enero de 2025 - IX Año

‘Himnos a los altos’, de Fernando Plata

Himnos a los altos
Fernando Plata
Fundación José Manuel Lara, Colección “Vandalia”, nº 116
Prólogo de José Luis Rey
Sevilla, 2024
120 páginas

El pasado 1 de diciembre de 2024 se publicó, en el “Diario de Sevilla”, una entrevista —de imprescindible lectura— al destacado poeta andaluz José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973); una entrevista que, además de muy interesante, resulta sumamente esclarecedora respecto de los empeños creativos en los que ya se halla inmerso el escritor. De hecho, su titular reza del siguiente modo: “Siento una liberación de la etapa anterior para seguir escribiendo poesía desde otra”. Si, al hilo de esto, recordamos cómo José Luis Rey afirmó haber echado el cierre a toda una extensa obra poética con aquella hermosura titulada El dorado, de 2023 (donde el autor quiso y supo cantar a la vez “el privilegio emocionado de una vida creativa y la grandeza sagrada de la Vida creadora”, como escribí en su momento), entenderemos mucho mejor la senda ahora emprendida y comenzada a desarrollar: la heteronimia, “una forma de seguir escribiendo sin tener que ceder a las presiones del yo poético”, en palabras del propio Rey.

De este modo, en los Himnos a los altos de Fernando Plata —prologados precisamente por José Luis Rey, en lo que se postula como un divertido malabarismo (lleno de trascendencia, eso sí) en torno al tema de la identidad artística— hallamos continuidad no tanto a las medulares empresas de un Fernando Pessoa, sino a las visiones complementarias que los heterónimos dieron a las respectivas creaciones de Antonio Machado, Max Aub o Félix Grande —bien definidas en su fundamental aspecto identitario—. Fernando Plata, pues, nace ahora gallego de Pontevedra, de la quinta de 1999, “farmacéutico de oficio por tradición familiar”, además de poeta, naturalmente; poeta por vocación, imaginativo y visionario, y que concibe su arte —siguiendo a José Luis Rey en su prólogo a este singular volumen— “como transfiguración del sujeto o el objeto”, importándole reflejar, por encima de cualquier otra cosa, “el encanto de la vida y del mundo”. En consecuencia, Himnos a los altos se alza “como un libro de himnos para el siglo XXI”, donde los “altos” representan a esos “seres mágicos y órficos en los cuales la poesía se ha cumplido en plenitud. Y esa plenitud es garantía de salvación”.

A lo largo de estas cuarenta y ocho composiciones debidas a Fernando Plata —cuarenta y ocho poemas de amplia extensión, sin divisiones estróficas prácticamente en todos los casos— advertimos un salto de claridad expositiva cuyo trampolín se halla, sin ningún género de duda, en El dorado, de José Luis Rey. Y a José Luis Rey también pertenecen la exaltación celebratoria y el vigor del discurso, junto con dos ideas que el autor de Puente Genil desarrolló admirablemente en su ensayo Jacob y el ángel. La poética de la víspera (Editorial Cántico, Córdoba, 2023): la revelación o “encarnación” de la poesía en el hecho lingüístico, y, más aún, el valor de las minucias y los objetos cotidianos en el momento de la revelación poética. “Suben al cielo globos de colores. / Globos de helio. Los soltaron niños. / Así suben los verbos del poeta / a medirse también en lo infinito”, escribe Fernando Plata, quien muchas veces encuentra la temperatura propicia a la epifanía en el recuerdo de la niñez y de la adolescencia (“¡El niño de las nanas! / (…) Hace tiempo que quiere el corazón / descubrir el misterio de haber sido. / (…) ¡Cómo quise subir hasta vosotros / para no estar a solas con mi don!”; “El amor que sentimos en la infancia / y el amor que los altos sentís siempre, / ¿no son el mismo en cuanto son eternos?”; “¡Y cómo recibí vuestras epístolas / que traía el gorrión que se coló en la clase!”). No es de extrañar, por tanto, que en el hallazgo y formulación nominal de “los altos” intervengan razones de aquel tiempo, atesoradas dulcemente por la memoria lírica, como bien puede apreciarse en el conmovedor poema titulado “La amiga”: “Adolescente tú, yo sólo un niño / que te amaba y que amaba ir de tu mano / hacia el colegio azul de las leyendas. / Y mirando tus ojos te decía: / un día seré alto”.

Curiosamente, estos Himnos… del joven Fernando Plata han visto la luz coincidiendo con la aparición, en el sello Berenice de la Editorial Almuzara (Córdoba, 2024), de El arpa y el viento, suerte de dietario donde José Luis Rey reflexiona sobre las cosas del mundo, y no menos sobre el mundo de las cosas, de la Naturaleza y de los seres humanos: un libro, mutatis mutandis, que tiene mucho del citado texto ensayístico Jacob y el ángel, pero puesto en el día a día de la vivencia personal y a pie de obra. Es decir, que la exuberancia creadora de José Luis Rey no se ha detenido en absoluto tras cuajar El dorado —¡atentos en 2025 a su otro heterónimo, Luis Tulsa!—, y que los muy vibrantes Himnos a los altos de su heterónimo Fernando Plata constituyen el mejor testimonio de cómo la celebración trascedente de las pequeñas cosas puede procurar momentos de gran sugestión lírica. Valdrán para probarlo sendos pasajes extraídos de los poemas “Leda” y “No siempre”: “Así es morir, pero los altos viven / para siempre, ¿verdad? / Verdad, verdad, los altos / ahí viven, ahí, tan lejos y tan cerca. / Acaso dentro de nosotros viven”; “No siempre son los altos nuestro bálsamo; / nosotros somos sus heridas bellas. / Tocad esas heridas y mudos quedaréis: / los altos son más altos / cuando están más heridos”.

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