Cartas del navegar pintoresco
Correspondencia de pinturas en Venecia
Leticia de Frutos
Machado libros, 2016
Por Ricardo Martínez
http://www.ricardomartinez-conde.es/
Cuando el libro, a su interés cultural une el atributo, tan escaso, de la originalidad, es de celebrar pues une al presumido gozo por el conocimiento, la satisfacción de esa curiosidad que Platón invocaba como medio para alcanzar la sabiduría.
Dado, a la vez, que el tema tratado es a propósito del arte –concretamente de la pintura- y todos aquellos atributos de estética sin ignorar los menos artísticos –pero no por ello menos sabrosos- de cuantas vicisitudes, intrigas y viajes involuntarios que un cuadro pueda recorrer en su vida menos estética, el interés se suscita de inmediato y podemos tener ocasión de asistir a situaciones curiosas y sublimes a la vez.
Situación curiosa, por ejemplo: «Entonces, era frecuente que cada semana Saurer enviara a Carpio –dos reputados intermediarios en materia de pintura veneciana- varias galerías ficticias en papel, que podían provenir de la casa de un tintorero, de la colección de un noble o de la de un desconocido ciudadano veneciano. Pero a pesar de la disparidad de su procedencia parecía que en todas había algo en común: el eco de los nombres de Tintoretto, Bassano, Veronés o Tiziano»
Sublime cuando podemos leer la definición de un autorretrato narcisista con una prosa tan exquisita: «Apoyado en la tierra, contempla el doble astro, sus ojos, y sus cabellos dignos de Baco y también dignos de Apolo y las lampiñas mejillas y el marfileño cuello y la belleza de la boca, y el rubor mezclado con nívea blancura y admira todas las cosas por las que él mismo merece admiración. Sin saberlo se desea y él mismo, que da la aprobación, la recibe, y mientras busca es buscado y a la vez incendia y se inflama»
Claro que, en todo pudiera haber engaño, pues hay un pasaje muy expresivo de la situación que era factible pudiera darse, donde se lee: «Y es que tal vez, como ya he dicho, la falta de defectos en la pintura podía ser muestra de que se trataba de un copia. Cuántas pinturas lo eran, y por su perfección era como si se hubieran acabado ayer»
De la consideración de la naturaleza misma de la pintura, de las copias o engaños que pudiera haber en su intercambio y de los intereses más o menos ocultos que concita toda transacción material se ocupa la autora, Leticia de Frutos, en un libro amenísimo que justifica de sobra su irónico título, y subtítulo: ‘Cartas del navegar pintoresco. Correspondencia de pinturas en Venecia’ Corría el siglo XVII, pictórico por excelencia, y en este libro se recoge «la correspondencia mantenida entre los agentes que compraban pinturas en Venecia en ese siglo para los grandes coleccionistas españoles.
Un buen programa para una lectura amenísima, documentada, instructiva y curiosa.