2020 Año Galdós
En pocas semanas finalizará el Año Galdós. Ha tenido bastantes más sombras que luces, aunque al final se ha entonado un poco. Sería un grave error, no obstante, apresurarse a ‘echar la persiana’ y pretender pasar página, sobre todo, sin haberla leído previamente con la atención que merece.
En el futuro, claro está, habrá que seguir ocupándose de Galdós, ya que es un clásico a la altura de Honoré de Balzac, Charles Dickens o León Tolstói coincido con quienes lo consideran el mejor escritor en lengua castellana tras Cervantes.
¿Qué es un clásico? alguien cuyos mensajes y cuya visión del mundo y del hombre, continúan vivos como si de una flecha capaz de atravesar el tiempo se tratara. Un clásico es, también, uno de esos escasos y privilegiados escritores capaces de decir algo nuevo y de conectar con las expectativas de todas las generaciones venideras.
Se le ha tergiversado, se le ha despreciado más quienes lo leen con atención y sin prejuicios, siempre encuentran en sus páginas, estímulo, inteligencia, una visión certera del ser humano… y una enorme entereza y denuncia del fanatismo, la intolerancia y el permanente desdén de los poderosos y soberbios.
El conocimiento, que por regla general se tiene de Galdós, es harto limitado. Se le recuerda como autor de algunas grandes novelas como “Fortunata y Jacinta”, “Misericordia”, “Tristana”, “La desheredada” o “La familia de León Roch”, de “Los Episodios Nacionales” o de dramas como “Electra” o “La de San Quintín”… las demás facetas, cronista, periodista, autor de libros sobre viajes, son todavía desconocidas para el gran público.
Hablemos, aunque sea someramente, del Galdós viajero. Viajando se aprende. Visitando lugares históricos y emblemáticos no sólo se mejora nuestra cultura, sino que se despiertan mecanismos interiores, capaces de establecer secretas conexiones con el pasado.
Galdós viajó por Francia en varias ocasiones, por Italia, de donde nos dejó unas interesantísimas impresiones de su cultura, arte y de la vitalidad de sus gentes…
Nos interesa especialmente que en 1889, visitó Inglaterra. De este viaje para él, lo esencial fue, desde luego, poner el pie en la Villa de Stratford. Pudo, al fin, visitar la casa natal de William Shakespeare y su tumba. Puede afirmarse, sin exageración, que constituyó un sueño cumplido.
En cierto modo puede considerarse una peregrinación laica. Se fue preparando y por eso, con la habilidad que le caracterizaba, supo dilatar los momentos decisivos e ir trazando el itinerario hasta poner el pie en el lugar “sagrado” donde Shakespeare vió la luz.
¿Qué fue Shakespeare para Galdós? No sólo el mejor dramaturgo de todos los tiempos, sino un forjador de caracteres y, sobre todo, uno de los creadores que quizás penetró con más hondura en el lado oscuro del ser humano.
Galdós se cuida mucho de no caer en la pedantería. Poseía un gran caudal de lecturas y un conocimiento pormenorizado de los clásicos. Ahora bien, a la hora de plasmarlo en sus páginas, sus citas y referencias son a menudo indirectas, estableciendo así una secreta complicidad con el lector culto. Son más abundantes de lo que parece sus referencias de Dickens y sus menciones, más tácitas que expresas, a dramas de William Shakespeare, por no citar a clásicos españoles como Quevedo y sobre todo, Cervantes.
Shakespeare y Galdós. Dos colosos frente a frente. Lo más característico de ese viaje de 1889 fue lo que podríamos denominar una peregrinación literaria hacia el autor de “Hamlet”. Quería conocer, empíricamente, palpar y respirar el lugar dónde nació, las calles que pateó y los espacios donde se fue forjando su personalidad.
El contacto con un gigante de la literatura como Shakespeare, en un espíritu sensible como el de don Benito, no sólo despierta admiración sino que saca a la luz, lo mejor que los creadores llevan dentro: un intenso afán por comprender la sociedad en la que viven, las expectativas del corazón humano y los conceptos que, a veces, van tan unidos de belleza y tragedia.
El viaje-peregrinación adquiere así unas dimensiones de introspección espiritual y una expresión lirica, de altos vuelos. Cuando rememora las hondas emociones que le sugieren, lo que ve y los lugares que ‘devora con los ojos’ sabiendo que está experimentando momentos únicos. Emociones poéticas que vuelven a invadirlo delante de su tumba.
Fueron para don Benito momentos inolvidables que dejaron en su sensibilidad e inteligencia una huella profunda e indeleble. Es sencillamente lamentable que apenas se hayan mencionado estas páginas llenas de un hondo lirismo y que destilan una vasta cultura literaria. Además, están escritas con una enorme pasión y a la vez, respeto e inteligencia. Es, el suyo un acercamiento muy bien construido, modulado y preciso.
Podría sostenerse, incluso, que en Galdós especialmente cuando se apasiona, las palabras exigen respuestas e iluminan y transmiten secretos rincones. Su aguda mirada es intensa. Escruta ávidamente, los ‘espacios sagrados’, estableciendo apasionados vínculos entre lo que sus ojos ven y lo que describe su pluma. Acierta, al elegir las palabras adecuadas que expresen lo que la inteligencia vive y la memoria siente. Su exigencia y rigor es lo que le convierte en un creador de auténtica talla. Suele contener sus emociones… más cuando echan a volar las campanas, sus páginas adquieren un fuerte aliento lírico.
Me propongo ahora, describir los momentos más decisivos de ese viaje, que tiene algo de iniciático, algo de sublime y plasma, por encima de todo, una admiración sincera hacia el gran dramaturgo.
Naturalmente, decir que sobre Shakespeare todo está escrito, no es más que una boutade insulsa y falaz. Cada cierto tiempo, aparecen nuevos libros, normalmente en forma de ensayo, sobre el autor de Macbeth, que bien investigan algún aspecto poco tratado de su biografía, bien dan lugar a interpretaciones sobre puntos oscuros o polémicos… o lo que es más frecuente, comentan y profundizan sobre sus dramas, comedias y sonetos y sobre su gigantesca proyección posterior. Recientemente, sin ir más lejos, he leído “Apuntes sobre Shakespeare” de Jan Kott, crítico y teórico teatral, que realiza un análisis sosegado, con puntos de vista muy interesantes y, en cierto modo, originales.
Volvamos a Galdós y a su viaje a Stratford. ¿Cuándo comienza un viaje? Mucho antes de empezar la andadura, cuando se prepara, cuando se reúne documentación y cuando la ilusión de perseguir sombras y entablar un diálogo fructífero con fantasmas del pasado… se va aproximando.
Como todo escritor de raza, don Benito sabe dosificar perfectamente, los efectos y establecer una complicidad con el lector preparándolo para que viva como propias las experiencias que se dispone a narrar.
Va a partir de Newcastle, rebosante de emoción, rumbo a ‘the home of Shakespeare’. Conviene que el lector sepa que Stratford está cerca de Birmingham. Don Benito no se resiste a comentar lo que va contemplando, desde el tren en que se desplaza… comarcas fabriles, cultivos, la campiña inglesa con su placidez e intenso verdor… Le da la impresión, tal es su encanto, de estar recorriendo el escenario de una égloga virgiliana. Las referencias literarias e históricas no podían faltar. Las ruinas del castillo de Kenilworth, por ejemplo, escenario de una sugestiva novela de Walter Scott…
El recorrido toca a su fin, ya se halla en Stratford-upon-Avon. Lo primero que le llama la atención es que en 1889 era una villa de diez mil habitantes, es decir, con una densidad de población mayor que algunas capitales de provincia españolas. Todo allí produce una sensación de sosiego y tranquilidad. Es un escenario idóneo para dejar volar de la imaginación. Presente y pasado se funden en un estrecho abrazo.
Señalaremos ahora, los momentos que le causaron mayor impacto. Cuando hubo de optar entre uno de los dos hoteles que entonces existían en Stratford, se decidió por el Shakespeare Hotel. Una vez allí, comprueba que le aguardan agradables sorpresas como por ejemplo, que las habitaciones en lugar de número llevan el título de dramas y comedias shakesperianos. Galdós se aloja en el ‘Love’s labours lost’ (Trabajos de amor perdido). A través de un largo pasillo observa como otros cuartos se denominan Hamlet o Macbeth, indudablemente, un merecido homenaje y un inteligente detalle.
Galdós no busca erigirse en protagonista de lo que narra o describe, prefiere mostrar, con exactitud, lo que ve para que el lector capte ‘la atmósfera de tiempo detenido’ que rodea el hotel donde la patina que deja el pasado se hace patente.
El hotel es confortable. Da la impresión de que el visitante parece encontrarse en una de las hosterías sacadas de las páginas de Charle Dickens. El sosiego y la tranquilidad que experimenta, permite hacerse la ilusión de que se está viviendo un viaje al pasado. Contribuye a crear ese ambiente shakesperiano, el hecho de que las paredes están llenas de cuadros y láminas de sus dramas… Lady Macbeth, lavándose las manos manchadas de sangre o el viejo Rey Lear, quejándose amargamente de las erróneas decisiones adoptadas…
A la mañana siguiente, tras un reparador desayuno, Galdós adoptando el papel de un magnífico ‘cicerone’ nos va guiando a través de las calles de Stratford en busca de los edificios históricos vinculados a W. Shakespeare. Le llama la atención la limpieza de las calles más, sobre todo, el cuidado, incluso el mimo, con que las Administraciones Públicas cuidan un lugar emblemático como este.
Uno de los momentos más emocionantes es cuando pone por fin, el pie en la casa natal de William. Tiene esta una estructura típicamente normanda. Es un sencillo edificio de madera con dos pisos. Galdós nos informa de que lo adquirió John Shakespeare (padre de William) por 40 Libras.
Los restauradores han sabido crear el ambiente interior adecuado, casi mágico. Llama la atención de don Benito por lo que respecta al piso inferior, la cocina con su inmensa chimenea, donde hay dos asientos de mampostería, en los que los visitantes pueden sentarse un rato a descansar y dejar volar su imaginación, pensando en las horas que W. Shakespeare pasó allí, con la mirada puesta en las llamas. Demos, también, rienda suelta a nuestra capacidad de ensoñación y pensemos, el pensar es libre, que allí mirando los troncos que van quemándose en la chimenea, quizás nacieran y cobraran vida, por primera vez, algunas de las sombras o espectros que más tarde configurarían su galería inmortal de personajes.
En el piso de arriba está la habitación donde William vio por primera vez la luz. Galdós sabe trasladar allí al lector, nos muestra las sillas de época, un pupitre… destaca, asimismo, alguno de los visitantes ilustres que han dejado testimonio de su estancia allí: Walter Scott, Charles Dickens, Goethe, Lord Byron, entre otros. En un edificio anejo hay un pequeño museo shakesperiano, donde se custodian cartas, grabados y diversos documentos vinculados a la familia. La mirada de don Benito se posa en la carpeta, que según la tradición usó el propio William en su etapa escolar, así como en los originales de los contratos que firmó con empresarios teatrales, amén de armas, libros y otros objetos. Otro detalle del buen gusto y exquisito cuidado que han mostrado quienes mantienen en impecable estado estos edificios y cuanto les rodea, es que en el jardín contiguo se cultivan las flores y arbustos del gusto del poeta o que aparecen citadas con mayor profusión en sus obras.
Al abandonar la casa natal, Galdós quiere visitar el lugar en el que estuvo la casa donde murió el autor de tantos dramas excelsos y donde escribió, por ejemplo, Julio César.
Para completar este itinerario, don Benito se encamina ahora a buscar la tumba. Se encuentra en el interior de la iglesia Holy Trinity Church, no le es posible evitar el comentario sobre la gran diferencia que existe con nuestro país donde, los tan traídos y llevados restos de Cervantes o Velázquez, han dado lugar a diversos pasos en falso y lagunas históricas, prueba de la falta de cuidado con que se han tratado. No hay mayor manifestación de cultura cívica y de respeto que preservar en las mejores condiciones posibles el patrimonio histórico y cultural común.
Tras realizar una completa descripción de la iglesia, señala que los sepulcros son de una indiscutible belleza y poesía. La escultura de William Shakespeare tiene una pluma en la mano derecha y en la izquierda un pergamino, su expresión es noble y su atuendo sencillo y elegante. Al pie se encuentra una lápida con palabras del propio William que bendice a quien lo respete y maldice a quien dañe sus huesos.
Todo está envuelto en un halo que conserva como si estuviera viva la sombra venerable de Shakespeare, hasta tal punto, que da la impresión que podría aparecer ante nosotros en cualquier momento.
‘La búsqueda’ de Galdós no se detiene ahí. Quiere conocer, asimismo, la Stratford Grammar School, donde William realizó sus estudios de primaria; otra agradable sorpresa es que el aula se conserva sin variación desde aquellos tiempos. La meticulosidad con que cuidan y protegen su legado es, desde cualquier perspectiva, admirable.
En esa relación dialéctica que el pasado mantiene con el presente, también, hay que mencionar los edificios monumentales, de construcción más reciente, destinados a homenajear la memoria del autor. Básicamente son dos: la Clock Tower (torre del reloj) y el Shakespeare Memorial ubicado a orillas del río Avon, que contiene un teatro donde se representan, sobre todo, dramas y comedias de William, un museo y una cuidada biblioteca. Don Benito presta atención especialmente, a la estatua de bronce ubicada en los jardines y a las cuatro figuras extraídas de las páginas de sus obras: Hamlet, Lady Macbeth, Falstaff y el príncipe Hal.
La experiencia de su viaje a Stratford me parece un texto indispensable. Es difícilmente concebible, que no se citen más, o que la faceta del Galdós viajero permanezca, todavía, en la penumbra. Es, sencillamente formidable, no sólo el homenaje que rinde a Shakespeare sino el brillante itinerario literario que va desde lo exterior hasta sumergirse en el ambiente en que vivió.
Podríamos decir que no sólo ahonda en la existencia histórica de Shakespeare y en los lugares que le vieron nacer y morir, sino que penetra en su esencia y en sus dilemas existenciales… dejando caer, con la habilidad que le caracteriza, comentarios llenos de agudeza sobre los seres inmortales y las criaturas fascinantes a las que William Shakespeare, como si de un escultor se tratara, ha sabido dar unas dimensiones inmortales.
Hoy, apenas se valora dedicar tiempo a la lectura, meditación e introspección. Una de nuestras mayores desgracias es que no sabemos estar solos con nosotros mismos. Muchos están imbuidos de ese ritmo frenético y notoriamente estúpido… de correr mucho para no llegar a ninguna parte. Está lejos de su universo de preocupaciones, dedicar el tiempo que merece, a la lectura y a la sabiduría que otorga el conocimiento de los clásicos.
Vivimos inmersos en una alienación profunda, que pretende convertir el tiempo en dinero, en lugar de conceder la importancia que tiene vivir y llenar de sentido y contenido la vida, aprendiendo a valorar, por ejemplo, una puesta de sol entre montañas… o las palabras que nos legaron quienes han sabido crear páginas sublimes que nos ayudan a vivir y a entendernos a nosotros mismos.
Hay autores, Shakespeare fue uno de ellos y don Benito otro, capaces de crear en las páginas de sus obras un espejo donde se reflejan las contradicciones, frustraciones, anhelos y esperanzas de la sociedad que les tocó vivir, y por ende de la nuestra. ¡No hemos cambiado tanto!
Hay escritores que nos han legado un generoso proyecto para que lo hagamos nuestro. Obviamente, humanizar nuestra existencia no sólo nos enriquece sino que nos hace mejores.
En este viaje a Stratford-Upon-Avon, Galdós no sólo pone en juego su habilidad descriptiva y su hábil manejo de recursos literarios, sino que en un ejercicio de introspección es capaz de transmitirnos momentos sublimes, emociones profundas y, al mismo tiempo, rendir un tributo a la luminosa memoria de un dramaturgo universal.