Montaña Rusa
Fernando López Guisado
Ed. Nostrum, 2016
Fernando López Guisado hace su primera incursión en la narrativa a través de veintiocho relatos de terror personal e intransferible. Los relatos de ‘Montaña Rusa’ dan muestra de una realidad que bebe de fuentes clásicas del género de terror y de los resquicios más abruptos y actuales de su imaginario a través de personajes y situaciones que recuerdan al cine clásico y también a las propuestas más descaradamente audaces y actuales. De esta forma, el lector se encuentra con una horquilla que va desde la variante clásica al terror más rabiosamente sanguinario, pasando por referencias más sutiles que hunden sus raíces en la ciencia ficción, las leyendas o el folclore, en definitiva, el miedo como emoción y como forma de reencontrarse con uno mismo, con los tormentos de cada cual y con la vida. Fernando lo sabe y nos brinda su universo para que lo acompañemos y veamos nuestro mundo desde su mundo, desde sus ojos, desde lo alto de su montaña.
Fernando López Guisado domina el lenguaje narrativo y no necesita abducir al lector con retóricas gratuitas: su verbo es cortante como el filo de una navaja y a su vez produce la sensación de estar ante una prosa extrañamente bella, aderezada con un humor mordaz y ácido y grotesco y sucio, voz personal de un escritor capaz de provocar emoción en cada uno de sus relatos. Esto es, a mi juicio y por encima de todo, ‘Montaña Rusa’, un despliegue de emociones que ofrecen al lector el ticket al viaje espectral de la montaña asesina, la que horroriza después de elevarse despacio para hacernos creer que el viaje será fácil, que la vida es esa ruta ascendente y cómoda en un cochecito con freno a tres kilómetros por hora. Después, sobreviene el desplome y nos desparramamos por los costados. Cuesta recomponerse pero el viaje que nos ofrece el autor es un viaje comedido. La experiencia literaria que nos propone se realiza con la medida necesaria para mantener al lector con el cinturón abrochado hasta el final del trayecto. La montaña de Fernando López Guisado, es una plataforma para la que hay que estar preparado para experiencias tan diversas como el lirismo y la emoción de ‘Reflejo de Lorelay’, o ‘La melodía de Ulises’, pasando por la adorable y devastadora ‘Plastilina’, o la desternillante ‘Bruja’, o el desasosiego de ‘Comegentes’ o la deliciosa ‘Tuétano’ o la inimaginable y brutal ‘Repostería Americana’, o el vértigo narrativo de ‘Montaña Rusa’ o la atrocidad de los relatos protagonizados por zombis que parecen sentir y convivir y compartir algo de nuestro mundo, o el sonido de un ‘Claxon’ que acaba resonando en los oídos del lector con la insistencia de un pasado que late aún en el corazón de los valientes.
En ‘Montaña Rusa’ el protagonista de los relatos es el monstruo de las mil caras, el que se come a las personas o el que se devora a sí mismo o el que se refleja en espejos que no pertenecen a nadie, el monstruo es la bruja que mortifica por insana y grotesca, el monstruo es la princesita con pasado turbio, el monstruo es el que devora y permanece y se hace fuerte en cada uno de los lectores que no pueden dejar de leer porque se reconocen o reconocen al monstruo y lo alimentan leyendo/releyendo-se para satisfacción del autor. La experiencia de ‘Montaña Rusa’ es la experiencia del espejo que devuelve la imagen del cadáver al que uno se aferra porque necesita seguir amando.
El universo de ‘Montaña Rusa’ está a medio camino entre el ser y el no ser, entre lo real y la ficción, la ficción del horror que paraliza y escandaliza, y la realidad de unos personajes de carne y hueso. La realidad de la montaña está a medio camino entre la paranoia más gamberra y desternillante y la realidad más anclada a la tierra, esa realidad que sabe a bollos y huele a comida y a sangre y a estupefacción; desde el habitáculo de ascenso se sienten las risas y las lágrimas y la desesperación y el recuerdo y el odio y la visión de uno mismo frente al vacío. Su universo se aprecia desde lo alto de la montaña construida por el propio Fernándo a una altura inimaginable. Cuesta pensar que algunos de los relatos no sean el germen del proyecto más ambicioso de una novela. Como lectora no me importaría compartir una nueva experiencia literaria desde la que dejarme arrastrar una vez más en caída libre.