noviembre de 2024 - VIII Año

‘La mirada rasante’, de Eva Molina Saavedra

La mirada rasante
Eva Molina Saavedra

Bartleby Editores. Madrid, 2024

ASIDERO PARA LA COMPRENSIÓN

La buena poesía es, sobre todo, un asidero desde donde interpretar el mundo. No para seguir los pasos de la tribu, sino para desandar lo andado, para sublevarnos del rebaño, para subvertir lo humanamente ajeno. Nos ofrece claves con que dar sentido a nuestras vidas. Y a esas claves nos aferramos desde un espacio propio. No sólo se observa y se medita hondamente sobre la realidad, sino que se traza mediante el microcosmos individual emociones, experiencias y sueños, que trascienden al macrocosmos de todos nosotros, receptores que nos identificamos con ese mismo conjunto de emociones, experiencias, sueños. En resumidas cuentas, la poesía reflexiva.

Vislumbramos esos parámetros de la buena poesía en La mirada rasante, opera prima (Bartleby Editores), de Eva Molina Saavedra. El título nos conduce a un mundo poético donde las constantes de la contemplación y de la humildad dominan la obra. La reflexión radica en el núcleo del tiempo desde el que tiene sentido la realidad. Por ello, el paso del tiempo, la raigambre de los recuerdos de la infancia así como en la conciencia de lo cotidiano adquieren, además tintes de crítica individual y social.

La mirada rasante es un libro breve, no por ello, menos importante. Podríamos decir que no sobran poemas ni sobran versos. Una cincuentena repartida en tres tramos equilibrados cohesionan una estructura sólida, en la que podríamos elevar la máxima clásica “ que todo es uno y lo mismo”. Nos hallamos, pues ante un conjunto de poemas breves, en verso libre, cuyos tropos más empleados son la metáfora y la metonimia.

En el primer tramo, “El misterio tiene su paciencia”, rozan el umbral de la quincena de versos, manteniéndose una media en torno a seis versos por poema. Teniendo en cuenta, además, que algunos versos poseen el sabor del metro corto, nos hallamos ante una exploración por el lenguaje muy ajustada. Ello podría acercarnos a la “poética del silencio”; en cambio, el asombro en el caso de Molina Saavedra es conducido por vía de lo doméstico hacia la reflexión de nuestro tiempo. “En desborde” propone el sustento de la historia como punto de valoración: “Es hora de esgrimir la espada / y apoyarnos en lo anterior. / En el reverso de un instante, / los que juzgan el mundo emergen / como de una cadena”. Otro pilar es el territorio natural en el que habitamos se observa en “Castilla”: “Como un paisaje que impresiona, / nada ocurre, / salvo el trigal en su esplendor / o el chasquido ámbar de la leña”. Asimismo, es vital que la voz poética haya pasado por la experiencia de lo real, de lo humano: “No sabía lo que es tener / el viento a favor / ni un cariño que no juzga / y acompaña”.

“En cualquier punto estás en el inicio”, el bloque nuclear, donde se presupone una asunción a regañadientes, una aceptación de las cosas sin rencores ocultos, pero también revela la condición de la mujer trabajadora que no recibe ayuda (crítica social). En la conclusión de “Filia” puede leerse: “La mujer descansa, / siente a los chiquillos / y acepta el frío encarnado en su estirpe, / las manos quemadas de lavandera”. Tampoco “En ser” la reflexión provoca el avance sin aprendizaje heredado: “Muchos sufrieron / para que ahora nosotros / estuviéramos bien”. Hallamos el sentido del título en la primera estrofa que conforma el poema “Manantial”: “Nos inclinas las derrotas, andamos / con la mirada rasante / de quien no comprende / porque su visión se ha fragmentado”. El discurso reflexivo se va aquilatando en estos poemas de regusto epigramático, y así lo recibe el lector, que es advertido de la importancia de tener carácter. En “Arrojo” se lee: “Ser valiente es pensar / que la sabiduría ciega / posee contornos nítidos / […] Que el tiempo se detiene al descubrirte / más allá del miedo”.

Por último, “Tan segura estoy del lugar” nos ofrece poemas con imágenes poéticas potentes (“Ciertamente fue nuestro aquel impulso / paralizado en el deshielo”), las personificaciones (“Ahora los senderos no callan. / Los arroyos devuelven la sonrisa”), el paralelismo de versos heptasílabos (“su aroma inolvidable, / su rubor compartido”), y también el sujeto cambiante de primera a una segunda y a una disolución de ambas personas en la impersonalidad verbal, incluso provocando el desdoblamiento de persona en “Abandono”. Las oportunidades pueden lograrse mediante la consistencia, pero no siempre perduran, dirá la poeta cordobesa en “Opportunity”. El tono se va recrudeciendo, el ser humano tiene ese poder, reside en su voluntad. Casi de todo se sale, somos capaces de remontar las malas experiencias pasadas, montañas de adversidades. Constituye la serie “Fisura”, “Gigante” y “Matriz” una tríada de poemas terriblemente bellos, sobresalientes por la actitud ética; Molina Saavedra nos transmite esa fuerza con que vencer la desesperanza el fracaso amoroso. El hecho de revivir el daño, sacarlo fuera y expresarlo con tanta contención y brío hacen de esta opera prima un comienzo estupendo.

Quedémonos con los tres últimos versos de La mirada rasante para comprender que la felicidad está arraigada, salgamos a buscarla en los instantes vividos a diario. Es este el asidero para la comprensión:

Delicadas briznas ensalzarán
a quienes se enfrenten a lo cotidiano
para buscar en su raíz la dicha.

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Archivo Entreletras

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