noviembre de 2024 - VIII Año

Un futuro para la poesía

Goethe

Algunas personas cercanas a mí me han preguntado alguna vez: “¿Por qué escribes poesía? ¿No es mejor una novela, relatos…?”. Estas preguntas representan, nítidamente, las tendencias del mundo actual. La narración, buena o mala (ese es otro cantar), ha invadido nuestro tiempo de lectura. ¡Ah! Esas historias que nos atrapan desde el principio y que no podemos dejar de leer hasta que llegamos al final. ¡Qué maravilla! Sí, lo reconozco, yo también disfruto con una buena novela, con un magnífico relato, o, por ejemplo, con un ensayo de historia. Pero, qué le vamos a hacer, mi rendición incondicional ha sido ante la poesía.

Decía Goethe: “El hombre sordo a la voz de la poesía es un bárbaro, sea quien sea”. No se asusten ustedes, no seré yo quien haga bandera de estas palabras que, quizá, sean algo exageradas. Pero, también es verdad, reconozcámoslo, que Goethe no era de los que hablaban por hablar.

Pero, bromas aparte, vayamos al meollo de la cuestión: ¿Qué es poesía? ¿Tiene vigencia actualmente la poesía? ¿Tiene futuro?

Preguntas, estas, de difícil respuesta cuya solución se vislumbra cuando afrontamos de forma directa el problema que nos plantea el lector común, ese que está abierto a todo lo que de forma directa, y en una primera lectura, entiende, y, por el contrario, cerrado a lo que de inmediato le parece incomprensible.

La poesía pertenece a este último tipo de lecturas; las, aparentemente, incompresibles, y digo “aparentemente” porque toda lectura inmediata es solo aparente. Aparente, en su calidad; aparente, en su contenido; aparente, en su estilo; aparente, en su significado. Sí, un libro solo es apariencia hasta que le encontramos su verdadero motivo de ser, su verdadero significado. Todos lo tienen, pero ¿nos planteamos encontrarlo? ¿Nos planteamos por qué leemos?

Cuando un escritor, un cineasta, un músico… dice: “Mi obra pretende remover las conciencias, hacer pensar a la gente que hay otro mundo que no conocemos…”, ese autor nos está diciendo que su obra tiene un mensaje, tiene un compromiso. Pero no nos equivoquemos, también las obras de los autores que proclaman que su único interés es entretenernos, tienen su significado. Pero ¿acaso nos importa?

Creo firmemente que la verdadera felicidad se produce cuando encontramos solución a un grave problema. Puede haber mayor felicidad, por ejemplo, que saber que un ser muy querido se ha curado de una grave enfermedad; puede haber mayor felicidad para un parado que encontrar trabajo; puede haber más grande felicidad para un pueblo en guerra que le llegue la paz… No hay en estos hechos ningún rasgo de diversión, pero todos pueden hacer brotar una inmensa sonrisa a sus protagonistas.

Esta es la realidad del mundo que vivimos.

El entretenimiento, la diversión, deberían ser considerados como algo sagrado, algo irrenunciable. De hecho, pienso que todos tenemos siempre en mente hacer algo divertido, entretenido, en el primer rato libre que tenemos. Es algo inherente al ser humano buscar la felicidad. Y aquí llegamos al quid de la cuestión: ¿Puede la poesía darnos la felicidad?

Mi respuesta es no. Absolutamente no. Leer poesía no hace a nadie más feliz de lo que ya es, aunque, seamos justos, tampoco les hace más infelices.

Los poetas escribimos sobre los sentimientos, sobre las sensaciones que nos proporciona la vida, el mundo, nuestros semejantes, los de aquí y los de muy lejos, los que conocemos y los que imaginamos. Los sentimientos que nos provoca la guerra y la enfermedad, pero también el amor y la amistad. Las sensaciones del engaño y la mentira, las sensaciones de la lluvia y el mar. Todo claro como la luz del sol; todo oscuro como una noche sin luna.

Decía el filósofo Ludwig Feuerbach: “La sensación es el órgano de lo absoluto”. Así es, sentir es lo más importante que tiene una vida, aunque la mayoría de las veces sea muy doloroso.

Borges tenía mucha razón cuando decía: “La poesía nace del dolor. La alegría es un fin en sí misma”. Esta es la filosofía que guía la obra de un poeta.

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿qué es poesía? Y, después de lo que he comentado antes, hagámonos una nueva pregunta: ¿Por qué tiene tan pocos lectores?

Dejémoslo claro, la poesía encierra un misterio. Se trata de descubrir algo en el interior de unas palabras que tienen vida propia. Porque en la poesía las palabras lo son todo. Dicho de otra manera, la poesía es el único género literario que plantea un enigma en sí misma; no en el contenido, no un enigma de argumento, sino un enigma de sentimientos.

Esta teoría, que tiene poco de original, pues ya García Lorca dijo que la “poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”; esta teoría, digo, me parece imperecedera. Es la esencia misma de la poesía, y nos da la explicación de por qué la poesía no es un entretenimiento.

Buscar ese misterio que nos dan las palabras no es un juego, no es una sopa de letras. El misterio de la poesía es el misterio de los sentimientos que nos atrapan, esos que encallan en nuestro corazón y no somos capaces de exteriorizar porque nos falta la herramienta adecuada. La poesía es esa herramienta, única e intransferible, para sacar a la luz lo que está en la oscuridad.

Pongamos un ejemplo, y como un mago de circo que da a conocer el truco que le da fama, descubramos nuestra magia.

Es posible, como he dicho antes, que la primera reacción sea: “No me he enterado de nada”. No hay problema, lo volvemos a intentar. La poesía tiene una gran ventaja sobre la prosa: su brevedad. Un poema lo podemos desmenuzar a nuestro antojo sin miedo a, luego, no saber recomponerlo. Primero, porque esa brevedad impide que perdamos las piezas. Segundo, porque si desmenuzado queda a nuestro gusto, ya habremos conseguido algo, le habremos encontrado un significado.

Destripar un poema puede causar pavor a los eruditos. Yo no soy erudito, ni estoy aquí para mantener la pureza sagrada de la poesía. Solo quiero demostrar que leer poesía es algo más que leer unas palabras enlazadas con cierta musicalidad. La poesía también puede explicar el mundo.

En este caso he vulnerado la cita de mi admirado Voltaire cuando decía: “Es imposible traducir la poesía. ¿Acaso se puede traducir la música?” Bueno, yo he cometido un pecado; espero ser perdonado por los dioses de la lírica.

Demostrar que la poesía es algo más de lo que pensamos que es lo han intentado muchos pensadores a través de los tiempos, y el primero, Aristóteles, que, con buen sentido y mucha inteligencia, dijo: «La historia cuenta lo que sucedió; la poesía lo que debía suceder».

Sí, querido lector, yo escribo poesía y no me duelen prendas cuando digo que la defiendo con las armas del amor, porque mucha razón tenía García Lorca cuando con rotundidad escribió: «La poesía no quiere adeptos, quiere amantes».

Sean ustedes amantes de la poesía, aunque solo sea por llevarle la contraria a este mundo perdido, a la deriva, en que nos hallamos. Es necesario recuperar la confianza de los seres humanos en los seres humanos, y para ello, no lo duden, les sugiero la poesía.

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