noviembre de 2024 - VIII Año

‘Tiempo caído’ de Manuel Barbudo

tiempocaidoTiempo caído
Manuel Barbudo
Ediciones Ondina, 2018

La apuesta de la editorial Ondina por la publicación de nuevas voces poéticas, hasta ahora inéditas, nos ha dado la oportunidad de conocer la poesía de Manuel Barbudo, autor del poemario Tiempo caído.

El libro de Barbudo es, sin duda alguna, muy original. En sus páginas el poeta describe, desde el primer poema, un paisaje post-apocalíptico en el que se ha sumido nuestro maltrecho planeta. Indagar como se ha llegado hasta este extremo es tarea de quienes se adentren en sus versos. Los poemas de Barbudo nos sitúan ante un mundo gélido, inhóspito, en el que ‘Los elementos de la naturaleza son una realidad corpórea / y espiritual’ (apunta en su poema Notas de una rama en escritura). Como asevera Elena Muñoz Echevarría en el pórtico que precede a los poemas, Tiempo caído es un ‘sueño de hielo’. Una representación, quizá visionaria, donde ‘Las construcciones humanas, las vigas, el pavimento / se agrietan día a día ante la atónita mirada / de los letreros,…’, como leemos en el poema mencionado.

Los treinta y seis poemas que contiene el libro son un canto unitario, homogéneo, sin fisuras, sobre ese mundo desolado que va surgiendo en estos versos ante nosotros por razones que, como lectores, tan solo podemos conjeturar. Una tierra después de la civilización tal y como la conocemos. ‘Ha terminado el tiempo, aunque siguieran creciendo los / bosques, / como crecen las uñas y el cabello de los muertos.’, proclama el autor en el primer poema del libro.

Cada poema es aquí el fragmento de un escenario en el que los seres humanos tan solo son ya una sombra, donde solo perviven esqueletos de construcciones industriales o edificios amueblados con enseres y materiales que nadie volverá a utilizar. ‘…fabricas perdidas, agotadas, descansando eternamente, / gigantismo metálico ya inútil, / muelles machacados, dibujos y pinturas del óxido, / oscuras pesadillas en acero,..’, escribe el autor en su poema Las afueras.

Sin embargo, en esta tierra de nadie y sin nadie que la nieve y el hielo cubrirán por completo en una nueva glaciación, emerge la naturaleza vegetal buscando extraños espacios y grietas para ir haciendo acto de presencia. Plantas que no se resisten a perecer, árboles que como en el poema Pinos suburbanos prosperan en ámbitos insólitos y ‘Hoy perforan con sus copas contumaces / los pilares demolidos del otoño, / el urbanismo muerto y su cadáver, / todo aquello que se quiebra ante su paso..

Entre todas estas imágenes sobrecogedoras, parece haber un balance existencial. Porque este singular poemario nos habla del avance de una glaciación -propia de una película de ciencia-ficción o del cine de catástrofes-, efecto del cambio climático, producto de un planeta agotado por la contaminación y la explotación descontrolada de los recursos o quizá motivada por una guerra mundial definitiva. ‘Nieve al borde del tiempo que vendrá y que vino’, anota el poeta en sus Siestas geológicas Como lectores solo podemos conjeturar el porqué de esta escenografía glacial en la que ‘Queda el alma helada y encendida / sobre el campo de cables y desierto’ (versos del poema antes aludido).

Estamos, así, frente a una sinfonía de palabras que nos habla de un mundo desolado, nacido de la decadencia de otro, de un mundo habitado por recuerdos sin dueño y objetos que solo son ya arqueología. Sirva el Poema de los carros de la compra para ilustrar la anterior consideración: ‘Los coches aparcados para siempre, / las grúas arruinadas de vacío, tres carros de la compra viendo el río, los postes de teléfono y septiembre’.

La palabra es la materia prima con la que el poeta modela aquí imágenes conceptuales, imprimiendo vigor a un discurso poético perspicaz y enigmático a un tiempo: ‘(Amanece Dios con el Sol por bandera y las plantas / se despiertan desidiosas, en apariencia lentísimas como arena, / como cieno pacientísimo hacia carbón o hacia petróleo o hacia el aire que llamaban los humanos, / antes de que ni ellos siquiera pudieran respirarlo)’, apunta en el poema Los amaneceres. ‘Amapolas al sustrato aluviones chatarras enseguida / enterradas en tierra en hielo llegante en lágrimas / de frío ya ni risas ni frío ni corbatas.’, versos del poema Glaciación II son otro ejemplo de lo comentado.

Por otro lado, el autor se hace presente en este ámbito, resultado de su quehacer poético. De esta forma, en su poema Camino nos dice: ‘Voy llegando a no sé / si las fuentes. / Fueron días y pasos sin gloria.’ […] ‘Soy yo, temblando de bacilos, / tunante en una estepa de ambrosía /sin un ayer, por la galerna.’, manifiesta unos versos más abajo.

Asimismo, Manuel Barbudo utiliza ciertos recursos de la literatura de ficción, como son esos poemas hallados en la gaveta (cajón de un escritorio) que siendo suyos se nos muestran como obra de un tercero. Poemas escritos como un diario sin fechas para acercarnos a la dimensión de lo ocurrido: ‘La gran evacuación nos alcanzaba. / Nadie sabía nada. Trolebuses…/ Feroz velocidad, por los obuses / nos decían…mentiras: barro, ¿lava?’ (poema *9), ‘Solo unas pocas décadas tardaron / en secarse los Grandes Lagos para siempre…’ (poema Los Grandes Charcos) o ‘Por la presente, / se hace saber que de repente / me voy muriendo.’ (versos de Carta al juez, un poema de duro trasfondo).

El poeta es de este modo parte indisoluble de este mundo cercenado, creado por él, donde el propio tiempo ha quedado atrapado sin remedio: ‘Siento que me adentro en este ayer, / este presente y futuros simultáneos,…’, expresa en el poema El día. En el mismo sentido, ‘Momentos de una edad vencida’, un verso entresacado del poema Lagunas antes de helarse, puede valernos para definir los poemas de Tiempo caído.

En cualquier caso, tras la lectura atenta de Tiempo caído cabe preguntarse por el significado real de la glaciación que llega con los versos de Manuel Barbudo. Este mundo helado por el que transitamos, a través de sus poemas, diríase que fuera una gran metáfora o una alegoría de un futuro incierto. El hielo que va cubriendo el mundo de los poemas de Barbudo recuerda de algún modo a la ‘nada’ imparable que amenaza el mundo de la Historia interminable de Michael Ende.

En estos poemas ‘gélidos’ se atisba, en mi opinión, una voz lírica dolorida por el contenido del relato poético que es también elegía del Tiempo caído. Muestra de ello son estos versos del poema Con todos los metales II: ‘Nada me podéis decir que no me duela. / Mi soledad tiene un olor / a columpios calientes y olvidados.’ Pero si hay un poema que sintetiza perfectamente la esencia de este libro es el Poema de las cosas perdurables, que hallamos cerca del final del poemario. Un poema extenso, donde el autor refiere con detalle este Tiempo caído que es ‘pasado quieto a las orillas puras / del futuro eterno, pasado absorto en presente ausencia’.

Tiempo caído es un libro escrito de un modo impecable. Lenguaje y léxico han sido escogidos y empleado de forma notable por este filólogo canario, para componer los versos que forman este poemario de trágica belleza, colmado de ‘hielo, mucho hielo / entre la tierra y el cielo’ (versos del poema Glaciación), dedicado a una era glacial imaginaria pero, sin duda, factible. Abríguense y lean.

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