noviembre de 2024 - VIII Año

‘El juego del revés’ de Antonio Tabucchi

El juego del revés
El juego del revés
Antonio Tabucchi
Anagrama, 2016

 

 

 

 

Por Francisco Martínez

Solamente con la aportación que este italiano sensible ha propiciado en favor de la obra de su querido Pessoa acaso hubiera sido suficiente para que ocupase un lugar relevante dentro de la literatura europea. Más he aquí que, ya fuese por esas afinidades electivas de rango literario, ya porque su formación y percepción inteligente sobre la realidad lo hayan ahondado, el caso es que Tabucchi, con el tiempo, se ha afirmado como un cuentista muy significativo por su capacidad descriptiva, por su amainado reflexionar sobre el carácter femenino o, sencillamente, sobre su discurso de lúcido observador realista –una realidad que, en ocasiones, para él tiene algo de especulativo, de ensoñador- su obra es ya un referente necesario en el discurso literario europeo.

Ahora, en una nueva edición de Anagrama, aparecen sus primeros cuentos donde es fácil señalar algunas de las características resaltadas y que dan fe de su cuidado lenguaje y su estilo implicador. En ‘El juego del revés’, título que da nombre al libro, leemos una fragmento que muestra su delicado amor a Pessoa y Portugal: «La Saudade –repara, lector, escrito con mayúscula- decía María do Carmo, no es una palabra, es una categoría del espíritu, sólo los portugueses con capaces de sentirla, porque poseen esa palabra para decir que la tienen, lo dijo un gran poeta» Y, un poco más adelante. «Sigamos un itinerario fernandino, decía ella, éstos eran los lugares predilectos de Bernardo Soares, contable auxiliar en la ciudad de Lisboa, semi-heterónimo por definición; era aquí donde ideaba su metafísica, en estos lugares de barberos» Barberos simbólicos que se harían universales, cabría añadir, pues Pessoa, com tantos grandes autores, dignificaba cuanto hacía suyo como percepción reflexiva y útil.

En cuanto, digamos, a su decir literario propio, hay un pasaje de ‘Vagabundeo’ que resulta esclarecedor (él, por cierto, un ‘buen vagamundo’). Dice: «Iban de casa en casa, vendiendo madejas y distribuyendo papelitos de la fortuna. Atravesaron el valle del Crostolo y tomaron la carretera hacia Mucciatella y Pecorile. Por la noche, dormían en pajares de caseríos y hablaban de muchas cosas, especialmente de la bóveda celeste, porque Regolo conocía bien las estrellas y sabía su nombre. Regolo tenía una enamorada en Casola que les hospedó durante cinco días. Se llamaba Alba, era una mujer sola, con un viejo padre enfermo, y Regolo le hacía de marido una vez al año».

En cualquiera de los demás cuentos, desde ‘Carta desde Casablanca’ -Tabucchi conoce bien la literatura epistolar como labor artística- hasta ese recuperado ‘Fuegos artificiales’, el lector es fácil que se deje llevar por una sensación del lento reparar, del discurso crítico pero a la vez amable y solidario, de un ritmo ‘natural’ en el pensar lo observado que todo lector apreciará, sin duda, como un bien a tomar en consideración.

 

 

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