Acaso el espejismo
Ana Garrido Padilla
Diputación de Cáceres
XXº Premio Flor de Jara, 2017
87 páginas
En esta tarde de frío diciembre sentí la necesidad de leer poesía, y me fui al arsenal, a buscar alguna bomba que fuese capaz de regalarme paz.
Y allí estaba una de sus obras: “Acaso el espejismo”. En su portada no descubrí si era una duda, un deseo o un interrogante. Se me reveló como el XXº Premio Flor de Jara de Poesía 2017, de la Diputación Provincial de Cáceres.
Avancé una hoja. Su textura era suave, su tono prometedor; con letra clara y pluma estilográfica había escrito de su puño y mente: “Por todo y por tanto”. No era una dedicatoria común, era la suya.
Hace un guiño a dos excelentes poetas a modo de cita y nos hace recordar a Raquel Lanseros y a Francisco Brines, con los que nos introduce en su terreno: el camino. Y es este un laberinto de misterio y paz, escalonado en tres tramos: “origen”, “tránsito” y “regreso”, dejándonos una sensación del viaje de ida y vuelta, o como si del relato de la vida se tratase: presentación, nudo y desenlace.
La presentación, el origen es claro y rápido, un solo poema, en el que la autora promete un desnudo interior con el que nos seduce, mostrándonos sus armas, el silencio y la palabra, el estilo sencillo, la forma perfecta, la elegancia en sus estrofas y la profundidad del conjunto, porque “la escritura es un riesgo”.
Y claro que es un riesgo, el de no decir, el de saber decir, o el de no saber decir, y Ana los supera. Sabe lo que dice y se la entiende.
Ya en el nudo, en el tránsito, llega a lo profundo y nos perturba, cuando habla “de la luz y de sus máscaras”, porque todo es un engaño y ella se siente decepcionada, engañada y hundida en el pesimismo, en ese pesimismo que escribe en esos diez y nueve poemas preciosos, en los que dice a modo de resumen: “Para el hombre que espera la luz, no es suficiente una lágrima solo”. Y entonces suplica piedad desde una oración atormentada, porque “la tarde es un tumulto de antorchas encendidas, el aullido de una cáscara seca, una nube perpleja en los alrededores de la desesperanza”.
Y aquí, a escondidas nos deja ver tres escenarios en los que la incredulidad, presente en la tarde de su vida, en su cielo, en su nube, en su futuro y en aquello cercano que, frágil, se rompe como la cáscara seca de una fruta y, aunque sabe que ante la muerte no hay piedad, la busca en “la piedad de la nieve” , pero la nieve no tiene piedad, solo frio, y su dios responde con un silencio helado que la abruma, y es que “en esta casa triste solo estamos nosotros, los cántaros vacíos al fondo del poema, el humo del consuelo y la ceniza de su desvalimiento”.
Y es ahora, cuando ya pasado el duelo, cuando llegamos al fondo del abismo, cuando para remontar aborda la última parte del poemario en “El regreso”, un retorno rápido, corto, de un solo poema, para “sopesar la medida, la forma, la materia, ceder a la quietud, al infame pretexto del asombro, demorarse en la nieve, a solas en la luz, llegar a las palabras y ser otra, la otra, la que escribe”.
Resumiría este libro en pocas palabras: he disfrutado en la profundidad de su lectura.
Gracias Ana, por dejarnos esta joya.