Las primeras poetisas en lengua castellana
VV.AA.
Ed. Clara Janés Siruela, 2016
Por Ricardo Martínez
http://www.ricardomartinez-conde.es/
«Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras y armas?» Es curioso que aparezca aquí ya una autora –muy brillante, por cierto: innovadora, valiente en la causa femenina que defendía- para reivindicar la dedicación a las letras, y se haga de una forma tal como una especie de alegato en favor de la venganza… Curioso pero no extraño: la reivindicación femenina es un tema perenne como actitud, como exigencia de derecho a la libertad.
Parecería más propio, no obstante, por razón de las circunstancias, que haya ejemplos que respondan más a ciertas influencias literarias de obra ya acuñada por la fama. Así el caso de sor Hipólita de Jesús Rocaberti cuando escribe, al modo de Jorge Manrique, los versos: «Pues a cuanto el mundo alaba/ pone fin la sepultura, / no quiero bien que no dura, /ni temo mal que se acaba».
En este libro tan interesante y siempre oportuno, la antóloga, Clara Janés ha querido recoger los frutos poéticos de 43 mujeres que, en distintas épocas y con voces y argumentos distintos, quisieron expresar el lado literario de su corazón y su inteligencia.
Y a fe que nos encontramos con ejemplos dignos de citación, pues hacen uso de un lenguaje desnudo, unas alusiones emocionales que son de destacar. Así en la p.77 podemos leer: «Ay, soledad amarga y enojosa,/ causada de mi ausente y dulce amado;/ dardo eres en el alma atravesado,/ dolencia penosísima y furiosa» El sentir religioso estaba muy presente en ese siglo tan católicamente espiritualizado, y el peso de Sta Teresa era evidente.
La influencia espiritual, en efecto, está siempre presente; casi era el idioma oficial para los raptos emocionales, tal era el peso de la educación existente en tal sentido. Así, hallamos aquí incluso a una María de Zayas alejada de los entremeses que tanta fama le darían, pero blandiendo pluma sublimada: «Quisiera, pluma mía, /que de deidad un resplandor tuvieras, /para que en este día, /a pesar de la envidia, te excedieras; /pluma de Homero fueras/ que tanto el mundo alaba, /o aquesta lira maravilla octava».
El caso es que ha de señalarse que el tono poético es delicado, aéreo por sublime, mas correcto métricamente y de una indudable valía estética. He aquí, si no, otro ejemplo que nos recuerda, en parte, los tránsitos amorosos de san Juan de la Cruz: «Hermosos ojos serenos, / laberintos del amor/ en cuyas luces dichosa/ se pierde el que las miró».
Dícese del Medievo, y aún en los siglos barrocos, que la imagen servía en todo momento como ‘lectura’, como transmisión de cultura. Pues bien, tal podría decirse, a la vez, de estos textos, que habiendo sido escuchados con declamar sentido, probablemente eran capaces de inundar corazones sensibles de sentimientos elevados. Un concepto de poesía tal vez mediatizado, pero sin duda eficaz a la causa de la fe, y, por extensión, del más elevado sentimiento amoroso.