marzo de 2025

Una lámpara de palabras

Rolando Kattan

Por su interés para los lectores de Entreletras publicamos el prólogo que José Luis Morante ha escrito para el poemario Errar en la montaña, del hondureño Rolando Kattan, que el año pasado ganó por Omisión del ángel el Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez y en el 2020 su obra Los cisnes negros obtuvo el Premio Casa de América de Poesía Americana. 

En el azaroso pacto entre memoria y lenguaje, que armoniza escritura y existencia, dejo en tierra firme una certeza: hace tiempo que la lírica contemporánea en castellano alumbra registros sobresalientes en la geografía transversal de América Latina, desde Argentina a México y el perfil isleño del Caribe. Así lo ratifican premios, antologías, investigaciones universitarias, encuentros y la creciente adhesión de un entusiasta número de lectores peninsulares, atento a los usos singulares del hecho literario y al sondeo permanente de estuarios formales y temáticos.

Con una realidad política, económica y social compleja, que condiciona y enmarca con sus infiltraciones la fenomenología expresiva y fomenta su capacidad de resistencia, en el otro lado del océano conviven trayectos intergeneracionales. Son poéticas prevalentes, marcadas por la heterogeneidad, dispuestas a la refundación del legado hispánico tradicional. Percibo  un muestrario copioso de jerarquías consagradas como Ida Vitale, Rafael Cadenas, Raúl Zurita, Iván Carvajal, Gioconda Belli, Sara Vanegas, Yolanda Pantin o Piedad Bonnett —se me disculparán las ausencias de esta azarosa nómina— que abona el surco abierto de la poesía y da continuidad y magisterio a otros solistas de reconocida solvencia como Carlos Roberto Gómez Beras, Jacqueline Goldberg, Xavier Oquendo Troncoso, Rosabetty Muñoz, Edda Armas y autores más jóvenes como Elí Urbina, Paula Simonetti o Juan Suárez Proaño, cuya producción necesita ser estudiada con la necesaria perspectiva.

Rolando Kattan (Tegucigalpa, 1979) poeta, editor, bibliófilo y académico es, desde hace dos décadas, presencia continua en el espacio poético hispanohablante y voz activa en demarcaciones y foros de reflexión literaria. Fue en el Encuentro Internacional de Poetas “Poesía en Paralelo 0”, celebrado en noviembre de 2023 en Quito y otras ciudades ecuatorianas, cuando conocí personalmente al escritor. Allí pude disfrutar de la estatura de su creación, ya en plena madurez. En las intensas jornadas buscamos juntos tiempos comunes para intercambiar libros e impresiones lectoras; para constatar las incertidumbres que construyen el proceso de escritura, convertido en posibilidad y conocimiento, en continua búsqueda lingüística.

El corpus personal Donde volver deseo (2023) permite vislumbrar las zonas discursivas con visión de conjunto y llenar las manos con el sedimento medular que enhebran los poemas. En la muestra, cuyo título nace de unos versos de Dante Alighieri, el célebre poeta florentino, autor de la Divina Commedia, están representados los libros Animal no identificado (2013), Acto textual (2016), El árbol de la piña (2016), Luciérnaga de otoño (2018), los selectos conjuntos Un país en la fronda (2018) y Gabinete de curiosidades (2020) y Los cisnes negros (2021), entorno poético reconocido en España con el XX Premio Casa de América de Poesía Americana.

Cada entrega supone un paso adelante, una exploración estética cuyas facciones apuestan por la libertad creadora y la renovación, desde un lenguaje transparente, articulado, casi siempre, en torno al verso libre y cuajado de imágenes. Sería la salida Poemas de un Relojero (Universidad de Costa Rica, San José, 2013), que consiguió mención de Honor en el Premio centroamericano de Poesía Rubén Darío, la que define por primera vez la entidad poética de Rolando Kattan fuera del entorno literario hondureño.

Sin embargo, el camino poético como tal comienza con plena voluntad en Animal no identificado (Editorial Gattomerlino, 2013), editado de nuevo aquel año en el catálogo de Cisne Negro. Los poemas se forjan como hitos escriturales, retornando con paso ligero a la imprenta en 2016. Desde un amplio horizonte temático acoge en sus contenidos un material imaginativo de dimensión filosófica con un sujeto verbal enunciativo y confidente. En el análisis de la propuesta resaltan algunas estrategias de distanciamiento para la transmisión autobiográfica como la ironía. Es un recurso retórico adecuado para acoger elementos sencillos de apariencia prosaica, discrepantes con la realidad convencional. El hermoso poema homónimo “Animal no identificado” deja en sus versos una insistente celebración de la fantasía. La visión onírica cobra protagonismo al diseñar en la trama un terrario de criaturas imaginarias. Allí aparece uno de los seres conceptuales más queridos en la ruta poética: el cisne negro. El ave se define como animal a trasmano de la creación bíblica. Debe su corporalidad al solitario estar meditativo del poeta, cuya capacidad regenerativa compone alas con el gris polvoriento de la ceniza.

Acto textual (2016) encuentra amanecida en la ya mencionada editorial ecuatoriana El Ángel Editor. El proceso creativo se embarca en una larga travesía. Ya ha trascendido tiempos y fronteras y entiende el texto como estado ontológico. Es casa de la palabra, cuerpo viviente que transfiere emociones y sentimientos. Contempla, comprende y hace de la escritura un deambular de conocimiento. Es también rumor de vuelo. Así lo manifestaba el pensamiento del escritor en las páginas digitales de El Pulso, en 2016:

“Hablo de la poesía como un estado.  En mi proceso creativo el poema existe y se forma junto con mis días, el poema es un ente vivo e individual, no suele pertenecer a la realidad sino a lo oculto, a lo que no se ve, y hay que, de algún modo, acercarle una lámpara de palabras”.

La equilibrada reflexión no establece marcos normativos. Clarifica que el texto constituye un espacio propio, ajeno al carácter testimonial o mimético de la figuración realista. Nace del contraste entre la sombra y la azarosa luz del despertar, con la intención de hacer visible secuencias interiores; el devenir continuo de la intimidad en el desplome del tiempo. Quien escribe no parte de lo particular y concreto sino desde una dimensión atemporal que transciende lo contingente, sin plantearse un destino de dirección única.

El aserto “Acto textual” induce a pensar en un eje orbital metaliterario. La escritura se acerca al espejo para indagar, detrás de su pulida superficie, la razón del poema. Pretende oír la respuesta a esa desnudez interior que cobija una realidad distinta. Dentro se articula un mundo de sugerencias a través de significados y conceptos, en un movimiento ascendente.

Abonado al recuerdo, el poema “El árbol de la piña” se integra en el libro de igual título; los versos escalan la memoria para recuperar una genealogía que reposa en el discurrir. Con el hábito enunciativo de la prosa poética, conforma una composición fragmentada de amanecida y esperanza, donde el lenguaje muestra su activismo regenerador. Es un rasgo compartido con otras composiciones de El árbol de la piña (Ed. Cisne Negro, Tegucigalpa, 2016) donde se alza fuerte un escenario transformado por la imaginación y habitado por personajes de la memoria. Los versos narran el largo viaje desde Palestina hacia la tierra prometida. El recobrado abuelo se convierte en viajero, es un personaje carismático que moroso se acerca a un sueño incumplido. Nunca pierde su humanidad; es habitante de una escenografía simbólica donde el paisaje se hace tinta fresca y se balancea entre la evocación y el vapor leve de la fantasía. Más que un sujeto lírico concreto, el abuelo representa la aspiración genealógica de adquirir un paisaje para asentar la deriva y sembrar surcos de esperanza. Alguien que escucha la voz coral de un yo colectivo, recorre la memoria común y amplía la mirada con su capacidad de ver.

Luciérnaga de otoño (2018), publicado en la editorial Cisne Negro, en Tegucigalpa, incorpora citas de Edilberto Cardona Bulnes, Eduardo Lizalde y Octavio Paz. Inicia senda en el exótico escenario argumental de una plaza china. La intangible lejanía acentúa la condición insular del hablante lírico, inmerso en un espacio cultural y geográfico desconocido. No hay otro norte para la desorientación que la mano despierta del poema; la capacidad de persistir de las palabras que buscan vuelo en horizontes abiertos.

La mudanza física sugiere una transformación identitaria del sujeto, hecho otredad y evanescencia. Quien camina parece estar en el margen, fuera de sitio, en la soledad de una casa abandonada que muestra en la penumbra las borrosas formas de sus escombros y un invisible estar de pasos perdidos.

El tiempo se contrae en evocaciones que retornan a lo vivido y alientan el discurrir de la nostalgia. Los poemas, breves, escuetos, con imágenes de aliento sensorial, fluyen con una cálida variedad argumental. Sólo el apartado que conforman los textos de “Ápsides”, escritos en prosa poética, parece un intermedio formal que acentúa el carácter indagatorio del poema.

Si el mínimo estar de la luciérnaga sugiere un punto de luz intermitente, la lectura de las composiciones objetiva una visión nocturnal, un pulso de olvidos y memorias donde retornan las cálidas presencias familiares, siempre proclives a guardar la ternura en el regazo; en el cansancio de la noche.

La antología Un país en la fronda (2018) confirma la relevancia de la identidad poética y su aroma preciso. Es un espejo múltiple que relaciona, en su fragmentación, los distintos intervalos del proceso creativo y las particularidades de cada salida. El aserto Un país en la fronda permite especular con la doble dimensión del sustantivo “país”. Por un lado, delimita un espacio físico, matérico, definido por unas características generales que cualquier homo viator que transita sus relieves puede percibir. Es un mundo exterior al sujeto, pero dispuesto al recorrido, y puede ser contemplado en su propio ámbito, como un entorno sensible. Por otro lado, la semántica conceptual de país contiene un significado simbólico, relacionado con el tiempo histórico. Integra un decurso colectivo hecho de existencias heterogéneas que ponen límites al horizonte verbal de la patria. En ella se construye una convivencia de otredades; es un territorio que obliga a reconocer la autonomía presencial del otro y sus vínculos afectivos.

Con esta doble perspectiva las composiciones de Un país en la fronda conforman una cartografía literaria que traza sus propias líneas de fuga. El conjunto incorpora dos poemas nuevos: “Pañuelo” y “Dongcheng gen Street”; el primero sostiene un emotivo homenaje a la fuerza verbal de la figura materna, y el segundo, que toma el título de uno de los distritos urbanos de la ciudad de Pekín, explora esa continua condición de extranjero que marcan el discurrir de la conciencia y los campos de percepción.

La fuerte sacudida del  XX Premio Casa de América de Poesía Americana ratifica la excelencia expresiva de la entrega Los cisnes negros. Con sensibilidad contenida, el libro se analiza muy brevemente en el liminar del poeta Joan Margarit, Premio Cervantes 2019, cuyo magisterio a pesar de la ausencia persiste intacto. Tras las solemnes citas de Juvenal, Rubén Darío y Jorge Luis Borges, Joan Margarit define así el tacto escritural del hondureño: “Rolando venía desde ese misterio mucho más profundo que es el ser poético, que lo que explora incansablemente no solo es el mundo físico y sus ciudades, sino la vastedad de la propia vida, por la que él transitaba apasionadamente acompañado por todas sus lecturas, de Virgilio a Neruda”.

Al buscar la carne metafísica del título es inevitable recordar, de ahí la pertinencia de la cita, la figura del cisne y su eclosión de belleza con la etapa modernista de Rubén Darío. En su estética, la majestuosa figura se convierte en plenitud e idea del arte nuevo; es renacimiento y vitalismo existencial, un cruce de luz y armonía. En la cita de Borges el pensamiento asocia el cisne negro con lo imposible, según la creencia clásica, pero añade, con su deje lúdico “en Australia no había otra cosa que cisnes negros”, un proceso consciente de construcción de lo posible, de normalidad  y esperanza. Como ya se ha dicho, con estos elementos, Rolando Kattan elabora de modo gradual una entidad propia al ave en el poema “Animal no identificado”; los cisnes negros no tuvieron sitio en el arca de Noé, cuando el diluvio, y se convirtieron en evanescencia y cuerpo pensante, “porque no fueron creados por Dios sino por un poeta”. Una hermosa teoría que convierte a Los cisnes negros en seres extraños y paradójicos que concentran un punto de belleza singular, distinta,  insoslayable, cuya genealogía amanece desde el centro mismo del verso.

La entrega comienza con la composición “Ovejas versus cisnes” y hace de la ironía una estrategia de acercamiento a la sensibilidad del otro. Los versos concentran sugerentes visiones en las que el ave es “un manso ángel que no interroga ni responde: en silencio y junto a ellos, somos nosotros la pregunta…”. El poeta no duda en convertir el avance del libro en transparente genealogía y experiencia interior; en puente hacia la evocación y el tacto abrasador del devenir.

Las partículas del yo se diseminan entre la fuerte caligrafía introspectiva. Se recupera el pasado con una voz profunda, empapada de lirismo. Retornan con emoción esas instantáneas que ya son límites conceptuales, ausencias que el fluir temporal va diluyendo en la memoria. Su retorno se convierte en conmoción meditativa y razón de escritura. Lo ratifica el poema “Dress code”: “Esconderse en las páginas de un libro, / detrás de la palabra, y memorizar el ojo / que se acomoda, se entrecierra y guiña. / Pedir prestado un sombrero de copa / y así burlar la muerte prematura. / Vestir la cola de un pavo real / y no mirar la bala que te sigue…”.

La identidad verbal adquiere una contundente configuración. Quien habla desde sí mismo ofrece la poderosa imagen de un ser que desdeña cualquier ingenuidad. En la textura del sujeto interior está la contradicción y están las huellas de un largo periplo personal que pone en relación con un mudable contexto afectivo.

El poeta nada posee sino la palabra, un escueto patrimonio que fluye sobre el naufragio de los días y que pretende perdurar, vendar los ojos del tiempo. Todavía inédito, en el resplandor de oro del verano de 2024, Omisión del ángel traslada al lector una cimentación reflexiva. Busca una dimensión atemporal para el rumor denso de la incertidumbre. Quien percibe, más allá del cercano paisaje de la autobiografía, vislumbra un pretérito colectivo y lejano, una cronología de sombras que conecta pasos perdidos con el ahora, como nítidos indicios de supervivencia. Los estratos temáticos acumulan capas para hacer vibrar la cuerda invisible de la transcendencia. Ser en el poema es habitar en otra dimensión, hacer hueco a lo espiritual, sostener la palabra sin hilos en el vacío. En definitiva, trazar un mapamundi introspectivo, con relieves marcados de conocimiento y sueño. En el discurso lírico, resalta como un pilar de cimentación, la lectura personal y subjetiva de la tradición. Un apresurado cotejo lector percibe de inmediato cómo se multiplican las referencias y las vías de acceso; son sedimentos de calcio para el poema, ese sitio sin margen donde “cada mármol espera un soplo de vida”.

En la introducción a la obra de Vicente Huidobro, recogida en Mares no nacidos. Obra selecta (1916-1931), y publicada por Círculo de Lectores en 2001, Saúl Yurkievich reflexiona sobre la obsesión del poeta por la originalidad, ese empeño en descubrir en las vetas subterráneas del lenguaje las voces más secretas y condensarlas en el poema para que cada verso traspase el límite de la imaginación. De este modo, el credo temerario de la vanguardia convierte en utopía la libertad de acción. Sin embargo, lejos del poeta adánico, fascinado por el trampantojo de inventar otro lenguaje, Rolando Kattan ha comentado con frecuencia que su poesía reconfigura desde dentro una tradición poética fuerte. Una ascendencia cuyas coordenadas integran los legados de Juan Ramón Molina, Jaime Fontana, Nelson Merren, Rigoberto Paredes, Roberto Sosa y José Luis Quesada. Así se fortalece una sensibilidad de cuño existencial, con nítido sustrato autobiográfico donde la reflexión propone un itinerario de claridad y conocimiento que nunca pierde su textura emotiva. La energía poética se alza desde una raíz asentada en el tiempo, contiene un tornado de voces que construye castillos en el aire y se asoma más allá del asombro porque escribir poesía es intuir lo que no existe, emprender una indagación en lo oculto. En su inquietud formal, Errar en la montaña ratifica la convivencia entre el poema en prosa, y las composiciones breves en verso libre, con tendencia a la condensación. Ambos formatos expresivos plantean líneas discursivas que precisan un desarrollo conceptual: “Lo nuestro no son garabatos de arena. Es el silencio de Dios que alimenta desde siempre a la poesía”; son frutos verbales de condición metafísica que, con una dicción confidencial y cercana, conforman una invitación al encuentro en la vigilia de la soledad. El poema reclama libertad. Hace suya aquella sabia advertencia de Raúl Zurita: “Si perdemos la guerra de los significados, lo perdemos todo” y es testigo, en el oscurecido manantial de ideas, de su voluntad indagatoria en la aridez angosta de lo cotidiano.

Esta muestra plural del registro lírico de Rolando Kattan es íntimo testimonio de una travesía por la palabra y su fuerza de gravedad, siempre dispuesta a vencer lo intangible. Es también un relato coherente y unitario que fusiona las huellas indelebles del existir y la continua preocupación estética. Una ventana abierta al aire del lenguaje, que retorna al inicio para aprehender la voz enmudecida de las cosas; el dibujo de luz del otro lado “que nos revive el barro y la ceniza”.

Título: Errar en la montaña
Autor: Rolando Kattan
Prólogo: José Luis Morante
Editorial: ELÁNGEL Editor, Colección PLUMAJUNTA
Quito, Ecuador, 2024

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Archivo Entreletras

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