marzo de 2025

‘A orillas de la labor’, de Luis María Marina

A orillas de la labor
Luis María Marina
Editorial Cuadernos del Laberinto, 2025
242 páginas

El nuevo libro del poeta extremeño Luis María Marina, diplomático de carrera y pensador de vocación, reúne toda una serie de reflexiones surgidas en dos de sus más recientes destinos, Lisboa y Buenos Aires, que junto con un interludio en Madrid, acompañan al lector no sólo por los rincones de estas urbes aparentemente tan distintas, sino que, sobre todo, le desvelan secretos de sus respectivas idiosincrasias y le proponen descubrir algunas figuras imprescindibles de las letras y de las artes de Argentina, Portugal y, como si con ese rico tesoro no bastase, de otras tradiciones literarias menos conocidas para el lector español, como es la brasileña.

La obra de Marina ha sido publicada en la colección La valija diplomática, de la Editorial Cuadernos del Laberinto, donde desde hace ya un cuarto de siglo, la Asociación de Diplomáticos Españoles, viene dando a la prensa diversas antologías y narraciones escritas por miembros de este colectivo, para difundir las culturas con las que entran en contacto en sus distintos destinos, y favorecer así la tan necesaria faceta de divulgador cultural que es, o debería ser, propia de todo buen diplomático.

El lector descubrirá que Argentina, lejana desde un punto de vista geográfico, se encuentra muy próxima de los lectores españoles, mientras que nuestro vecino Portugal, a pesar de los ínclitos esfuerzos de unos y otros en pro del ya inaplazable acercamiento cultural, requiere todavía de esfuerzos ingentes que hagan posible en nuestro país, primero el descubrimiento y luego el disfrute, de la riquísima literatura y la enorme producción artística portuguesa.

Recuerda Luis María Marina que no hay nada tan parecido a un español como un argentino, del mismo modo que, al contrario, tampoco existe nada tan cercano al argentino como pueda serlo un español. Dentro de la misma lógica, bien podría afirmarse que, a pesar de la cercanía geográfica, o quizás por ese mismo motivo, la distancia entre Portugal y España resulta enorme, a pesar de que las fronteras compartidas, como muy acertadamente se indica en las páginas del libro, no sólo separan, sino que sobre todo unen.

Aprovecha Luis María Marina, antes de presentar al lector los trazos que le interesa resaltar de sus estancias en Portugal y Argentina, para justificar, si es que tamaño esfuerzo fuera necesario en una figura cultural tan relevante como la suya, el atrevimiento al que se lanza desde la seguridad confortable del ejercicio impecable de sus funciones diplomáticas, para adentrarse en otras de carácter cultural que, en ocasiones, van mucho más allá de aquellas.

Esa justificación, además, se fundamenta cultísimamente en una de las elegías de Propercio, pero sin caer en la ostentación erudita ya que, en seguida, vuelve a delimitar su quehacer recurriendo a esa voz popular, tan certera como lapidaria, que aconseja al zapatero a limitarse al arreglo del calzado, sin aventurarse en otras florituras que, a la postre, desluzcan el buen hacer de quien ejercita tanto la noble profesión de remendón como la de abnegado servidor de los intereses de España.

Luis María Marina sabe muy bien que, al mezclar actividades, no es pequeño el riesgo de acabar como poeta mediocre o, incluso, como diplomático del montón, de esos que gastan todo su tiempo y energías en cócteles y recepciones, dejando siempre para más adelante la elaboración de propuestas efectivas y proyectos viables que sirvan para encaminar nuestra acción exterior hacia la resolución de los muchos problemas a los que se enfrenta. En ese sentido, nuestro autor trae a colación las palabras acertadas de Alfonso Reyes, cuando afirmaba que “si la tierra es posada provisional para todos, para el diplomático lo es en grado sumo, De ahí que el frívolo caiga en danzarín; el poco resistente, en desequilibrado y estrafalario; el profundo, en filósofo desengañado”.

Afirma también Marina, siguiendo los pasos de Ribeyro, que toda cultura personal es una especie de marché aux puces, donde en una especie de aluvión se juntan los elementos más dispares que uno pueda imaginarse, para formar una amalgama, personalísima e irrepetible, que es la responsable del enfoque que sobre las distintas opciones culturales uno va creando a lo largo de la vida y, en este caso, también de los lugares donde los quehaceres profesionales han ido destinándole. La cultura de cada uno sería una especie de polvoriento torreón, como aquel en el que se refugiaba Ramón Gómez de la Serna, donde, junto con las ediciones más exquisitas de las obras de vanguardia, se encuentran todo tipo de cachivaches y chismes inservibles.

En su primera parte, el libro conduce al lector por esos innumerables vericuetos laberínticos, y tal vez insondables, que son las colinas de Lisboa. El autor, para colmo, es cruel y no ofrece ningún hilo de Ariadna que pueda servir de guía fácil y evidente. Prefiere que sean la propia imaginación y curiosidad del que se pierda por sus páginas las que le lleven a descubrir figuras tan imprescindibles como la del brasileño Alberto da Costa e Silva, poeta y también diplomático, una de cuyas obras fue publicada en uno de los primeros volúmenes de esta colección, o la de ese gran lusista y mediador cultural, figura imprescindible del diálogo cultural entre España y Portugal, que es Antonio Sáez Delgado, sobre todo a raíz de la publicación de su Pessoa y España.

Ese eminente erudito que es Sáez Delgado aparece así al lado de Unamuno, guiándonos por tierras que, a pesar de cercanas, ofrece frutos culturales que nos resultan más exóticos que los descritos por Cansinos Assens en su versión de Las mil y una noches, o en los hiperbóreos versos de las sagas islandesas.

De la misma manera, Luis María Marina se lanza, para mejor entender a ese Otro que tan cerca vive, tendiendo los necesarios puentes que hacen posible en el entendimiento mutuo, a encontrarse con artistas e intelectuales portugueses y discutir los asuntos e intereses que preocupan a unos y a otros.

Así, visita al artista y poeta Júlio Pomar en su estudio casi oculto entre las callejuelas lisboetas cercanas al Bom Jesús, donde se enfrenta una vez más a una obra “que refuta toda tiranía, incluidas la del Espacio sobre la pintura y la del Tiempo sobre la poesía”. Nos cuenta, además, que Pomar afirma que Portugal es tan quijotesco como España, si no más. También, que Velázquez es el inventor de la pintura abstracta.

De su encuentro con Eduardo Lourenço destaca que el pensador portugués, gran amante de México, hace de la curiosidad sin límites una de las marcas de agua de su pensamiento. Tanto es así que incluso recuerda que, gran admirador de Azuela, impartió un curso sobre la novela de la Revolución mexicana y que, en su juventud, también escribió versos, “como todo portugués que de tal se precie”.

Marina también sorprende al lector con sus observaciones sobre las islas Azores y sobre el gran poeta azoriano Fernando Aires, famoso por haber quemado en un rapto de insatisfacción todos los ejemplares del único libro de poemas que entregó a la imprenta. Llega a insinuar un exceso de centralidad de las letras portuguesas, lo que podría denominarse un olisipocentrismo que convierte a las letras azorianas en algo todavía más lejano y exótico.

En otro capítulo de su libro, Luis Marina nos habla del Elogio de Bruselas, cuya autoría se debe a Rui Vaz de Cunha, personaje tan irrepetible como contradictorio, con quien comparte muchas lecturas y la firme creencia en la amistad y en la conversación como una de las principales manifestaciones de lo humano. Nos cuenta que Vaz de Cunha es parecido a Tristram Shandy, “alegre, voluble y algo chiflado”, y que su literatura le gusta porque le descubre lugares nuevos, invita a buscar libros en los anaqueles de las librerías y bibliotecas que le son desconocidas, a visitar ciertos museos. Es más, afirma, con la generosidad que le caracteriza, que de vez en cuando se encuentra con libros que le hubiera gustado escribir y de los que trata de aprender, como es el caso de este Elogio de Bruselas.

A Luis María Marina le gustan también las fotografías de algunos artistas que descubre en Portugal, como Ricardo Rangel y Gérard Castello-Lopes, cuyas obras son capaces de reconstruir el mundo. De este último destaca una titulada Portugal, 1987, imagen de una roca solitaria en medio de las olas encrespadas, que relaciona tanto la Historia Trágico-marítima, de Brito, como con un conocido poema de Drummond de Andrade, … en medio del camino había una piedra. Y quizás sea esa misma imagen del naufragio y de la piedra, la que más tarde utilizará para definir el destino de su propia biblioteca, víctima de esos otros naufragios que, de alguna manera, son las sucesivas mudanzas a las que inevitablemente se enfrenta el diplomático, rescatando, in extremis, algún que otro volumen, como el de Vintila Horia y su Dieu est né en exil, otrora denostado por los bien pensantes.

Más adelante, y ya sobre Buenos Aires, Luis Marina, algo incauto, nos descubre casi todo. Desde donde disfrutar de un excelente desayuno, sobre todo en la confitería Dos Escudos, hasta el panorama actual de la acción cultural española en aquellas tierras, pasando por los tesoros, incluidos los volúmenes personales de Emilio Castelar, que uno puede encontrar en la biblioteca del Jockey Club, o los vestigios del exilio en Córdoba de un poeta de la talla de Juan Larrea, o de otro como Vicente Luy, quien hizo de la poesía coloquial uno de los logros poéticos del momento.

Para Marina, Buenos Aires es, además de muchas otras cosas, la capital mundial de la traducción. Recuerda, muy acertadamente, dos obras que confirman de alguna manera la aseveración anterior. La primera es la de Borges, “Las dos maneras de traducir”, y la segunda la de Ortega, “Miseria y esplendor de la traducción”, publicada por primera vez en La Nación. Es más, nos avisa que no debemos olvidar que, gracias a esa labor de traductores, pudieron subsistir muchos de los exiliados españoles en Argentina, como Alberti, Baeza, Chacel, o Ayala.

De alguna manera, Marina comparte la opinión de Hugo Wast y de muchos otros que consideran a Buenos Aires como la nueva Babilonia, al afirmar que su literatura es francesa; su filosofía alemana; las finanzas, inglesas; sus costumbres, españolas; su música, italiana, y su cocina, de todos los países de la Tierra.

Concluye la obra de Luis Marina con unas páginas a modo despedida de Buenos Aires. Fueron unas líneas muy sentidas, leídas en la residencia de la Embajada de España, en las que, además de la nostalgia por una etapa que concluye, se resumen los trazos, algo cubistas, quizás siguiendo las líneas de ese Velázquez precursor del arte abstracto, que tanto la ciudad como toda la sociedad argentina dejan indeleblemente grabados en el ánimo de este extraordinario escritor que, como decíamos al principio, es poeta extremeño, diplomático de carrera, y pensador de vocación.

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