Bondo
Menna Elfyn
Trea, Gijón, 2022
El poema, como ejercicio de pensamiento alado, ha de conformar no solo una figura significativa, sino que ha de tener el contenido discursivo suficiente para que el tal discurso que alimenta tenga una formalidad latente, expresiva, en el lector. Él es su destinatario, y, en tal sentido, el depositario y transmisor del aprendizaje que los versos alimentan.
Lo demás es libertad, libertad de lector.
El poeta, pues, adquiere una grave responsabilidad en el tiempo, en el discurso, pues una vez ha nacido el poema, ha nacido con él el ejercicio de la transmisión trascendente que todo acto provechoso encierra.
Y la poeta susceptible e inteligente que nos convoca ahora como lectores ha cumplido con creces su responsabilidad, su misión: “Fijémonos en lo que se dice/ en Corintios 14.21, / que incluso la lengua del extranjero/ debe elegir el amor” Es la lengua primero, la que comunica y dice, y luego ha de ser su contenido el que propicie el mensaje, el entendimiento: y he aquí que aparece —una vez más— el amor.
El ser humano es extenso e intenso, es ilimitado y relativo, está hecho —en porcentajes desiguales— de esa vieja materia que es el sentido del amor. Hoy como pocas veces antes, necesario para sobrevivir. Y es aquí donde el verso de la poeta queda enriquecido por cuanto cada vez que el lector lee, que el orador pronuncia estas palabras, la libertad se ensancha porque transmite. Aumentan la certidumbre, la necesidad del otro; y el ser propio, de sí, como receptor de un discurso que vincula y da fruto.
Elfyn es una poeta llena de intensidad emotiva. Una poeta vinculante en el mejor sentido ético y estético: “¿Más allá? Recordamos el antiguo dicho:/ quien no conoce no será conocido. / Pero sí conocemos las manos siempre ocupadas delante de la chimenea/ las que tejen una pieza tupida…”
Junto a ello, claro, habría de convivir en el verso con el sentido de la solidaridad; no en vano el contenido social de este libro está puesto de manifiesto por doquier: ‘A quien leyere, que entienda’. El aprendizaje del lector es vario y rico, y como muestra quepan inicio y final del poema ‘Aire y gracia’ donde está bien presente la referencia, más o menos explícita, al otro, ese que nos define y complementa, y forma parte intrínseca del ser que siente como gesto de aceptación, como gesto de vida: “Se aseguró de que las ropas se habían oreado, / las colgó de la barandilla cerca del fuego. / Se aseguró de que a nadie le echaran la culpa / (…) Tras el dolor, suena hueca la oración para bendecir la mesa, / el valle se ha partido en dos, las familias siguen igual. / Se aseguró de que las ropas se habían oreado. / Hicieron lo posible para no culpar a los sirvientes”.
Vivir, digamos, es un ejercicio de relación, de voluntad, donde la palabra, la que se guarda adentro, se expresa como deseo, aceptación para que el bien sea un hecho como un acto poético, como gesto a favor de la presencia del otro, de una forma de libertad.