Dignitas. Una apología del humanismo clásico
José Luis Trullo
Thémata Editorial, Sevilla, 2024
EL ARTE DE HABITAR NUESTRA MÁS ALTA VOCACIÓN
Es cierto que en estos aciagos tiempos que corren, donde es difícil encontrar razones para sentirnos orgullosos de nuestra condición, parece que se van difuminando realidades, conceptos y sobre todo preceptos que protejan eficientemente al ser humano frente a la aparente neutralidad de lo natural. Pero en el horizonte de la existencia humana, donde la vida se encuentra con sus preguntas más esenciales, emerge un principio tan inherente como olvidado: la dignidad. No como una mera cualidad atribuible, sino como el núcleo mismo del ser, aquello que nos define y convoca. En el libro que nos ocupa, Dignitas. Una apologoía del humanismo clásico, esta verdad primigenia resplandece, recordándonos que la dignidad no es sólo un derecho, sino una tarea: descubrirla, ejercerla, protegerla. Es, en última instancia, la vocación más alta de todo hombre.
La reflexión que nos propone Dignitas se asienta en tres pilares que desnudan el fundamento de nuestra existencia: primero, una comprensión clara de la naturaleza humana, no como un dato dado, sino como una posibilidad que se despliega en la apertura al ser; segundo, la conciencia de que nuestra vida no se agota en el cálculo ni en la utilidad, sino que encuentra su sentido en una trascendencia que no es huida, sino arraigo en lo más propio; y, finalmente, la decisión de asumir nuestra singularidad como aquello que nos lanza a responder a la vocación de la excelencia, un modo de ser que, en palabras de Cicerón, apunta siempre más allá, hacia lo más alto.
No pretendo añadir una definición más sobre el concepto de dignitas hominis, que en la obra de José Luis Trullo se despliega con rigor y profundidad a través de la rica tradición de pensadores, desde Aristóteles hasta nuestro Baltasar Gracián. Mi intención en esta reseña no es tanto definir el «qué» del libro, sino explorar el «por qué» de su pertinencia, además de ofrecer algunas reflexiones críticas sobre sus puntos fundamentales.
Vivimos en una época marcada por una alarmante autonegación: el ser humano parece haber adoptado una actitud autolítica, despojándose de aquello que lo ennoblece y abrazando únicamente su feritas, en un ejercicio infantiloide de autocompasión y autoengaño. Este escenario, que podría parecer novedoso, no es sino la perpetuación del “continuose del empezose” que tan irónicamente ilustraba Mafalda: una deriva histórica que, lejos de concluir, sigue profundizándose. La modernidad ha cimentado una visión del ser humano carente de trascendencia, atrapada en un materialismo que anula cualquier atisbo de grandeza inherente a nuestra propia condición.
En su análisis, Trullo rastrea los orígenes de esta crisis en la historia del pensamiento humanista, además de poner encima de la mesa su conceptualización a través de una prolija y selecta doxografía. Pensadores como San Agustín, Boecio, Petrarca, Valla o Ficino fundamentaron la dignidad no en sede de la mera inmanencia del ser humano, sino en una trascendencia metafísica, ya sea en el ser humano como criatura e imago dei, o bien en la propia razón humana, lo cual otorgaba un sentido último a su existencia y parecía ofrecer una alternativa a la feritas que encarna la miseria del ser humano. Sin embargo, esta visión, con el advenimiento del mecanicismo, el materialismo y la secularización, colapsó bajo el peso de un racionalismo de vía estrecha que intentó disolver lo sagrado en favor de lo puramente material. Unas corrientes que despojaron a la razón de su auténtico origen y meta, construyendo un mundo desdivinizado, despojado de trascendencia.
Este proceso dio paso a lo que Max Weber denominó el desencantamiento del mundo (Entzauberung) La modernidad, al azuzar el despliegue inmoderado de la racionalización y la técnica, disolvió la percepción del mundo como un ámbito habitado por lo sagrado, sustituyéndola por una visión en la que todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. La pérdida del sentido del misterio consustancial a la existencia no supuso un aumento del conocimiento, sino la instauración de una creencia en la capacidad potencial del ser humano para saberlo y controlarlo todo. La naturaleza dejó de ser un lugar de asombro y dependencia de lo divino para convertirse en un objeto de explotación y dominio técnico. En este cambio radical, el hombre moderno, liberado de la necesidad de pedir cuentas a Dios por las tragedias del mundo, se erigió en su propio redentor, pero a costa de perder la brújula que daba sentido a su existencia.
Este desencantamiento, lejos de crear un terreno fértil para un orden axiológico unificado, ha multiplicado los valores hasta el punto de sumergirnos en un relativismo corrosivo, donde el “todo vale” impera. Ya no estamos en una época desprovista de valores, sino en una que, al haberlos multiplicado sin un eje trascendental que los articule, los ha fragmentado y debilitado. En esta dispersión, la dignidad del ser humano ha quedado deslegitimada como un fundamento universal, dejándonos en un estado de orfandad espiritual y moral que exacerba la miseria hominis. La obra de Trullo, al recuperar las raíces de la dignidad humana en su dimensión trascendente, no sólo propone un diagnóstico de esta crisis, sino que abre un horizonte para reencantar el mundo, devolviendo al hombre su condición de homo religiosus frente al vacío de ser un simple homo sacer.
Frente a este panorama, Dignitas se presenta como una llamada urgente a la recuperación de un humanismo auténtico, uno que reconozca la grandeza intrínseca del ser humano en su singularidad, trascendencia y excelencia. La obra no sólo expone la raíz de nuestra crisis existencial, sino que reivindica la necesidad de reencantar al mundo, de devolver al hombre su capacidad de asombro ante su propia dignidad y su responsabilidad de proteger y ejercer esa dignidad que, aunque olvidada, sigue siendo la esencia de su ser.