Éter
Demetrio Fernández Muñoz
Apeadero de Aforistas
Edita Cypress Cultura
Sevilla, 2024
ESPIGAS
La sensibilidad estética de Demetrio Fernández Muñoz (Villajoyosa, 1987) ramifica facetas expresivas, entramadas en la cosecha general como traslados naturales del quehacer literario. Si es ejemplar la labor investigadora de análisis y contextualización en el transitar del tiempo del aforismo, en ensayos como La lógica del fósforo: claves de la aforística española (2021) y Puntales de la brevedad: aforistas en construcción, su amanecida poética Carrera de relevos consiguió el Premio València Nova de poesía con una compilación de composiciones que reactualizan asuntos clásicos y renuevan moldes formales. Ahora prosigue género, tras la salida de Plancton que consiguió el Premio Artemisa de Aforismos, y verbaliza en Éter el abrazo pactado entre filosofía y poesía del minimalismo verbal, su caminar entre razón y contingencia.
La significación semántica del título Éter conecta de inmediato con la tradición cultural de occidente. Los pensadores y filósofos de la antigüedad suponían que el éter es un componente matérico genesíaco; colmaba la oquedad profunda del vacío y hacía posible el desplazamiento de la luz y otros fenómenos celestes. Además, refrendan el primer plano de los destellos culturales la pluralidad de citas, la riqueza intertextual y los apartados del índice, conformados con términos griegos como “Acosmia”, “Ágape”, “Philía”, “Eros”, “Storge” o “Sphairos”. Son conceptos que enlazan con una definición clásica, que pone raíces y asegura la permanencia en el discurrir.
Cada tramo conlleva su propia estrategia expresiva secundaria. El breve apartado inicial “Acosmia” explora, desde el fluir lírico y la enumeración caótica, la deriva y el caos en la conducta individual y social; la deflagración asevera que ni siquiera el amor salva de la catástrofe y abre puertas a la esperanza. Sólo se vislumbra un entorno ruinoso en el que la razón no encuentra brújula y convierte su deambular por la lógica en súbito naufragio.
Los textos de la sección “Vía Aérea”, subtitulada “Ágape” aglutinan teselas monoversales, entre un verso desgajado de un poema mayor o un aforismo lírico. Si nos atenemos a la semántica griega de “Agape” como expresión de amor universal, el apartado, tras la sensibilidad nocturnal del primer tramo, buscaría de nuevo la luz y una saludable textura confidencial, que deje un ánimo azul en cada estado sentimental. Como escribiera Jorge Guillén, el mundo está bien hecho y corresponde el canto celebratorio. Si el redoble de alas da vuelo a la utopía, en la cavidad temática del aforismo se dibuja un tiempo de bonanza que despeja nieblas. El laconismo sondea y anota pinceladas del contexto: “En el perdón siempre refresca”, “Aire puro: exorcismo y reencarnación”, “Nuestro autorretrato: partículas en suspensión”.
Las mínimas teselas de “A puerto” son paseantes nómadas que retornan hacia dentro; germina en la mirada interior ese conjunto de relaciones acogidas bajo la sombrilla desplegada del querer. Son espigas que guardan las reflexiones, vivencias y emociones. Moldean la sensibilidad del hablante conciso, cuando comparte con la otredad su patrimonio afectivo. De la voz verbal aflora un pensamiento sin máscaras, dispuesto a compartir: “Amando a cántaros, como hace un buen amigo”, “llorar por ti hasta llover”; “cara a cara mana la sinceridad y nos salpica”.
Como conjunto de tendencias derivadas del comportamiento sexual, el sustantivo “Eros” define la carga argumental del apartado “Entre antorchas”. El amor es luz cuajada, seducción para los sentidos y traza una completa cartografía del deseo, desde la brevedad. La pasión consume, pero da libertad a la dimensión erótica del ser, de la que el fuego es un símbolo fuerte y continuo: “Amar, yo, como tú, como el fuego, sin correas”, “Ante el enamoramiento la lógica chamuscada”, “Vías públicas: allá donde encender un íntimo jaleo”. La crepitación del amor celebra la proximidad al filo del volcán. Advierte que los sentimientos son materia inflamable, dispuesta a ser pavesas algún día, con voluntad total y apetito indomesticable.
Más tranquilo y sedentario, el amor fraternal, amistoso y comprometido, busca sitio en los aforismos encadenados de “Del fruto” o “Storge”; al cabo, como escribiera Miguel Catalán: “En última estancia, el amor verdadero es indiscernible de la bondad”. De su práctica nace un semillero de sensaciones, capaces, como dice el escritor, de cultivar en el cielo y recoger en el desierto. No pasa inadvertida la conciencia formal de que haya en los textos una continuidad manifiesta: la palabra final de cada texto abre el texto siguiente, como si fuera eslabón de una cadena argumentativa.
Sirve como coda de Éter la sección “Sphairos”, donde otra vez la voz poética argumenta una reflexión conclusiva en torno al amor. Terapia para el cuerpo y refugio celesta para el alma, el amor da sentido al azaroso deambular de la existencia: “el amor desempaña la mirada / minimiza los años, prevalece, / rescata el cereal de los rastrojos, / medra frágil, maquina contra el hábito…”. El poema se convierte en una sorprendente enumeración de cualidades benéficas, capaces incluso de domesticar el paso crepuscular de lo finito.
La sensibilidad humanista de Demetrio Fernández Muñoz busca forjar en Éter un estilo propio, una ruptura de lo previsible que hace de los géneros cultivados espacios híbridos de conocimiento y búsqueda que se retroalimentan entre sí. En su escritura los formatos literarios comparten amplias zonas de intersección que se manifiestan en el acercamiento del poema a la plenitud concisa del aforismo, o en la estela de emociones que recupera el decir conciso desde un registro poético. Los aportes de la tradición como campo de conocimiento sostienen que el pensamiento necesita raíces. De ellas emana la necesidad del lenguaje de convertir en hábitos la exploración y experimentación, el deseo de novedad y libertad de vuelo de lo que permanece.