Cuadernos. vol.II
Georg Christoph Lichtenberg
Hermida editores, 2016
Por Ricardo Martínez
http://www.ricardomartinez-conde.es/
«Todo estado del alma tiene su propio signo y expresión, igual que la inocencia, a la que nunca alcanza la culpa; ahí veis lo difícil que es parecer original sin serlo» Este texto, breve como buena parte de la obra que le ha hecho famoso no solo entre los lectores, digamos, comunes, sino entre grandes escritores, desde Mann a Nietzsche, desde Canetti a Cioran, responde, curiosamente, a la inteligencia de un científico que, entre sus aficiones, había adoptado la tarea de confeccionar un almanaque al que añadía, a modo de consideraciones ético-morales, reflexiones que, en clave irónica –él, que cultivó el sentido del humor- equivalían, en ocasiones, a una especie de máximas de uso y siempre, desde luego, a brillantes críticas de lo tenido como real en actitudes y comportamientos.
Puede decirse, desde luego, que su aportación a la aforística europea ha sido decisiva, y sus cuadernos permanecerán en la memoria de todo buen lector, de todo lector inteligente por cuanto a él alude, a él convoca en sus observaciones críticas a propósito de la realidad circundante, pero, además, haciéndolo en un lenguaje tan llano y significativo, tan perspicaz y sincero que no era posible abstenerse a sus llamadas, más o menos explícitas, ya fuese a propósito del amor o de la religión, de la actitud moral o la filosofía.
Lo que ahora nos ofrece Hermida editoriales es el segundo volumen de sus famosos Cuadernos (‘contiene los cuadernos D y E, apuntes desde 1773 hasta 1775, respetando íntegramente la obra canónica original, que hasta ahora sólo se había traducido breve y parcialmente’) que equivale en el hacer y el haber del autor a anotaciones sueltas, a breves consideraciones escritas que luego, elaborados, han conformado uno de los fundamentos literarios más penetrantes de la narrativa breve europea (‘siempre fiel a la observación y al análisis de lo que rodea al ser humano: la naturaleza, la sociedad, la literatura, el arte, la simplicidad y diversidad de la vida’).
Ejemplos, por fortuna, los tenemos abundantes, por cuanto su producción no fue menor a pesar de que su preocupación intelectual principal la constituía la ciencia en general, y la astronomía en particular. En uno de los pasajes leemos: «Quizá sería bueno, en las demostraciones metafísicas de la existencia de Dios, evitar por completo la palabra ‘infinito’, o al menos no utilizarla antes de haber aclarado la cosa» O bien, «Conocemos a sus truhanes mejor que ellos a nuestros eruditos» Siempre, ya queda dicho, atendiendo al discurso claro, pues «Aquel hombre tenía tal prolijidad en todo lo que decía y una forma de expresarse tan propia de una carta de embarque que no había ser humano que pudiera soportarlo».
Sea pues, una vez más, ‘lo bueno, si breve, bueno dos veces’, tal como, al parecer, expresó exactamente el gran Gracián.