diciembre de 2024 - VIII Año

‘En papel’, de Luis Miguel Malo Macaya

En papel
Luis Miguel Malo Macaya
Prólogo: Pedro López Lara

Mahalta Ediciones, 2024
74 páginas

METAPOESÍA Y EMOCIÓN

Pese a las vergüenzas del circuito mercantil del libro, siguen editándose conjuntos de versos que vale la pena atender. En el caso de En papel (Mahalta), de Luis Miguel Malo Macaya supone como el autor del prólogo, el poeta madrileño Pedro López Lara, afirma “producto de una suma de traiciones”.

Conocido lector en las redes compartiendo no sólo su obra sino, con especial generosidad, la obra ajena de muchos de otros poetas, tiene una obra reducida impresa el santanderino nacido en 1953: Solo de amor (1979) y Nominación a tientas (1993), A mi debido tiempo (2017) y En papel (2024). Una trayectoria alejada sin duda de los focos tal vez deja ver a un poeta con una obra intimista y de una personalidad introvertida. Causa indebida o dada, el discurso poético de Malo Macaya está lleno de guiños a la tradición literaria, muestra no sólo la obra de un gran lector sino también la de un gran conocedor de la prosodia y de la retórica de nuestra mejor poesía.

Agrupados en tres tramos más un poema pórtico, el conjunto, aun mostrándose irregular en la extensión que ocupan las divisiones, muestra una gran cohesión textual debido al empleo de los mecanismos léxicos, semánticos, gramaticales, además de una habilidad notoria en la técnica de la composición de los poemas dejando verdaderas gemas.

«Abrir la puerta» es uno de esos poemas metapoéticos magníficos, dignos de ser releídos. La forma con que dialoga el sujeto poético con su sombra hasta la posible disolución se halla integrada en la primera y en la última estrofa, contribuyendo a la estructura circular del texto. En el inicio se constata la predilección de Malo Macaya por los versos endecasílabos (comunes o sáficos). Así, en el clímax del poema se sugiere ese apartamiento del sujeto poético: «Con la renuncia de mi propio nombre / resuelto en nombres que me son ajenos».

Del primer tramo, «Del poeta», se evidencia que el trasunto de los poemas es la propia poesía. Lo metapoético se impone al tránsito temporal. La llama de Borges aviva el magnífico resultado de los poemas de esta sección. El hecho de que los libros no cobren vida en los lectores porque, como todos saben, faltan lectores de poesía. Sea como fuere el sujeto poético no oculta que su mensaje llegue finalmente a los receptores. Se observa en la conclusión de «El poeta» nuevamente en endecasílabos blancos: «Si le encierran en libro para nadie, / a todo el mundo se abre en esta página». En alejandrinos blancos, también, expresará el triste final que ha adquirido la poesía impresa, así en «Palidecen alburas»: «Ya no importa en qué libro aceptar la sentencia / que del tiempo merezcan: su incapaz cumplimiento / las reduce a quedarse arrumbadas y estériles / en cualquier biblioteca de provincia: sin ventas». La impronta técnica del poeta cántabro puede verse en que no es un poeta que renuncie a la rima; no descarta los octosílabos asonantados de «Espejismo»: «Hambre y sed de poema nunca / capaz de escribirlo: hambre / de nombre, sed de no sé / qué beberme al publicarme».

De la emoción de Salinas parecen partir varios de los poemas que componen el tramo nuclear y el más extenso del conjunto, titulado «De mí, de ti», en cuyo poema homónimo se concreta la soledad: «cuando, al llegar, en mi desvelo acudas / a complacer en luz madrugadora / este silencio»; con todo, la espera del amor contribuye a la creación de «versos nuevos». En el soneto «Esta voz» el amor encuentra al sujeto habiendo leído su «voz desconsolada». Pese a que se prolonguen los poemas metapoéticos («Llueve tan»), los de esta sección son más existencialistas. El amor, la soledad, la incertidumbre generada ante la propia creación, la desazón por la existencia y el recuerdo de los familiares ausentes componen los distintos motivos expresados en distintos cauces métricos: en cláusulas heptasílabas, en endecasílabos y heptasílabos, en endecasílabos consonantados y asonantados, heptasílabos asonantados. Esta perspicacia en el uso de la prosodia no burla las emociones que están contenidas en los textos más emocionales del libro. Así, en el poema «A mi madre» la propia práctica de la escritura poética contribuye a rememorar la figura materna: «Renace / con mi llanto su vida / que es la mía; en mis ojos / ella sigue mirándome, / viva está en el poema / que le escribo aquí». Llama la atención el uso de los encabalgamientos en el poema «Último amor», donde se nos muestra lopesco: «dejé constancia del desvalimiento / en que aprendía a escribir —¿callar acaso?— / desde tantos dolores que me hicieron / vivir de nuevo para ser poeta».

Por último, se nos muestra a un Malo Macaya machadiano. Palabra y tiempo contiene la expresión contenida del fluir inexorable. A diferencia de Machado que encuentra los símbolos proyectando su estado de ánimo en el exterior, el poeta santanderino sugiere la propia poesía. De nuevo, y bien cohesionado, se halla el motivo metapoético, brillante, además, en la composición de la enumeración verbal trimembre donde la voz poética que se aparta del sujeto también en «Medianoche»: «Al final del pasillo alguien se esconde / en los versos que escribo, se levanta / por mis pasos al fondo de un insomne / que me niega, me elude, me suplanta». Ese distanciamiento se dilatará, como una constante, en «Insomnio»: «¿Alguien me está leyendo en esta noche? // Ignoro quién y presupongo nadie». Sobre el hecho de que se imponga la tristeza como motivo principal en la lírica, trata de negarlo: «Olvidamos los días que mejor nos portamos. / Pocas veces nos vemos en los versos mejores»; para llegar a concluir: «Incapaces de hacernos un lugar transitable, / nos quedamos perplejos y hablamos su pena». Para ver cómo representa Malo Macaya la memoria léase el poema «No recuerdo aquellos ojos», donde la anécdota de unos versos en cuadernos cobra lugar significativo y trascendente.

Si el lector se halla interesado en saber cuáles son los últimos versos de En papel, se hallará el modo en que se enfrenta Malo Macaya a la antítesis «Repetirse, callar».

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