Papelera de reciclaje
Elena Muñoz
Ediciones Vitruvio, 2019
Colección Baños del Carmen
Dejó escrito el recordado José Ángel Valente: ‘El poeta debe ser más útil que cualquier ciudadano de su tribu’. Y tales palabras sirven de pórtico en el nuevo poemario de Elena Muñoz, Papelera de reciclaje; el tercero de los suyos, tras Momentos de arena y hielo, de 2015, y Los poemas no cotizan en bolsa, de 2017, publicado ya por Ediciones Vitruvio, como el libro aparecido ahora. Los poemas no cotizan en bolsa y Papelera de reciclaje, sí: títulos que, de un modo u otro, aluden a referentes de gran predicamento en la sociedad actual, a reconocibles y prosaicas huellas de nuestra contemporaneidad. Se diría que Elena Muñoz encuentra en esos referentes el trampolín necesario para cantar con la afinación que exigen nuestros días; que así se vislumbra más cerca de cumplir el destino de utilidad, la vocación de servicio recomendada por Valente en su aserto, lleno de firme convicción. Las sesenta y nueve composiciones de Papelera de reciclaje inciden, por lo tanto, en la poética de la autora: la de la objetivación de la vivencia íntima en pos del territorio compartido de la universalidad del sentimiento. Y el poeta es útil en tanto que acierta a proponer dicha objetivación. ‘Sólo el poeta puede / mirar lo que está lejos / dentro del alma, en turbio / y mago sol envuelto.’ Así lo expresó don Antonio Machado, con esa sencilla genialidad que era absoluta marca de la casa. Elena Muñoz sabe mirar lo que, hallándose tan cerca, habita necesariamente en las lejanías del alma donde el lirismo se templa en un fecundo silencio. Elena Muñoz sabe mirarlo, y cantarlo también cuando corresponde. En Papelera de reciclaje no dejamos de advertirlo, y el paso adelante que esta nueva obra supone, si atendemos a la globalidad de una trayectoria literaria tan poliédrica, se nos antoja palmario cuando descubrimos páginas como ‘Somos’ o ‘Escribo’, siendo precisamente el poema citado en última instancia una suerte de poética, sencilla y rotunda, que, más que glosar, sintetiza lo trascendente de la confidencia íntima en todo este lirismo. La autora ha consolidado y agrandado su voz, buscando las palabras que guardan los secretos más venerables. Y así podemos leer: ‘Escribo palabras, / cuchillos que abren / mis versos y sangran / emociones. Soy suicida / impenitente del pudor’.
Papelera de reciclaje vertebra su discurso y contenido en tres partes. La primera de ellas, ‘Calendario de emociones’, basa su propuesta en una sistemática identificación del sujeto poético con la Naturaleza y el entorno. En el muy buen poema titulado ‘Día gris’, leemos: ‘Hoy el día está gris, de un gris / de esparto, de espera, con retazos / de hilos descosidos (…) / y soy yo la que no entiende, / porque me he levantado tan gris, / tan descosida, tan áspera, / como este día de otoño’. La ‘luz del alma’ estará sin estar, ‘en las alas del cielo, en el aire / que susurra madrugadas, y en el canto / del mirlo en mi ventana’. Resonancias de Bécquer y Machado, y no sólo en el tono sino también en la articulación del discurso poético y en la prosodia, pueden advertirse en el poema ‘El beso de la nieve’, lo cual nos lleva a poner atención precisamente en la nieve como símbolo: el sujeto poético verá nevar ‘con mirada de niña, / con asombro de niña’, pero luego no dejará de verla caer ‘como la arena / de un reloj de invierno boca abajo’. En consonancia con su título, la segunda parte de la obra, ‘De lo que siento escribo aunque no exista’, multiplica sutilezas líricas –’…y yo camino sola, pensando / la manera de encontrar tras esa niebla / aquello que aún no sé ni siquiera si existe’-; sutilezas que no excluyen ni la preocupación social ni el compromiso personal y cívico, aunque su médula descanse en los conmovedores poemas escritos a la ausencia de los padres, y en algunas composiciones, ciertamente vibrantes, sobre el desamor, el deseo incumplido o el amor imposible: buenos ejemplos de todo esto último son ‘Lo que he callado’ y, por supuesto, la espléndida ‘Siempre lo supe’: ‘Supe que te harías vapor de lágrimas, / cerco de un vaso lleno de sed (…) / Agotaste el camino hasta el desfiladero, / y entonces al borde del abismo / diste la vuelta pensando / que el amor no merece una vida’. La tercera y última sección de Papelera de reciclaje, ‘El mar, siempre’, presenta nueve poemas dedicados al símbolo supremo, a esta metáfora máxima de la vida y la muerte y la vida que vuelve a nacer, el mar; el incansable, el perpetuo, a cuya orilla la autora construye ‘un castillo donde también / conmigo habiten mis fantasmas’. Y en buena lógica el libro plantea esta desembocadura en los ‘reflejos azules / con nieves saladas’, pues allí podemos encontrar el ‘secreto de un nombre / escrito en la arena’. No estaría de más recordar, aquí y ahora, lo que José Luis Sampedro dejó escrito a propósito del mar: ‘La única realidad de este mundo más poderosa que el tiempo, incapaz de envejecerlo’.
‘…Y a mí sólo me queda / rebelarme, porque no quiero / escribir poemas tristes, / de verdad, que no quiero’. Así lo canta Elena Muñoz, en plena rebelión lírica, al final del poema titulado, precisamente, ‘No quiero poemas tristes’. Y, en verdad, en el tono de Papelera de reciclaje palpita mucha más esperanza de la que podíamos encontrar en Los poemas no cotizan en bolsa. ‘Reciclaje’, efectivamente: enfaticemos el concepto como es debido, pues, al fin y al cabo, el afán de reciclar le abre la puerta a renacer. La consolidación de la voz de la autora ha corrido pareja, de tal modo, con la purificación de su esperanza. Y así, las ‘sombras alargadas (…) / parece que intentan alcanzar / los sueños todavía lejanos’. Así el sujeto poético abre la ventana y respira, ‘observando el camino / más allá del horizonte’.