El cine de la gran guerra.
Un reflejo del horror
Alfonso Peláez
Editorial Ondina, 2019
Las pequeñas editoriales (grandes en buenos libros) como es el caso de Ondina tienen que poner a prueba su imaginación y creatividad para que nos lleguen sus publicaciones. El sábado día 16, justamente el día de la conmemoración del 81 aniversario del final de la Batalla del Ebro, Jaume Vallés, uno de los supervivientes, al ser entrevistado en la Vanguardia dijo ante la pregunta de si estaba asustado lo siguiente: ‘No, al principio todo eran juegos, usábamos las granadas para cascar avellanas, las bombas como almohadas…luego ya vendrían la sed, el cansancio y el miedo…y las lentejas’. Elena Muñoz, nos presentó el libro de Alfonso Peláez: El cine de la gran guerra. Un reflejo del horror, con el recuerdo del horror de la guerra civil española, que ella vivió en un reciente viaje a Colliure, y que seguro que valió para entrar en el análisis de la melopea de patriotismo beligerante que supuso la Gran Guerra, y que Alfonso Peláez desarrolla con maestría en las 150 páginas del libro.
Alfonso Peláez, que ya nos sorprendió con su primera novela: Antaño en Paramollano, hace un recorrido de la mano del cine, por los años en que Europa inauguró el siglo XX con la Primera Guerra Mundial. Da una gran importancia a la propaganda, resaltando las vicisitudes que siguieron a la batalla del Somme, primer hito del reportaje cinematográfico bélico.
El libro es un ensayo, pero se nota en muchos momentos la pluma de novelista. Cuando preparaba estas notas ha llegado a mis manos el libro de Eric Vuillard, titulado: La batalla de Occidente que desde luego tendrá una lectura más interesante cuando se describe cómo viven las ratas entre ratas en la descripción de Alfonso Peláez y luego nos vamos al capítulo de la Trinchera en Eric. De las películas citadas, y visionadas en la Casa de Cultura de San Lorenzo de El Escorial, yo destacaría sobre todo dos: la de Ernst Lubisch: ‘Remordimiento’, donde se narra el sufrimiento de un soldado francés que da muerte a un alemán en las trincheras, y que ha tenido el ‘remake’ actual en la película del director francés Francois Ozon, Frantz, y por supuesto Conan, donde a través de poderosas y sugerentes imágenes, nos encontramos con la trastienda de la guerra, el desánimo y la cobardía, y como el cine es parta leer, recomendamos la novela de Roger Vercel que está editada en Inédita en el 2008, premio Goncourt del año 1934: ‘Son los hombres como yo los que ganan las guerras’, le recordará un envejecido, y vencido por la vida, Conan al supuesto narrador de la historia, el teniente Andrée Norbert, cuando este viaje años después hasta Bretaña para encontrarse con su antiguo y salvaje capitán, ahora convertido en camarero de una desvencijada taberna del norte de Francia. En esta escena, como nos recuerda Fernando Rodríguez de la Fuente, no sólo se contiene el sentido de la cinta magistralmente rodada por Tavernier, sino la desazón de todas las guerras y de todas las víctimas (ganadores y perdedores). Conan, en ese conmovedor y duro alegato ante el intelectual Norbert, confiesa algo más: ‘¿Te acuerdas de lo que te decía en Gorna? ¿Eso de que éramos como mucho tres mil los que habíamos ganado la guerra? De esos tres mil, puede que encuentres alguna vez uno o dos, aquí o allá, en algún pueblucho… Míralos bien, Norbert: estarán como yo…’. No me olvido de Senderos de Gloria, pero a mí estas dos que cito son las que más me gustan.
Que la Gran Guerra no ha perdido interés, es la publicación, al mismo tiempo que el libro de Alfonso, de las ponencias sobre el origen de la Internacional comunista, recogidas en las sesiones que se celebraron en el ‘Espai Marx’ de Cataluña, asociación muy parecida al Colectivo Rousseau, y que fue el promotor del ciclo que dio origen al libro.
Reconozco que cuando se inició el Ciclo de la Primera Guerra, lo primero que hice fue aumentar mi biblioteca con dos libros fundamentales: el de Clark ‘Sonámbulos’ y el de Stevenson, pues bien, el libro de Alfonso, para comprender de una forma rápida el conflicto, te evita meterte las dos mil páginas de ambos ensayos. En 150 páginas, con una pluma ágil, y poniendo el cine como pretexto, uno termina con un conocimiento muy preciso de lo que los aprendices de brujo fueron capaces de liar al comienzo del siglo pasado.