Allí donde la toques, la memoria duele Yorgos Seferis
Entre nuestras lagunas culturales, una ostensible es el desprecio hacia la literatura europea. Hemos vivido demasiado tiempo, separados, aislados de Europa por una barrera infranqueable más política que física. Y, eso se paga. Un ejemplo muy significativo, es el gran desconocimiento de Yorgos Seferis (1900-1971). Un poeta que modificó notablemente el panorama poético neo-helénico y un prosista cosmopolita y abierto a las vanguardias, particularmente en el periodo de entre-guerras.
Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1963 y fue el primer escritor de nacionalidad griega en conseguirlo.
Nació en Esmirna (Turquía). Al igual que otros griegos como, sin ir más lejos, Petros Márkaris, estuvo marcado por crecer y convivir entre dos culturas y por hacerlo en una época manifiestamente inestable como lo ha sido el siglo XX en el área balcánica.
En su obra hay una admiración por el mundo clásico, especialmente por Homero y una atracción hacia la contemporaneidad y los movimientos vanguardistas. Me gustan sus constantes referencias al Mediterráneo y a los paisajes, olores y sabores de la infancia.
Es como si le pertenecieran los atardeceres en el momento del crepúsculo. Lo imagino cerca de Cabo Sunión, junto al templo de Poseidón, enclavado en un promontorio sobre el mar Egeo, donde en la plenitud de la tarde que decae se puede percibir la presencia de Anacreonte que susurra con una sonrisa: vive la belleza del instante.
No todo es luz, todo tiene su sombra. Sus creaciones se mueven entre la angustia y el equilibrio. En sus páginas es perceptible un dolor sereno que corroe por dentro y hace que a veces una lágrima resbale por la mejilla.
Sus versos sugieren y traen al presente un aroma de alegría y de dolor nunca oídos, o quizás olvidados. El suyo es un constante departir con el pasado. Ese diálogo es fructífero como quien saca viejas fotografías de cajas de cartón y pasa horas observándolas con cuidado, con detenimiento.
Hay en su literatura una fuerza magnética que seduce y atrae al lector. Parece que sus versos guardan recuerdos de aquellas huellas en la arena… que le persiguen como un fantasma.
Hay momentos en que su mirada es abrasadora y otros, en que cierra los ojos y se siente penetrado por la humedad de la niebla. Los pasos vacilantes, furtivos se van adentrando en su interior y dejando una gotas de amargura con sabor a sal marina.
Hay palabras que torturan. Hay palabras que ayudan a vivir y otras que se van apagando lentamente hasta difuminarse en el olvido. No es posible mentir ni esquivar a las sombras cuando estas son algo más que heraldos de la muerte.
Tal y como expresó con elegancia el poeta hindú Rabindranath Tagore, la poesía a veces no es otra cosa que el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos.
Las palabras predilectas de los poetas son las que anticipan deseos no formulados, las que urgen al tiempo para despertarlo cuando tiene sus sentidos aletargados.
El mar, siempre, el mar Mediterráneo, con su voz ronca y seca… y la nostalgia del lugar donde nació. Como poeta tiende al ensimismamiento, sin el menor artificio retórico.
Su infancia regresa una y otra vez se escuchan las campanas, se oye el canto de los gallos…
Fue un niño ligeramente introvertido y al que le gustaba refugiarse en la literatura. Su padre, a quien admiraba, era profesor universitario y estaba considerado como el más concienzudo traductor de Lord Byron, figura muy admirada y respetada en Grecia ya que fue a luchar por la independencia y murió en suelo heleno.
Tuvo ciertos efectos traumáticos el traslado de la familia de Esmirna a Atenas. Atenas le fascinó y en sus paseos solitarios por tantos lugares cargados de historia… el aroma de la Grecia clásica le fue penetrando. Hay quien no lo advierte nunca pero la cultura helénica, para quien sabe percibirla es ante todo, una forma de vida que influye en el ‘ser’ y en el ‘pensar’
La Odisea de Homero, sin ir más lejos, le ayudó a sostener la tesis de que la personalidad humana apenas ha cambiado con el transcurrir de los siglos. Entre los poemas homéricos, los fragmentos de los primeros filósofos y poetas y el testimonio de los historiadores y nosotros, hay si se sabe verlo, una solución de continuidad… que está por encima y más allá del tiempo.
Vamos ahora, a realizar un recorrido para trazar algunos rasgos sobresalientes de su mundo creativo, de su trabajo diplomático y de sus viajes que tanto le aportaron.
Me interesan mucho las traducciones. El arte de traducir es apasionante. No basta con trasladar las ideas, las palabras de una lengua a otra hay que captar, apoderarse del espíritu del poema, interiorizarlo… y acertar a expresarlo como si naciera de nuevo en otro idioma.
Tuvo amistad con Constantino Kavafis que le influyó no sólo en su estilo sino en su visión de la realidad. Ya hemos comentado lo mucho que admiraba las traducciones que su padre realizó de Lord Byron. No es de extrañar por tanto, que se sintiera atraído por T.S. Eliot, Paul Valéry y André Gide de los que realizó impecables, cuidadas y espléndidas traducciones… entendiendo la traducción como una obra de arte. No me resisto a comentar que en nuestro país tuvo la fortuna de que Emilio Lledó, con maestría, vertiera al castellano algunos de sus poemas. Si no recuerdo mal, una pequeña selección apareció en el periódico Norte de Castilla, que por aquellos años manejaba, por lo que a cultura se refiere, la sabia mano de Miguel Delibes.
Siendo un muchacho buscó ampliar horizontes y conocer mundo. Tuvo la oportunidad, y la aprovechó, de estudiar literatura y derecho en la Sorbona y de ‘empaparse’ de París y patear sus calles. Su lugar predilecto era el Barrio Viejo de amplias resonancias literarias y artísticas. Gracias a esta estancia, en la por entonces capital cultural europea, conoció la poesía francesa contemporánea y a algunos creadores e intelectuales que le abrieron caminos, le influyeron y le ayudaron a comprender el, por entonces, aún incipiente ideal europeísta, superando barreras y fronteras.
Una característica de su obra es que mezcla… podría decirse, que funde hechos históricos, mitología y literatura como en una serie de poemas basados en la Odisea homérica.
Una pregunta, siempre difícil de responder, es: ¿qué leer de Yorgos Seferis?, ¿por dónde empezar? Quizás merezca la pena comenzar por ‘Momento crucial’. Su poesía es, también, deslumbrante en ‘Tres poema secretos’. Si se quiere tener una visión más amplia, están a nuestra disposición sus poesías completas (traducción de Pedro Bádenas de la Peña) de 1986 o la ‘Antología poética’ de Pedro Ignacio Vicuña de 1989.
Sus obras en prosa son imprescindibles para hacernos una idea de su carácter, de su visión de la existencia, de su ideología y de sus preferencias intelectuales y vitales.
Yorgos Seferis es autor de la novela ‘Seis noches en la Acrópolis’ que rezuma cultura, destreza narrativa y nostalgia. En castellano podemos leer una espléndida traducción de Vicente Fernández González que, además, tiene el atractivo de que fue Premio Nacional de Traducción en nuestro país. Puede decirse que pasó, casi desapercibida, pero para quien la busca y la encuentra, es sencillamente un manjar delicioso.
Sus ensayos, estructurados en tres volúmenes, abordan varios temas, desde la actualidad hasta el mundo clásico, pasando por perspectivas y ángulos de la literatura, la cultura y el pensamiento en Europa, especialmente en el periodo de entre-guerras, de sus amistades y vivencias… y, también, algunos de contenido político que podríamos calificar de europeísta. Asimismo, sus diarios ‘Días’ (siete volúmenes) son un buen complemento para quien quiera adentrarse en este interesante intelectual culto y enamorado de la antigüedad clásica. Por cerrar este apartado, añadiré a lo comentado, la angustia poética de Seferis ‘Ensayo y Estudio’ de Manuel Briceño Jáuregui, 1971, inteligente y revelador de diversas claves.
Mas la añoranza de la Grecia clásica reaparece una y otra vez. Son momentos en que parece escucharse la flauta del dios Pan a la sombra de un árbol… reposando tras sus correrías, persiguiendo a las ninfas.
Me sigue causando perplejidad como figuras representativas de la intelectualidad europea, en este caso, además, el primer Premio Nobel de Literatura griega y el único hasta ahora, despierte tan poco interés entre nosotros. Lamentablemente, no es un caso aislado y hemos echado por la borda a muchos pensadores y creadores del siglo XX que merecería la pena conservar en la memoria.
En la misma Grecia, hasta hace pocos años, se reeditaban sus obras con cierta frecuencia, más de un tiempo a esta parte, tampoco se le tiene demasiado en cuenta.
Para Yorgos Seferis supuso un duro golpe el que los otomanos se adueñaran de la ciudad de Esmirna, tras la guerra greco-turca. Fue como si perdiera su infancia y como si dejara atrás una parte de sí mismo. El éxodo de muchos griegos y el regreso a su país de origen fue, en no pocas ocasiones, traumático.
Me lo imagino caminando por un sendero angosto y escarpado, lleno de espejos, donde los dioses y los héroes homéricos evitan reflejarse… quizás porque sienten vergüenza de la degradación a que ha llegado la antigua Hélade.
Decidió entonces, formar parte del servicio diplomático griego, lo que le permitió seguir viajando y acumular experiencias. Prestó sus servicios en Londres en calidad de Vicecónsul y permaneció unos años a orillas del Támesis. Tras ascender a Cónsul estuvo destinado en diversos servicios entre ellos Albania. Durante la II Guerra Mundial se exilió, residiendo en diferentes países como Egipto, Italia entre otros.
Una vez concluida la II Guerra Civil Europea, fue embajador en distintos países y terminó su carrera en Londres, ciudad a la que estaba muy vinculado.
Merece la pena recordar que fue un hombre de convicciones democráticas. En 1967, cuatro años después de concederle el Nobel, cuando ya se había retirado de la carrera diplomática y residía en Atenas, tuvo el coraje cívico y el valor suficiente para denunciar públicamente a la dictadura de Georgios Papadopoulos, es decir, el tristemente célebre ‘régimen de los coroneles’ Este gesto lo hizo popular entre los jóvenes para los que, en cierto modo, constituía un ejemplo a seguir y un guía intelectual y cívico.
Hay que destacar que en toda su vida tuvo ‘dos amores’: Esmirna, la hermosa ciudad en que nació, y el mar Mediterráneo con sus cristalinas aguas… cargadas de historia y de poesía.
Merece atención por su serenidad reflexiva, por sus preocupaciones filológicas y por su conocimiento de la Grecia clásica. El pasado se cubre y se envuelve en Seferis con un hermoso manto verbal. Por eso, supo mantenerse firme, creativo y, hasta podría decirse, ‘herido de esperanza’ pese a las desilusiones y desengaños que iba sufriendo.
Dominó el arte de la política y supo hacer de la diplomacia un útil instrumento para acercar posiciones y para lograr que se cumplieran objetivos comunes.
Puede afirmarse que pasó buena parte de su vida cruzando un frágil puente de madera que unía y pretendía comunicar dos mundos, dos formas de concebir la existencia, dos realidades muy distintas una de la otra.
Está en nuestra mano buscar el momento oportuno para conocer mejor a este brillante poeta, ensayista y novelista. Tengan la seguridad los lectores, de que no se verán defraudados si abren alguno de sus libros y disfrutan de su sabiduría y de su serenidad.