Desnombramientos
Miriam Palma
Editorial Maclein y Parker, Colección “Mirto”
Sevilla, 2019
96 páginas
“He aprendido también / de la ferocidad elocuente del silencio. / Por eso ya no grito. / Pero eso sí, / escribo. / Os lo advierto”. Así nos lo dice Miriam Palma (Miranda de Ebro, 1963), burgalesa aunque andaluza de adopción; lingüista, traductora, profesora titular de Filología Alemana en la Universidad de Sevilla, y también –y sobre todo- una autora muy consciente del poder de la palabra escrita; muy consciente, en realidad, de cómo, en la dimensión del hecho literario, no debería caber el grito ensordecedor de lo superfluo. La poesía de su cosecha hasta ahora publicada así lo atestigua: si el debut que representó Ruidos. Silencio. Ruidos (2012) tuvo mucho de exploración de la propia voz en una ceñida dinámica de trazado de límites, Exilios. Hacia el azul significó, tres años después, “una rotunda afirmación de forma y contenido, de poética cuya fuerza no proviene sólo de las palabras engarzadas sino también de los silencios conjurados”, como pude señalar en el número 11 de la revista sevillana “Estación Poesía”, a propósito de aquel afortunado, muy afortunado libro con el que Miriam Palma nos reveló de golpe hasta dónde llegaba la profundidad de su madurez creativa. La autora, en 2017, inició una feliz colaboración con la editorial –hispalense también- Maclein y Parker, y ello supuso, en primer lugar, el renacimiento de su novela de 2010 La huella de las ausencias. Un relato sobre Walada. El poemario Desnombramientos ha dado continuidad a dicha alianza, y lo que es aún más significativo, a una propuesta lírica en plena sazón, que aquí renueva sus votos de fecundo silencio y medida elocuencia.
“Quién fuera poeta del desnombramiento”, leemos ya muy avanzada la obra, y ello nos recuerda vivamente su cita inicial, debida a Ida Vitale: “Abrir palabra por palabra el páramo, / abrirnos y mirar hacia la significante abertura, / sufrir para labrar el sitio de la brasa, / luego extinguirla y mitigar la queja del quemado”. En las presentes páginas, los páramos de partida son los de “los niños de la guerra”; allí donde “un dios triste / paseando por el lado más umbrío de su reino / pronunciara un buen día con descuido: / Hágase el miedo”. De forma tan espléndida, Miriam Palma regresa a ese país de la memoria –“…sueños estrangulados entre los meridianos / de mapamundis combos en la pared del aula”- del que ya había dado noticia en Exilios. Hacia el azul; sólo que aquí los exilios de la edad y de la vida no acabarán cristalizando como entonces. “Alegría, ¿podrán brotarte alas?”, escribe la autora, y esa pregunta, paradójicamente, parece sobrevolar toda la primera parte del libro, titulada “Topografías del derrumbe”. La labor topográfica depara una epifanía memorable: “Alguien señala al mar y enuncia: / “Parece un baile triste”.”; también el reconocimiento de un patrimonio inmaterial –“…versos de arte menor / acunaron mi sueño”-, y algunas herencias que, venturosamente, no participan del acíbar ni la lágrima –“Heredé las certezas rotundas / de las sábanas blancas tendidas en las eras”-.
Un par de revelaciones significativas le abren al lector las puertas de todo un nuevo tramo de la obra, escindido en dos secciones (“De desamor, amor y…”, el primero; “…Otros desnombres”, el segundo): “Nunca logró aprender / el arte de navegar por intersticios, / los que se abren cuando se sabe / de la gratuidad del mundo”; “Cabalgamos muy pronto a lomos de los verbos / que escapaban / de lo que no debía pronunciarse. / Y en la garganta se nos fue atorando lo innombrado”. Y como “al principio de todo, todo era / asomarse al deseo / desaforadamente”, será en los caminos de ida y vuelta entre el amor y el desamor, o entre el desamor y los amores (“Provengo de las ciénagas / y recuerdo que alguna vez soñé con convertirme / en barro moldeable en otras manos”), donde el sujeto poético de estas páginas librará su particular batalla de “desnombramientos” para tratar de nombrar el mundo una vez más, y hacerlo con lucidez, con pureza y con fuego, desde el silencio y con la brasa redentora que proponía Ida Vitale, e indudablemente sin “dejarse inundar por la tristeza”; si acaso convirtiéndose “en pentagrama / que sostiene sus notas”.
Miriam Palma profundiza en la versificación que había dado cuerpo a Exilios. Hacia el azul: un tipo de verso flexible y polirrítmico que aquí, en esta nueva obra, en este muy buen poemario, se viste quizá de resonancias más clásicas, al tiempo que las armas retóricas se aventuran por parajes de emergente imaginación, siempre dentro de esa medida elocuencia líneas arriba señalada –“Enredábamos deseos entre los sarmientos / que nos crecían salvajes en el pecho”-. Escritura, pues, que es “celda” pero también “pájaro”. E, indudablemente, labrado hueco donde “sembrar cimientos / de memorias futuras”.