Jacob y el ángel. La poética de la víspera
José Luis Rey
Editorial Cántico (Almuzara Libros)
Colección Doble Orilla Poesía (Córdoba, 2023)
170 páginas.
La figura de Jacob es una de las más interesantes y complejas del Antiguo Testamento. Además, de Jacob dimana directamente toda la historia de José y sus hermanos; aquella que suscitó, en efecto, la apabullante tetralogía José y sus hermanos de Thomas Mann, con la que el genio de Lübeck —Premio Nobel de Literatura en 1929, y autor ya de Los Buddenbrook, La muerte en Venecia y La montaña mágica— quiso seguir al pie de la letra la sugerencia de Johann Wolfgang von Goethe sobre el particular: “Es una historia natural muy atractiva, pero parece demasiado breve y uno se siente llamado a narrarla con todos los detalles”. No obstante, volvamos a Jacob, a sus concretas peripecias, para fijarnos en una especialmente asombrosa: su lucha nocturna con el ángel hasta rayar el alba, de la cual arrancó una bendición divina susceptible de transformar el curso de su existencia (Génesis 32: 24-32). Tal es el cuadro alegórico del que se sirve el brillante y reconocido poeta andaluz José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973) para edificar y articular una personalísima poética que rebosa pasión por los cuatro costados; pasión artística cuya cristalización literaria se halla, en todo momento, a la altura de semejante vehemencia. Lo diré sin rodeos, además de con la energía que el caso merece: Jacob y el ángel. La poética de la víspera es un libro hermosísimo, valiente y lleno de inspiración, y a propósito del cual resulta difícil discernir si asombra más la pujanza persuasiva de sus ideas o el abismo precioso al que termina conduciendo.
Aparecido casi a la par que esa joya titulada El dorado (Visor Libros, Colección Visor de Poesía, 2023), podría sostenerse que Jacob y el ángel otorga profundidad y rotundidad ensayísticas a todo el fascinante misterio que, curiosamente, coadyuvaba a hacer de los treinta fragmentos de El dorado “un poemario compuesto en la tonalidad de Do mayor”, postulándose de tal modo “como el libro central y solar de toda una galaxia de incesante creatividad”, según tuve ocasión de señalar yo mismo en su día. Así pues, si en las páginas de El dorado José Luis Rey había sabido “cantar, al mismo tiempo, el privilegio emocionado de una vida creativa y la grandeza sagrada de la Vida creadora”, ahora, en Jacob y el ángel, a lo largo de su introducción y de sus ocho enjundiosos capítulos, el autor ha acertado a cuajar una poética del Ser —una poética del Ser más allá del lenguaje— sin que la tensión expresiva, y mucho menos la longitud de onda de su decir, se hayan visto menoscabadas en lo más mínimo respecto de la obra anterior. De tal manera, esta visión trascendente de la poesía, tan característica de José Luis Rey, se ahonda —o se eleva, para ser exactos— al extremo de reconocer, en el suceso post-verbal, una mística capaz de sustanciarse, de modo omnicomprensivo, en la revelación de la poesía misma sin mayores aditamentos. “¿Por qué es difícil ver que toda poesía verdadera es trascendente sin necesidad de ser religiosa?”, llegará Rey a preguntarse, en un rapto de fundado fervor.
Eso sí, la poesía no se revela, no “encarna” en el hecho lingüístico, sin una lucha previa del poeta con el propio lenguaje. De ahí que la escena bíblica de Jacob y el ángel resulte tan apropiada, tan alegórica, tan tentadora —prácticamente a cada párrafo— en el decurso de este ensayo gozoso, nunca denso, se diría que experto en convertir la reiteración de sus ideas más sutiles en un ejercicio de fervoroso entusiasmo intelectual. “Yo quiero para la poesía una mística del verbo, que la haga venir, encarnar en la palabra, y esa trascendencia del lenguaje jamás, ¡nunca!, desembocará en el silencio”, afirma José Luis Rey, para añadir más adelante: “(…) la poesía es el paraíso prometido a la palabra”. Y así, “los tres momentos de Jacob se corresponden también con los tres momentos de nuestro trato con la poesía: el vivir embrutecido del hombre que no la tiene en cuenta al principio; el despertar del hombre vacío de lenguaje que ha de luchar con el lenguaje que ha salido de él; la bendición del hombre que ha luchado y combatido contra un lenguaje autónomo y que, por fin, puede atisbar que la gloria que llamamos poesía es, en realidad, la resurrección y el paraíso prometido a la palabra misma”. Dadas las cosas de este modo, el autor tendrá el coraje de preguntarse: “¿Cómo es la vida del poeta que llega a ver la poesía más allá del lenguaje?” La respuesta que a sí mismo se da –y que describe el abismo precioso al que hice referencia en el inicio de estas líneas- no ha de exigir menos valor: “La vida en el Verbo inmanente, en el más allá del lenguaje, acaba siendo exilio de nuestra condición. Es un vivir de esclavos dentro del esplendor (…) Es en la epifanía del enfrentamiento con el lenguaje, ni antes ni después, cuando un poeta encuentra la razón por la cual mereció la pena vivir”. Por eso la poética de José Luis Rey es una “poética de la víspera”. Porque “el lenguaje no puede dejar de ser” precisamente eso, “víspera”: “La víspera eterna que nos obliga a no cerrar los ojos”. Por eso “el poeta debe aspirar a la riqueza de la pérdida; ha de aprender a dejar marchar al lenguaje”; ha de aspirar, en definitiva, a hacer “una poesía de víspera, una poesía del día antes de la poesía, una palabra que abra en el lenguaje el hueco para que la poesía advenga”.
Apoyándose ocasionalmente en asertos de filósofos como Wittgenstein o Spinoza, y sobre todo en diversas composiciones de muy amados creadores del verso —Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, César Vallejo, Juan Ramón Jiménez, Percy B. Shelley, T. S. Eliot, William Butler Yeats o la adorada Emily Dickinson, entre otros—, José Luis Rey enriquece su poética con importantes elementos de consideración y reflexión, como los equívocos en torno al silencio, el provecho de la ironía en el discurso, o el valor de los objetos cotidianos y los pequeños detalles a la hora de la revelación de la poesía misma, lo que contrapone al supuesto relieve de una poesía abstracta o presa del diccionario (“Yo creo en la poesía que adviene y que redime al lenguaje, no en la poesía que se hace silencio”; “(La ironía) nos hace libres, nos hace soñar y ver más allá del lenguaje. El poeta solemne acaba siendo prisionero de su verbo”; “La poética de la víspera consiste, entre otras cosas, en amar el objeto cotidiano”). Todo sirve para hacer de este espléndido libro, Jacob y el ángel, la gratísima lectura que es, además de para consolidar las razones de una poética tan sutil como rotunda y enardecida.