El último refugio
Jesús Díaz Hernández
Ediciones Vitruvio, 2018
Rendido amante del cine como también lo soy, confieso que lo primero que me vino a la cabeza al recibir la nueva obra del escritor y periodista madrileño, nacido en 1954, Jesús Díaz fue el rostro de Humphrey Bogart; ese rostro, de héroe desarbolado y zaherido, absolutamente inconfundible. Y es que, por estos pagos, con el título de El último refugio también se dio a conocer la célebre y magistral película de 1941 High Sierra, dirigida por Raoul Walsh, escrita por John Huston y protagonizada, en efecto, por aquel Bogart conmovedor que buscaba en vano su redención en cada fotograma. Con todo, esta primera impresión mía no resultaba tan irracional y extravagante, pues, si de héroes desarbolados y zaheridos se trata, a ellos bien puede aludir la cita de Somerset Maugham que encontramos al inicio de la obra de Jesús Díaz, y que explica su título mismo: «Los proverbios y máximas son el último refugio de los desamparados». Proverbios, máximas: valga decir aforismos, y nos pondremos definitivamente en la órbita de esta creación.
Los aforismos fueron utilizados por primera vez por el padre de la medicina, el griego Hipócrates, como una serie de proposiciones relativas a los síntomas y al diagnóstico de las enfermedades. Entendidos como una «declaración u oración que pretende expresar un principio de manera concisa, coherente y en apariencia cerrada», se aplicaron después a la ciencia física, para pasar a generalizarse, finalmente, a todo tipo de principios. Y tanto que sí, puesto que, hallándonos ante una forma no lírica en primera instancia, ya podemos afirmar sobrada y fehacientemente que la lírica ha acabado ganando el aforismo para su causa, con el paulatino afianzamiento de las posibilidades de la prosa poética en el contexto de la poesía moderna. El aforismo lírico, pues, postularía una suerte de verdad artística –no científica- revelada con la fuerza de la sentencia, y que encontraría su molde en una breve prosa poética de gran intensidad. En el caso de Jesús Díaz, esos breves fragmentos no resultan tan explícitamente poéticos como argumentativos o incluso filosóficos, pero el hecho de que denoten más que connoten no implica en absoluto una posible inanidad. Al contrario, cada uno de los aforismos que aquí encontramos custodia tras sus palabras un palpitante mundo interior que los lectores podrán desentrañar entre el deslumbramiento –a veces humorístico- y el vértigo.
No incurren tampoco los aforismos de Jesús Díaz en los desarrollos exagerados –algo practicado por algunos y que, a mi juicio, resta efecto, e incluso oportunidad o directamente credibilidad, a esta particular forma de expresión-. Los textos del autor son concisos, van al grano y encuentran el meollo, e indudablemente en ello tienen mucho que ver las horas de vuelo ya acumuladas por Díaz en los cielos de la literatura. Autor de cinco piezas teatrales ya estrenadas, y de un libro de fábulas dirigido al público más joven, cuatro importantes poemarios vertebran el corpus de una sólida trayectoria: Los sueños perdidos, de 2003; Olvidos eternos, de 2007; Quizá en otro mundo, de 2010; y En mil pedazos, de 2014 (publicado ya por Ediciones Vitruvio, como el nº 468 de la Colección «Baños del Carmen»). Una sustancial dedicación a la poesía que ensancha el pensar, templa el sentir y afina el decir. Exactamente lo que un volumen como El último refugio necesitaba.
Las diecinueve secciones del libro, que reúnen un total de 401 aforismos entre los que se incluyen las impagables definiciones del «Diccionario excéntrico» de cierre, parecen agotar un amplio universo temático, lo que felizmente recuerda esas sinfonías que, gracias a la pericia del compositor, apuran su material musical hasta la última nota, y más aún, hasta la última posibilidad de invención. 401 aforismos, sí; margen sobrado para poder afirmar, junto con el prologuista Sergio Iborra, que estamos ante una «obra inteligente y, por consiguiente, amarga e irónica». Difícil que fuera de otro modo no sólo por los méritos del autor, sino también por la propia condición humana y sus circunstancias diversas, que son el objeto de análisis sistemático a lo largo de las páginas de El último refugio. La preocupación ontológica deriva en el perpetuo asunto de Dios, quien, «aunque no exista, da la triste impresión de ser absolutamente necesario»; un aserto en el que bien podríamos hallar resonancias de la racionalización de la fe y de la propia figura divina postulada por Kant en virtud de las necesidades de la moral. El autor apela igualmente a la más alta filosofía –en este caso a Marx y a su concepto de «superestructura»- cuando escribe: «Dios tiene dos tipos de seguidores en el mundo: los que le rezan y le adoran, y los que se sirven de él para dominar a los que le rezan y le adoran». Pero, si «la ilusión de Dios sigue cerrando el paso a muchas ideas», tal no es el caso de las defendidas por el autor, que se abren camino por temas tan diversos como la amistad, la educación, la razón, la política y la guerra, el recuerdo y el olvido, la riqueza y la pobreza, la felicidad, el tiempo, la muerte y, por supuesto, el sentimiento rey que es el amor, y la herramienta reina para un escritor, que es el lenguaje. De ahí que Jesús Díaz, en un alarde de concisión, revelación y sólo aparente paradoja, haya podido cuajar esta belleza: «Mi amor por las palabras me ha hecho amante del silencio».
Las acepciones del «Diccionario excéntrico» que clausura estas páginas suponen una perspicaz apoteosis humorística –con perlas que subvierten incluso algún que otro lugar común («Esperanza: Hoy en día, lo primero que se pierde»)-, y el broche ideal para todo un libro, El último refugio, cuya principal virtud quizá resida en mostrarnos, generosamente, el precipicio intelectual, ético y emotivo al cual puede asomarse la creatividad de un escritor tan inteligente como Jesús Díaz Hernández.