelen verse trivializados en la plaza pública. El Periodismo, con su lenguaje propio, tiene tendencia a deformarlos. Pero, sobre todo, el horror a la complejidad que caracteriza a casi a tod@ españolit@ de a pie, la inseguridad cultural vigente, más incertidumbres históricas, han mantenido al público lector, durante demasiado tiempo, de espaldas a la valoración de un género que ha cebado los graneros literarios de medio mundo con un muy buen trigo cargado de enseñanzas.
Aquí, hasta el presente, la novela de espionaje ha sido un género foráneo y poco apreciado –subgénero de la novela policíaca- debido a que el simplismo en clave hispana suele ser el punto de partida- y de llegada- del que surgen y al que van a dar todas aquellas personas que se muestran perezosas a la hora de introducir, en el matraz de sus mientes, más de tres variables a la hora de explicarse un proceso complejo cualquiera. Y si, además, el proceso tiene un trasunto de poder político como el que -se quiera o no aceptar-, singulariza el mundo del espionaje, el contraespionaje, el análisis y la acción encubierta, las tendencias al simplismo, se acentúan cada vez más.
Precisamente, por todas estas limitaciones preexistentes, por el peso del simplismo y el pánico a la complejidad, la novela de Zarrabeitia, tan laboriosamente trenzada durante diez años, presenta un valor peculiar. Con finura, es capaz de vadear aquel pesado fardo de trivialidad simplista para adentrarse con agilidad desenvuelta en la tremenda complejidad de los asuntos de Inteligencia, la información transformada en saber apto para la decisión política. Y lo hace con la sencillez descriptiva de un delicado cartógrafo que dibujara a plumilla el trazo fino de un mapa en el que cada palabra, comprensible, cada frase lógica en feliz encadenamiento de sujeto, verbo y predicado, fuera cimentando, con un adoquinado de hechos sustantivos, la ruta empedrada que conduce a su sorprendente desenlace.
Caprichosos vaivenes
Los vaivenes del poder político, estatal o gubernamental, que agitan las vidas de espías, contraespías, analistas y agentes operativos, generan sobre ellos efectos tan dañinos que les resulta enormemente difícil escapar del desconcierto en el que cristaliza la alocada alternancia entre la mentira exterior perpetua y la numantina verdad interior, cuyas afiladas hojas se entrecruzan sobre sus cabezas y determinan de manera obligada sus duales existencias. La novela se sustancia pues en torno al sustrato antropológico y psicológico sobre el que se asienta la escurridiza conducta de l@s agentes, con un probable y tremendo saldo patológico siempre a la vuelta de la esquina: afecciones paranoides, esquizoides, narcisistas, obsesivas, psicóticas…así como neurosis, depresiones, manías, delirios, euforias… y el doloroso correlato que pueden proyectar estos síndromes sobre sus atribuladas familias; mas todo ello bajo el permanente sello del secreto, que les impide verbalizar sus agudas tribulaciones. Tal secuencia es descrita con suprema, compasiva y -diría que femenina- elegancia en la novela.
Son esas afecciones y consecuencias las que golpean y acechan las mentes y los cuerpos de los agentes de Inteligencia. Y, por ende, si en verdad generan su descarrío, pueden asimismo dañar muy gravemente a la sociedad y al Estado para los que laboran, como el texto muestra. Si acaso existiera un mensaje político, escueto pero crucial, bajo este relato novelado quizá pudiera ser el propósito de hacer comprensible y naturalizar la actividad de los servicios secretos -su contribución a la decisión, la defensa y la seguridad colectivas dentro del respeto a las leyes- en el seno profundo de las sociedades democráticas.
De la Razón de Estado
Son ellos y ellas, l@s agentes, quienes informan, administran y aplican, a veces de manera obligadamente despiadada, ese dogma implacable de la Razón de Estado, la ecuación que armoniza la permanencia estatal en el espacio territorial y en el tiempo histórico. Es la misma fría racionalidad que acaba siempre por imponerse en la arena política estatal e interestatal, muchas veces más allá de la Ley y de la Moral, de las cuales l@s mejores agentes jamás se apartan. La magnitud de los desafíos éticos y psicofísicos que pueden llegar a pesar sobre la conciencia y la vida de l@s agentes secret@s, en coyunturas u ocasiones históricas relacionadas con la defensa y la seguridad de la comunidad nacional, desvanece -más aún- la lábil línea que separa lo sobrehumano de lo inhumano, como la novela discretamente insinúa.
Solo la sed de aventura unida a la deportividad ética y a un ideal profundamente vivido, sea patriótico, social, histórico o comunitario -tal vez también utópico-, pueden mantener ardiente la llama vocacional que permite, a quienes se internan en los servicios secretos de regímenes democráticos, afrontar la envergadura de las adversidades y contradicciones que les esperan. Únicamente su propia humanidad, la sintonía solidaria con el latido libre de otros corazones libres, podrán ser talismán de sus anhelos sociales, bálsamo de sus padecimientos y freno eficaz de las volubles decisiones que las escabrosas órdenes recibidas, en tantas ocasiones, les imponen.
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