noviembre de 2024 - VIII Año

‘Los corazones recios’ de Antonio Daganzo

Los corazones recios
Antonio Daganzo
Colección Baños del Carmen
Ediciones Vitruvio, 2019

Hablar de un nuevo libro de poemas de Antonio Daganzo es apostar sobre seguro, porque sabemos que siempre estamos ante poesía no solo de una gran calidad, sino, también, de versos que nos llevan a encontrarnos con la esencia de la palabra y de la emoción. Sobre esos pilares se construye Los corazones recios.

El autor nos presenta un poemario diverso pero con claves que destacan y sobresalen entre otras, como son el arte —la música en particular—, la añoranza de las raíces, el amor erótico y, sobre todo, la vida con todas sus luces y todas sus sombras, que la hacen una y única.

El nombre del propio libro nos habla de la fuerza, del ímpetu, de la vitalidad, que nos dan la bienvenida con el primer poema que da título y nos dice: ‘De recios corazones la vida se enardece’. Y esa vitalidad inicial se ofrece a la espera del anhelo más grande al que el hombre apela: la ‘Felicidad’, que nos aguarda en el segundo poema, convocada ‘a la dicha de sabernos efímeros’.

Tras de ella el libro nos lleva por la ‘morriña’ de la patria perdida, de la diáspora, en el poema ‘Alborada’; a la soledad del hombre solo que pasea por ‘Madrid, Calle Mayor’; o a navegar por el lago en el que los cisnes se reflejan en el recuerdo del poema ‘Todavía Chaikovski’.

La música y Antonio Daganzo, un tándem inapelable, como ese Jano bifronte de dos caras que forman una unidad. La música en todas sus facetas sirve para demostrar la enorme sensibilidad del poeta, que marca el homenaje titulado ‘El director de orquesta’, invocando a ese grande que fue Carlos Kleiber, capaz de enredar el alma en la batuta para convertirla en sutil aire.

No acaba la música, no, que enarbolan estos recios corazones a lo largo del libro. Es Antonio José, compositor burgalés, muerto ‘por la envidia, infamia y odio de fácil madrugada’, olvidado por la historia y recuperado justamente en la palabra. La voz de Antonio Daganzo trae la evocación en el poema ‘Suite ingenua’, homónimo de una composición del músico fusilado en la contienda civil española: ‘La danza suena ágil / traviesa incluso / última y breve como el adiós de un pájaro / asustado por las salvas asesinas (…)’.

Otro músico español, Isaac Albéniz, es evocado en el poema epistolar ‘De Francis para Isaac’, apasionado y destinado a nunca ser leído por su destinatario: ‘No te enviaré esta carta / porque vive en los ojos / y sabe al mejor vino del fracaso’.

Pero no es solo la música, aun siendo la que más, el arte que conmueve al autor en sus poemas. La belleza, a la que tan sensible es el poeta, queda prendida en la mirada asombrada de ‘La Petite Chatelaine’ (‘La pequeña castellana’), nacida de las manos de la escultora Camille Claudel, y que es joya digna de guardarse entre unos versos: ‘Estrella temblorosa / que unos ojos de niña perpetúan, / ensalzan’.

Pero hay que ir más allá de lo que los ojos muestran en el arte, de lo que nos desvela la piedra, como Daganzo dice: ‘Apenas esculpir, / descubrir’, en ‘El beso de Brancusi’.

Y así vamos avanzando entre funciones de títeres, con el tiempo detenido en una danza dentro de un cuadro de Poussin, o contemplando el alter ego de François Truffaut. Por una esquina del Castro de Baroña asoma Castelao. Raíces fueron aquellos celtas que aprendieron a formar parte de la historia de la resistencia. Tal vez sus herederos sean esos corazones recios que han aprendido a amar ‘y en derredor admiran cuanto quema / con manos inviolables en la frente (…)’, en el poema ‘Panorama del ardor’.

Corazones que han de mostrarse al natural, al desnudo, sin tapujos, ‘In puris naturalibus’. Prestarse a ser acariciados por dedos que hacen música, o encontrar con quién ‘Bailar la noche’, ‘dejando el movimiento tan desnudo / y desasido / que la pasión no es fuerza sino música’.

Los corazones recios necesitan encontrar las luces ojivales y multicolores de la Sainte-Chapelle de París, o el verdor selvático de Chile, aderezado el paladar por el sabor del aguacate fresco de ‘Palta reina’, porque a través del gusto se transforma el alma igualmente.

Los corazones recios también son agradecidos como saben serlo, y entre estas páginas hay muchos poemas dedicados a los que son y a los que fueron, entiendo que importantes e imperecederos en los afectos del poeta.

Llegamos al final. ‘Todo fue consumado / hasta la acerba rúbrica / de merecerlo todo, / de tenerlo por bueno’. ‘La sangre sabia’ bombea por las arterias convertidas en versos de esos recios corazones que han aprendido que hay que caer cien veces y cien veces levantarse, que no hay derrota, sino pausa en la búsqueda de otra estrategia, y que andando por la vida florecida de la primavera, o en aquella más oscura que nos muestra el invierno, ya sea el poeta o su propio corazón, tan recio al cabo, bendita sea la palabra que le permite ‘cantar por todos’.

Elena Muñoz

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