Fer-se totes les il·lusions possibles
Josep Pla
Ediciones Destino, 2017
Como en Lisboa no hay una librería Blanquerna, me manda mi amigo Mundet desde St. Pere de Ribes, el último libro que se acaba de publicar de Josep Pla. Juntos, hemos ido buscando libros catalanes por esas librerías de Barcelona, que van disminuyendo, lo mismo que lo hicimos por Lisboa hace años. Él, que conoce la historia de España y su literatura tan bien como las catalanas, es quien ha ido ensanchando mis precarios, pero indispensables, conocimientos de la literatura catalana.
Hace un par de meses han salido a la luz las notas dispersas de Josep Pla que no llegaron a ser publicadas en su momento, interrumpida la edición de la Obra Completa en 1984. Ha habido que recurrir al inmenso AGA, Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, esos hangares desabridos, para recuperar todos esos documentos que allí dormitaban pues habían tenido que ser sometidos a la censura.
Las ediciones Destino, gracias al trabajo de Francesc Montero, nos han permitido conocer esa cara oculta de Pla, esa que desmiente esa presunta indiferencia política que le achaca una izquierda poco ilustrada. Fer-se totes les illusions possibles, se nos descubre ese Pla que era sensible a la situación general en España (‘aquest règim d’abjecció de Franco’) y en Cataluña en particular, de represión y de ignorancia, de indiferencia de las élites económicas por la cultura, algo que aun hoy arrastramos, en mi opinión. ‘Ha sido (el franquismo) un régimen de jesuitas y de capellanes abstemios, inútiles y fanáticos, con todo el producto del puritanismo’.
Muchos de sus textos son de antes de la guerra y la mayoría de los años cincuenta y sesenta. Nos completan la idea de ese Pla algo desencantado, casi cínico a veces, ‘a los 19 años, casi todo queda (de la pasión) arrasado o destruido. Todo se hace administrativo, habitual, monótono e insignificante’. Aunque nos dice que ‘jo soc un candorós recalcitrant’, no un cínico ‘lo que llamamos felicidad no es más que una decepción razonable, sensata. Más allá no hay más que dolor y miseria’.
Su gran sensibilidad por la cultura catalana, por el hecho catalán, le lleva a esa advertencia ‘Es pot conquistar amb un arrauxament. Colonitzar implica intelligència, Espanya’. ‘Se puede conquistar en un arrebato, irreflexivamente. Colonizar implica inteligencia, España’. Ojala alguien leyera esta frase en Moncloa. Pla es un gran pesimista y cree poco en los hombres y muy poco en los catalanes, de los que dice, ‘el catalá actual és un producte de la decadència de Catalunya. La seva nota característica és un complex d’inferiritat, degut a la deterioració de la seva personalitat. El catalá no té pàtria i per tant és un ésser diferent, que no pot comparar-se amb els que en tenem. Perdé la pàtria, féu un gran esforç per tenir-ne una altra sense lograr-ho’. Por esa limitación el catalán, nos dice, es taciturno.
También hay notas desenfadadas, sinceras, sobre la literatura, como el breve retrato de Josep María de Sagarra, los comentarios sobre Léautaud, García Lorca, Unamuno, Fuster, de Josep Carner (le entristece enormemente su exilio en Bruselas), el muy irónico sobre Maurici Serrahima (‘es tan rápido y eficiente que solo puede escribir banalidades’), Teilhard de Chardin (‘que le vamos a hacer, era francés’).
Sus reflexiones siempre nos hacen pensar, nos sugieren otros caminos, como ‘se constata, a menudo, que la sensibilidad es más importante que la inteligencia. En general la inteligencia es una forma acusada de la memoria’.
Y sus descripciones del paisaje, de los pueblos, de las gentes del Ampurdán, de las que sus lectores hemos ido disfrutando a lo largo de toda su obra, de sus relatos de viajes, con esas pinceladas breves, que lo convierten quizá en el mejor escritor paisajista de esta piel de toro. ‘El cel era pàllid, de color d’oliva’.
Su sensualidad erótica, que también condenaban los censores, sus cartas pornográficas a A. (mujer casada), los recuerdos de las putas, otros tantos temas que lo hacen incorrecto para los pudibundos.
Las páginas sobre la revista Destino son muy interesantes (Pla escribía hasta las falsas cartas de los lectores, la cuestión era llenar las cuarenta y dos o cincuenta y seis páginas semanales), sobre su organización, sobre el nefasto (Ignacio) Agustí, sobre todos los tímidos que allí escribían, según nos dice con ironía.
No pueden faltar sus comentarios sobre la alimentación, pues ya sabemos que era un apreciador de la cocina y de los productos, muy distinto del esnobismo actual tan extendido y de nuevos ricos. Léase su libro Lo que hemos comido, por ejemplo. ‘El vino español, hasta el de Rioja, no tiene ninguna importancia. Es un vino que no se puede tomar solo : siempre hay que comer algo. Los coñacs andaluces no tienen nada que ver con los coñacs auténticos; son una cosa destructiva. Los champans catalanes son contrarios al bienestar humano elemental y normalísimo. Las gentes del país beben este líquido porque este es un pueblo sobrio y, por tanto, aspira, a veces, a estar malo. Es fatídico’. El whisky (‘cada artículo equivale a un número irrisorio de whiskys’), sin embargo, es ‘el líquid de la bondat, de la fantasia, de la imaginació’.
Pla es un espectador, nunca un moralista. Por eso quienes quieren juzgarlo solamente por sus posiciones políticas se encontrarán con su ironía, con su gusto por la paradoja y el humor, pero no un sistema y menos una línea de pensamiento, pues detestaba el clericalismo, el jesuitismo y la intolerancia. Como dice el editor, esto es un collage sin sistema y por eso precisamente se lee con gusto, especialmente cuando ya se han leído otros libros del escritor.
No sé si en estos tiempos de fobias tremendas este libro va a ser traducido al castellano. Pero no es difícil leer el catalán, con un buen diccionario al lado (recomiendo el de la Enciclopèdia Catalana, con 56.000 entradas), pues siempre hay palabras que afortunadamente se nos resisten. Por otro lado, aprovecho la ocasión por abogar por que los que hablamos español nos abramos al catalán, a su cultura, a su historia. Otro gallo cantaría si muchos políticos se asomasen a la ventana que da a Cataluña, con menos arrogancia y con más ganas de entenderse, con menos fatxen.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye