Leer después de quemar
Rafael Soler
Colección Vuelta de tuerca
Olé Libros, 2019
‘Pretendí a lo primero escribir como quien cuenta su vida’, anota el dramaturgo Santiago Martín Bermúdez. Tal vez eso es lo que hacen la mayoría de los poetas, desde Miguel Hernández a Antonio Machado o de Walt Whitman a Federico García Lorca y Jesús Hilario Tundidor. Pero, además, es tanta la nómina de amantes del horizonte que, a cada momento, alguien está relatando lo que sucede a su alrededor, escribe su propia y gratuita biografía.
Rafael Soler, valenciano de 1947, habitante del universo lleva algunos años en estas lides de la reflexión lírica, por ejemplo desde ‘Los sitios interiores’ (Sonata urgente) que publicó Adonáis en 1980: ’El mar es un pacto con los dioses’, ‘Maneras de volver’ (2009), ‘Las cartas que debía’ (2011), ‘Ácido almíbar’, libro galardonado con el Premio de la Crítica Valenciana en 2015 o ‘No eres nadie hasta que te disparan’. Sus versos han aparecido en dos antologías y, ahora mismo, tenemos a la vista ‘Leer después de quemar’, también colección de sueños o simplemente historias del futuro, con sus cábalas idiomáticas, a veces no bien comprendidas, y su extraordinaria vitalidad que, incluso, cobran valor de leer en sus acertadas incursiones en la narrativa, cinco novelas y dos interesantes libros de relatos.
Se advierte en algunos autores, como es el caso, una decisiva entrega a la capacidad de moldear la palabra para, intencionadamente, modificar su sentido aunque no su significado. Por eso Soler antecede sus versos, en este caso, con algunos apartados de interés. En el más notorio nos dice que ‘La poesía es un acto de legítima defensa’ y advierte ‘Que Leer después de quemar recoge los poemas seleccionado por Lucía Comba, con la bida (que no es otra cosa que la vida bien bebida)…’. Y así han surgido 6 apartados donde los versos cobran una existencia perfectamente irregular porque, ellos solitos, van construyendo esa biografía que cada poeta escribe cada madrugada: de ‘Basta callar para que todo empiece’ elegimos dos líneas definitivas: ‘Si tu vida no cabe en una vida/redacta un testamento prematuro’ o una confesión (‘Yo escribía entonces versos falsos y rotundos…’). ‘Perdidos en la misma cama’ ofrece un sinfín de escenas, entre lo erótico y lo existencial cuando habla de ‘Un escote pausado y sin riberas’ tras esa escueta pregunta ‘¿en qué lado duermo yo?’ y al mencionar ‘el otro cincuenta por ciento de la almoneda’ dice: ‘Del cristalino al pubis todo es calma’.
Poesía efervescente, etérea, propia de un navegante por las palabras rudas, la escritura de Rafael Soler es, al tiempo, el mejor testimonio de una modernidad no apresurada. ‘Nadie dijo que esto iba a ser fácil’ contiene poemas preciosos pero hay uno, digamos, especial, el titulado ‘Porque a estas alturas’: ‘Si puede la juventud/adquirirse por contagio/ven…’, sabia recomendación para seguir viviendo. Isabel París lo dice más claramente: ‘Recuerda que te espero, pero es la misma insinuación, el mismo deseo de permanecer siendo uno, de buscar la libertad de la cercanía’. Ángela Reyes: ‘Me conformo con ser la palabra sobrante de tu boca’.
De ‘El principio del fin es amarillo’, elegimos el poema ‘Último’: ‘Más sabio es el silencio por esperar su turno/en este cuaderno donde habito/con un diente daría testimonio/un brazo y volvería a ser sensato/un hilo de luz para volver y volvería’. Sí, es esa obsesión por regresar, por estar de nuevo en el ámbito de los creadores.
Revisar el futuro de la mano de los poetas se convierte en parte de una posible creación propia, al ser inducido a imaginar un mundo cada vez más diferente y más cercano entre todos los hombres, y mujeres, que se dedican a esta vanagloria de retomar las palabras y lanzarlas a las páginas de los libros. Así en ‘Quien por todos habla’, 5º parte de esta antología, hay poemas donde ya no es el amor, es de verdad la vida, la ocasional situación de seguir respirando, lo que preocupa al poeta, como cuando exclama: ‘Al contado pagué/doblón a doblón y siempre cash/con hambre mi puré/con sorna los halagos/todo el dolor con un ramo de algas/vacío el monedero/no debes más quien menos tiene/para que encima venga colgar el cartel de no se fía/muy suelto de cintura El Insaciable’. Y es esa versatilidad, esa capacidad de atender a los dictados del corazón y a los imperativos de lo cotidiano lo que hace de la poesía de Rafael Soler un género personal, muy lejos de modas imprecisas o de florituras mercantilistas, que hay demasiadas. Habla del milagro de la mujer y relatar la realidad de lo cercano se convierte, así, en una delicada responsabilidad que seguramente no tendrá adeptos oficiales pero que, con todo, penetra en la corazón de la sencillez, del lector interesado por ver (y leer) formas precisas de inventar el mundo que nos corroe.
‘Cuerdo de atar estoy que vivo’ contiene dos poemas algo más largos de lo habitual (‘dónde crees que vas/traducido tu pasmo a seis idiomas/hastiado el corazón/dónde ingenuo predador de los tinteros/encontrarás tasada voz metro fonema/cómo buscar/el cauce que cuida tus harapos/y palpita solamente porque ama/cómo perder/por una piel de antes/la misma piel de siempre….’).
Hemos transitado por una lectura interesada, por unos senderos de inspiraciones y de revelaciones porque, en este caso al menos, el poeta vive su mundo y , a veces, lo hace de una manera especial, a su manera que diría Frank Sinatra, pues hasta el título el rupturista, y lo demás también, como escribía en el primer poema de ‘Los sitios interiores’, pretérita y entonces primeriza aparición de la poesía de Soler nada menos que en la Colección Adonáis: ‘Espera, qué prisas/para bibir contigo/con una hora basta/qué digo, sólo mirarte y el mundo/en este puño, je, así/te quiero llo’, deliciosa e intencionada subversión del lenguaje para situarnos en espacios diferentes a un pretendido espacio académico, luego, rimbombante y espurio, de moda en algunos territorios de la nada que, sin embargo, es bien visto y premiado por los interesados en ‘sus’ poéticas vacías.
Ah, que es tarde.