Crónicas de I.
Teresa Soto
Editorial Pre-Textos, Colección Poesía, nº 1.644
III Premio Internacional de Poesía “Margarita Hierro”
Valencia, 2020
104 páginas
Ésta es una obra sorprendente, felizmente destinada a todo aquel lector cuya capacidad para la sorpresa siga incólume y ávida de vuelo. O de pasos sobre una tierra extraña, que a propósito de eso, precisamente, versa este nuevo libro de Teresa Soto (Oviedo, 1982). La autora asturiana, filóloga árabe y especialista en Literatura Comparada y Teoría de la Literatura, se había dado a conocer en 2008 con Un poemario (Imitación de Wislawa), obra que a finales del año anterior había merecido el Premio Adonáis. Sus títulos posteriores –Erosión en paisaje (2011), Nudos (2013), Caídas (2016) y La silva (2020)- confirmaron un decir sobrio, muy inteligente y más vibrátil que sereno, como si el raudal de sugerencias que va remansándose en el proceso compositivo acabara agitando, zarandeando el muro de contención de las palabras mismas. En este orden de cosas, Crónicas de I. eleva la apuesta a un extraordinario límite: la sugerencia domina el hecho poético hasta tal punto que no es sino en la propia conciencia del lector donde la emoción lírica o el deslumbramiento de sentido se configuran cabalmente. Una vuelta de tuerca al silencio y sus poéticas posibles. Aquí lo literal va más allá de la decantación o la sedimentación; aquí lo literal es austero vehículo que acierta a transformar el misterio poético en una experiencia dos veces inefable.
Partiendo de un lenguaje que recuerda, de manera ocasional pero muy significativa, al de las narraciones históricas de colonización (“Por que se entienda que la historia de las corrientes y la luz no ha fundamento”), Teresa Soto va dando pistas sobre lo que parece la historia de un encuentro, y sin duda un desencuentro también, con una tierra descubierta. Con una región insólita del mundo y todo lo que ella comporta: geografía, flora y fauna, antropología, sociología, cultura, patrimonio inmaterial o mitos (“De lo precioso que está hundido / hacen valer un cuento. / No sabemos si hay verdaderos tesoros / o no los hay. / Que lo tienen muy en secreto”). No hay exhaustividad en los recuentos de estas crónicas, sino todo lo contrario. Y es justamente la predilección por la breve pincelada, y los ángulos que desdeñan las vistas de conjunto, lo que le facilita a estas Crónicas de I. la profundización en su estética y misterio expresivo, convirtiéndose en un imposible trasunto de aquellas “Crónicas de Indias” que el título de la obra parece haber querido evocar, no sin algún sarcasmo.
Cierto que el Inca Garcilaso de la Vega, o sobre todo Fray Bartolomé de las Casas, hubieran podido firmar estos dos versos: “Algunos aman esta tierra / pero nunca vendrían si no fuera por lo que nos dan”; mas lo importante aquí es la sutileza de enfoque de unos textos acompañados bastantes veces de glosas, en lo que representa una innegable aportación a la riqueza del discurso y sus aristas –y al afilado de dichas aristas, también-. Ocasiones hay en que el poema y su glosa se complementan con un gesto lírico especialmente afortunado, como en el texto que versa sobre los pozos y los pájaros azules. Y en otra de estas notas al margen se sugiere, como al desgaire y por medio de una escena de caza, un papel bien opuesto al tradicionalmente adjudicado –o atribuido- a las mujeres en la colectividad. Además, en las mejores páginas de Crónicas de I. la aparente enunciación neutra se ve sacudida por el estallido de cargas de profundidad notabilísimas: “Había antes una planta que aumentaba la vista. Aparecía seis meses y seis meses no aparecía. Era planta nocturna. / Tenía fruto, flor no tenía”. Entre esas mejores páginas, se cuentan, indudablemente, el poema dedicado a los cuidadores del campo y los objetos perdidos, la revelación del “engañar de alto” o “alto engañar” –forma de mistificación que no se practica y con la que se apela veladamente a la divinidad y lo numinoso-, la formulación del rencor como “túneles raspados que crecen dentro del cuerpo”, y la constatación de la problemática de lo ajeno –con lo ajeno vecino, para más señas- como motivo indeclinable para la comparación desdeñosa: “Bosque de sierpes. / Montaña que no. / (…) Castillo de oscuridad. / (…) Llaman así a la tierra que se ve al otro lado del río. / A mí paréceme una colina suave como las de aquí”.
En sus postrimerías, estas Crónicas de I. ponen el foco, oblicuamente, sobre la inicial secreta de su título. ¿Indirecta alusión del sujeto poético, desde los mismos límites textuales, a una primera persona del singular (I) en la que se vería representado? Buena razón para lanzarse a una relectura; buena razón para poder reinterpretar encuentros y desencuentros con una “tierra nueva”. “Que no hay entender ni malentender sino tacto”, escribe Teresa Soto, en este libro insólito tan acertadamente suyo.