Este sol que va quemando las espigas
Manuel Lacarta
Ediciones Vitruvio, 2021
Escala el árbol hacia la luz, se expande el universo, la nieve se hace costra de hielo en las elevadas cordilleras, el leopardo acecha furtivo y caza. Fenómenos naturales todos ellos, peripecias diarias y comunes. Por esto, Manuel Lacarta, poeta, narrador, ensayista, hombre de letras en suma, cumple con su oficio y escribe.
Su último libro, Este sol que va quemando las espigas, publicado por Ediciones Vitruvio, es un texto literario que se puede calificar como prosa lírica. Prosa decantada, de calidad, ofrecida en breves cuadros, apuntes casi, donde el autor esboza y va anotando, con trazos sugerentes y serena resolución, introspecciones, recuerdos, curiosidades, sentimientos recónditos, usos y hechos cotidianos. Vida sin más.
Son 78 fragmentos intimistas y de tono lirico, compuestos a lo largo del año 2020 tal como nos informa el autor en una mínima nota introductoria. Año que no solo será recordado por la pandemia COVID19 y el anómalo “estado de alarma” padecido, sino que será también rememorado en el futuro por la abundante cosecha literaria producida tras tanto encierro y retiro forzoso. Situación propicia sin duda para la reflexión y la creatividad artística en general.
No es la primera vez que Manuel Lacarta, autor de una extensa y apreciable obra, se adentra en los parajes de la prosa con intención poética. Son varios ya los libros en los que se acoge a esta forma de literatura. Así tenemos, por ejemplo, El rojo de sus labios (2013), Verano (2015) y Alumbrado público (2016). Aunque no sea tampoco Manuel Lacarta un escritor que acate de modo sumiso la división canónica de los géneros literarios, si bien reconoce que la poesía es el género que está más cercano a él emocionalmente. Y por ello tal vez su constante acercamiento a la escritura poética ya sea mediante el verso o la prosa.
La primera frase del texto con el que se inicia Este sol que va quemando las espigas dice “Creo en nada, que es un viento frio”. Y las palabras finales del último texto del libro son “te escribo: de la insania del mundo, mi dolor de espaldas, mi salud -mi mala salud- cardiaca; pero este papel, hecho una bola, se lo lleva el viento, un vendaval furioso”. Imágenes significativas y concordantes: el viento adusto, el viento inmisericorde que arrastra y se lo lleva todo como el imparable y definitivo rio manriqueño. Corriente de aire o de agua.
Ese comienzo y ese colofón del libro no pueden ser casuales, aunque lo fueran. Sería demasiada coincidencia, por mucho que Manuel Lacarta se manifiesta con lenguaje sereno, nostalgia contenida, ironía elegante y emoción cultivada. Al fin, el autor, inteligente y ponderado, no logra hurtarse al escepticismo y la mirada crítica que son la marca indeleble de la experiencia. Y acaso ahí se encuentre precisamente su mayor y mejor manantial lírico, el entrañable trasfondo que afirma y le otorga una sensible entidad poética a Este sol que va quemando las espigas.
Obra de madurez, por consiguiente, que se puede leer como el relato continuado de una confesión abierta, en la que Manuel Lacarta expone sin hipocresía sus conjeturas y ocurrencias, sus caprichos y hastíos, igual que sus debilidades y desencuentros. Literatura, sí, personal y benevolente, grata y de amena lectura. Una admirable obra para acompañarnos.