Nietzsche
Friedrich Georg Jünger
Herder, Barcelona, 2017
Por Francisco Martínez
La figura de Nietzsche habrá de perdurar, necesariamente, como verdadero discurso humano –hacia adentro, hacia lo vivido con preocupación, no como elaborada y sonora narración frívola de cuanto ahora se estila como comportamiento- y ello por razón de cuánto su inteligencia ha destinado a indagar en el silencio significativo, en la soledad del hombre nuevo (siempre nuevo en la medida en que cada cual actualiza en sí el destino propio y la duda), en esa soledad frente a sí y, sobre todo, frente al poder, sea ello los dioses o los actos dominantes de los poderosos.
Perdurará, creo, porque en él el lector atento hallará consuelo en la comprensión de sus preocupaciones, sosiego en la solvencia y brillantez de su pensamiento, vías de existir en la percepción sagaz de lo observado. En algún sentido su obra ha constituido formalmente una guía, una referencia necesaria de pensamiento, de adopción de la realidad en la cultura contemporánea.
Hay un ejemplo alusivo que considero relevante en el análisis –detallado, delicadamente estudiado- de Jünger a propósito de una de las expresiones –el comportamiento social, la necesidad casi enfermiza de protagonismo- más visiblemente vigentes en lo que podríamos llamar el hombre nuevo. Dice el biógrafo: «La figura del actor es crucial en relación con el problema del nihilismo», y añade, un poco más adelante: «El actor es el único capaz de arrojar luz acerca del nihilismo (que, añado, es el resultado moral del comportamiento consciente, mas denuncia a la vez del comportamiento fingido) La primera pregunta que tenemos que hacernos es: ¿quién es este actor? Nietzsche define el nihilismo en ‘La voluntad de poder’ donde escribe que el nihilismo es el hombre que, respecto del mundo tal como es, juzga que no debería ser, y, respecto del mundo tal como debería ser, juzga que no existe» Y, al poco, continúa Jünger: «Es imposible imaginarse una interpretación más acertada de la figura del actor; podríamos extrapolarla así: el actor es el hombre que representa lo que no es, y que es lo que no representa».
¿Se habla aquí del político? ¿Tal vez del hombre común vencido, ganado por las necesidades? El libro constituye, sin duda, un acercamiento –interior, reflexivo- al hombre atribulado de hoy, más, por extensión, tal vez al hombre de siempre, consciente y, a la vez, elector de algún tipo de fingimiento como actitud social.