Andares de silencios, nostalgias…
Ana Lezcano
Max Estrella Ediciones, 2018
Vicente Aleixandre gustaba repetir que ‘la poesía tiene que ser humana. Si no es humana, no es poesía’. Recordaba estas palabras del premio nobel y miembro de la Generación del 27, leyendo y subrayando Andares de silencios, nostalgias… de Ana Lezcano.
No es aventurado decir que con este poemario emerge una voz auténtica, caracterizada por la delicadeza de su acento y por un espíritu solidario, de compromiso con los que sufren… de los perdedores, en suma.
Lo primero que llama la atención es el hilo invisible que une los poemas con los dibujos, en este caso la palabra se completa con la imagen y las imágenes… fijan, proyectan y añaden nuevos significados al texto, a veces sombríos, a veces enfatizando el poder de la pérdida, a veces nostálgicos de un ayer que se fue y un hoy que se está yendo y, a veces creando una atmósfera inquietante pero esperanzada.
No es la primera vez que esta licenciada en Bellas Artes, pintora, cuyos cuadros se han expuesto en importantes galerías, escenógrafa y figurinista ha ofrecido muestras de su talento. Ahí está su libro Pinceladas de Madrid y el dedicado a Pomer (pueblo de la comarca de Aranda).
Asimismo, llama la atención como en sus escenografías logra plasmar un clima irreal, onírico y próximo al surrealismo, que es paralelo a la persistencia del tiempo en los objetos, ya sean unos anillos viejos o unas fotografías descoloridas.
Es desasosegante reconocer que los recuerdos también mueren… desaparecen. Desde que vio la luz la poesía, en la Grecia mítica, con sus poemas homéricos una de las metáforas más repetidas es la vida como camino, ahora bien, los caminos son infinitos para dar testimonio del paso de la vida. Ana ha elegido la perspectiva de la nostalgia, con una enorme sensibilidad, para apreciar el dolor de los seres desvalidos y los conflictos que aniquilan a los más débiles entre miradas de indiferencia… entre quienes prefieren mirar para otro lado.
El dolor no es incompatible con la delicadeza. Los restos del naufragio pueden ser incluso confortables… porque son lo que nos queda de lo que fue; en tanto que el silencio puede suceder a un grito ahogado.
La luz y la sombra pugnan dialécticamente y dejan como restos del combate la penumbra. Los colores reclaman su espacio. Las vanguardias pusieron de manifiesto como los colores son mucho más que expresión de sentimientos, son los sentimientos mismos. Ana Lezcano muestra con habilidad y delicadeza, como la penumbra a veces no es más que un espacio del que acaban por adueñarse las preguntas sin respuesta.
El ayer, el pasado, tiene una enorme capacidad para adherirse a la piel, mientras la vida se va escapando lentamente en los objetos, dejando una enorme nostalgia, tristeza y silencios dolorosos a su paso.
Como telón de fondo está presente el mar. El mar es algo más que un espacio. Es paz, es una fuente de la que surge la imaginación y, a veces, parece que es infinito y que no tiene fondo ni limite.
Unas flores secas son una invitación a la tristeza, un claustro medieval vacio y solitario nos retrotrae a otro tiempo… hay que seguir caminando aunque el dolor pese como una losa.
A lo largo del viaje se recorren ciudades emblemáticas: Lisboa es el fado, es Alfama, es la nostalgia de un tiempo que parece permanecer en los rincones… pero que en realidad se fue sin despedirse. También aparece al fondo la catedral de Palma… dando la impresión de que el tiempo se detiene en los libros. Hay senderos que conducen al misterio, otros nos llevan a la explotación, al hambre, a la desolación… donde pese a todo, late la esperanza.
El mar parece no tener límites como tampoco lo tienen las dunas, las arenas del desierto. Una jaima instalada en el Sahara es un juego de líneas y ritmos. Hay voces que van al mar y voces que regresan del desierto.
Los viajes inacabados, interrumpidos como si pareciera que el viaje es el camino y el camino es la existencia que da lugar a una perspectiva cerrada y nihilista, que lo conduce hacia el eterno retorno nietzscheano.
Rabindranath Tagore afirmó, en una ocasión, con ese lenguaje poético en el que gustaba expresarse, que ‘la poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos’.
La memoria lo registra todo. Hay fantasmas que parecen flotar en la atmósfera, en tanto que otros van desapareciendo… sin terminar de irse nunca. Si algo hay inseparable del sufrimiento son las pesadillas que nos sacuden, nos causan terror y amenazan con aplastarnos.
En ese viaje que Ana Lezcano va describiendo con sabia mano. También hay lugar para los éxodos hacia ninguna parte, para esas miradas tristes de quienes no entienden tanta alambrada, tanto muro y tanta crueldad. El viejo mundo envejece, el nuevo se desangra. El hombre es un lobo para el hombre. Desolación, desconsuelo, en el camino está también la esperanza. Suena un grito: ¡despertad conciencias! Procede de una garganta rota, de alguien que quisiera que las cosas fueran de otra manera.
Unos zapatos viejos que aparecen en una de las ilustraciones son, también, una imagen del cansancio, del dolor y de las decepciones que se han ido acumulando en el camino.
Y, sin embargo, la luz puede penetrar en el recinto en cualquier momento. Pueden abrirse puertas que permanecieron largo tiempo cerradas y nuestros ojos retienen en el trayecto la ropa tendida en los balcones y una figura que se asoma a la ventana.
El camino también tiene un anhelo… caminar juntos mientras las luces se van apagando y la noche es un heraldo del reposo.
La desolación presenta la forma de unos olivos olvidados en una zona ocupada. Los árboles tienen una gran paciencia, quizás por eso, siguen esperando.
Percibimos que una inmensa soledad nos atrapa mientras que en un rincón suena un viejo piano.
Los misterios pugnan por transitar en otras dimensiones.
Ana Lezcano es una voz poética madura y firme. Sus ilustraciones se adhieren a las palabras de la misma forma que están unidos el haz y el envés de una hoja.
No es un libro más. Es un poemario para meditar y para iniciar una búsqueda en forma de viaje… que no puede acabar sino en nosotros mismos.