La alegría de pintar
Pierre-Auguste Renoir
Casimiro libros, 2016.
Por Francisco Martínez
Acaso todo, los males y los bienes, derivan de un mal o un bien anterior. También, sin duda, el arte. Ahora bien, no es tarea del artista el abundar en este reconocimiento –que suele ser olvido. Pero ello no constituye falta de ese reconocimiento, de raíces, sino que constituye una forma más de generar esa identidad única necesaria –que ha de expresarse de todas las maneras posibles, incluso a través de la palabra- y que no es sino una intención –imaginaria, ay!- en procura de lo distintivo, de la originalidad.
Lo curioso es que esta identidad específica, esta cualidad distintiva se cumple en algunos de una manera sublimada, sutil, más al fin manifiesta. Tal es el caso de nuestro artista, Renoir, de ahí que quepa entender alguna de sus expresiones recogidas aquí –en este libro original, bien cuidado en su edición y revelador como materia teórica del pintor- como manifiesto, altivo si acaso, de posturas que revelan el alma del que, a través del color, canta y reza, define, especula y transforma más allá de toda realidad concreta.
Dice Renoir: «Cuando estoy trabajando en mi cuadro me olvido de todos los pintores», y, puesto que él lo dice, sea que pueda haber en ello algo de verdad; ahora bien, quien contemple su cuadro ‘La yola’ (p.71) no puede por menos que pensar en la facunda labor que llevaron todos los puntillistas, generadores de esa emoción pictórica que consiste en pintar como lluvia, donde la materia que llueve es el color. En tal expresividad técnica caben todos los mundos imaginarios que se representan, y aún más allá.
A mayor abundamiento de cuanto hemos comentado, escribe el propio Renoir un poco más abajo, también, por qué no, abundando en su declaración de una postura personal ante la concepción del arte: «Venus…para la eternidad, tal y como la pintó Botticelli». Pero he aquí que en este momento habría de ser el observador quien reclamase una Venus de Renoir; sería ‘el punto de vista personal’, y no han sido pocos sus intentos más o menos deliberados.
Sea pues que la belleza radica en el pintor, en cada pintor. Él es quien nos desvela los secretos de ese Secreto que va más allá de cada uno de los pintores que en el mundo ha sido: La propia esencia o representación de la Belleza.
Inasible, eterna: «Ars longa, vita brevis»