El hombre de las checas
Susana Frouchtmann
Espasa Libros, 2018
La barcelonesa Susana Frouchtmann decidió un día escudriñar el pasado algo extraño de la fraulein, o institutriz, que se ocupaba de sus hermanas desde finales de los años cincuenta. Se encontró con una siniestra sorpresa. La señora Preschern era la viuda de un personaje extraño, que luego resultó ser el hombre perverso, cruel y cínico (todo cínico suele ser cruel) que había diseñado dos de las checas más mortíferas e inhumanas de la Barcelona de la guerra civil.
Se trata de un ejercicio de memoria histórica necesario, aunque haya muchos libros sobre las checas, porque ahonda en el detalle, en un personaje real, mientras muchos recuentos de la época hablan de los lugares, pero sin nombre ni apellidos. Porque las checas era diseñadas, construidas y mantenidas en funcionamiento por tipos normalmente adscritos a alguna organización de izquierda. Recuerdo, a este respecto, en la cárcel de Carabanchel en 1973, cuando al preguntarle yo ,–también preso por actividades antifranquistas- a un preso político que había vivido la guerra por las checas, me dio un corte diciendo que no habían existido, ‘que nunca había oído hablar de ellas’.
Esta obra es un antídoto contra el maniqueísmo pues sitúa las atrocidades en áreas de las que no se ha querido hablar demasiado, esas zonas de sombra del lado republicano. Probablemente alentadas por algunos comisarios soviéticos para erradicar la quinta columna y también a sus adversarios de izquierda, como se hizo con el POUM y con Andreu Nin, por ejemplo, funcionaron durante casi toda la guerra civil. El poder constituido no fue capaz o no tuvo voluntad de erradicarlas, de abolirlas, aunque constituían, además de una violación de todo derecho humano, una ilegalidad republicana injustificable hasta en tiempos de guerra.
En vez de luchar contra la llamada Quinta columna fueron de hecho la más eficaz Quinta Columna. Porque una gran parte de la responsabilidad del hundimiento de la República, de la enajenación de sus aliados naturales, liberales, burgueses antifascistas, etcétera, fue ese terror desmedido, desatinado y vandálico que ejercieron muchos de los que decían defenderla. La quema de iglesias y conventos, las masacres indiscriminadas de religiosos, los paseos, le alienaron a la República muchos apoyos, tanto internos como externos. Fue su peor propaganda. La desmedida represión franquista de la postguerra no justifica ni quita responsabilidad a los que organizaron y manejaron las checas.
Susana Frouchtmann ha ido indagando por archivos, por páginas de internet (esos nuevos archivos), por las calles y casas de Barcelona, los antecedentes e historia de ese personaje que fue Alfonso Laurencic. Curiosamente, se pone en evidencia la escasa documentación que hay sobre la guerra, su dispersión y, en general, el discutible cuidado que se tiene en España con los archivos históricos, culturales o eclesiásticos. Las dificultades de la autora para descubrir algo tan público y notorio como los datos de un fusilado tras un Consejo de Guerra franquista son incontables y sólo su tenacidad y curiosidad (no exenta de una dosis de paciencia y buen humor), logran penetrar en parte los secretos del autor de las celdas de tortura.
A veces, al leerla, me ha parecido resonar algún libro de Patrick Modiano, en esos paseos por barrios antiguos en los que apenas queda la huella de la guerra y de los tiempos de la República, aunque los edificios, los portales, las escaleras (incluso los locales donde estuvieron las checas), a veces parezcan conservar ese aire de los años treinta.
Ese es precisamente uno de los encantos de esa Barcelona cosmopolita, de amplios barrios y avenidas, que Frouchtmann sabe recoger en su búsqueda del escurridizo personaje. Paseos que entrelaza con el asesinato de un tío suyo en la guerra, celosamente escamoteado por la familia.
La descripción de Laurencic me recuerda lo que Hannah Arendt llama la banalidad del mal (Eichmann en Jerusalén). Cómo un tipo tan polifacético, tan carente de ideales si no era vivir lo mejor posible, se entrega al mal deliberadamente, sin ningún escrúpulo.
Frouchtmann, para intentar comprender, se remonta al pasado familiar del personaje, a un padre que era editor de éxito, lo que le permite navegar un poco por aquellas legendarias revistas del cambio de siglo, aquella ilustración sobre viajes y países que hoy solo encontramos en los libreros de lance. No es baladí hacer esa incursión en el pasado porque, como se sabe, las constelaciones familiares pueden explicar algo. Aunque en este caso, parece que la gratuidad del mal que Alfonso Laurencic ejerció sin pena ni culpa, no tiene explicación psicológica.
Este libro, impecablemente editado, con fotografías y datos complementarios, remueve las memorias acomodaticias y, como un meticuloso escalpelo, nos introduce en la mentalidad y vida, ambigua y oportunista, de uno de esos artífices del horror que poblaron nuestra guerra civil.