Los hombres recordarán mañana a León Felipe como uno de los más grandes poetas elegiacos:
como una voz valerosa y pura, que en una edad de tinieblas, de crímenes indecibles
y tortuosas maquinaciones, supo alzarse sin temor, maldiciendo, denunciando y fustigando.
Juan Rejano (Perteneciente a la Generación del 27 que como tantos otros, hubo de exiliarse)
Tras los actos conmemorativos en el 2018 del Cincuentenario de su muerte, que no fueron más que discretos, da la impresión de que la estela de León Felipe se apaga. Es cuando menos una injusticia notable. Fue un verso suelto pero, mucho más, una voz desgarrada, un republicano apasionado y de hondas convicciones, un poeta hasta cierto punto existencialista; faceta ésta en la que no se ha profundizado a mi juicio. Incansable a la hora de denunciar injusticias y de insistir una y otra vez en la brutalidad e inmoralidad de la dictadura franquista. Quizás sea el escaso interés que suscitan los poetas del exilio, los que mantuvieron viva la llama del recuerdo, una de las causas de su injusta postergación.
León Felipe puede definirse, con pocas dudas, como un poeta del pueblo. Sabe conmover y hacer pensar. Se agiganta en las distancias cortas y tiene intuiciones y logros llenos de magia.
Se auto impuso responsabilidades de una enorme envergadura moral y denunció, sin descanso, la violencia y el miedo. Vivimos tiempos en cierto modo sombríos, caracterizados por el fracaso de la razón y con una u otra denominación el triunfo de los irracionalismos. Alguien definió este periodo como la era del vacío y quizás el más negro presagio sea que hemos dejado de creer en un mañana mejor.
León Felipe escribe a ráfagas, quizás atropelladamente. Sus versos se suceden en el espacio y en el tiempo como relámpagos. Es quijotesco hasta la médula y su actitud dolorida, vigilante, no baja la nunca la guardia. Sabe ponerse delante de la vida sin miedo a mirar a los ojos a la muerte. Las adversidades no lograron apagar ni su mirada escrutadora ni su verbo encendido. Puede decirse, sí, que León Felipe respira por la herida dolorosamente. Es un solitario, un creador insatisfecho, un profeta sin seguidores y, sobre todo, un hombre sin tribu, un individualista irredento.
Tiene momentos de actividad intensa, febril y en más de una ocasión logra sobrecogernos. Grita al vacio como Prometeo, rememora vivencias perturbadoras y terribles y sus palabras demoledoras, parecen brotar de una energía imperecedera. Es el poeta de la rabia.
Lo más extraño es que no es nunca sombrío. Sabe que el terreno que pisa es pedregoso y que hiere los pies del peregrino que todos somos, hasta ensangrentarlos. Es implacable con los desmanes, los crímenes y la vileza moral, más no confunde nunca los gigantes con molinos… y atesora, en lo más íntimo de su ser, la enorme satisfacción de haberse quedado con la canción,
El próximo 18 de septiembre hará 51 años que su vida se apagó en su querido México, que tanto amó y que lo recuerda con más intensidad y devoción que nosotros. Por eso y fuera de las conmemoraciones del Cincuentenario quiero dedicar este breve ensayo a ayudar, en la medida de mis posibilidades, a que se mantenga viva su memoria.
Su gran fuerza lírica, su profundo contenido social y humano y el hecho, nada desdeñable, de ser el poeta de la derrota y del destierro, nos siguen sobrecogiendo. León Felipe se erige por méritos propios como uno de los más tenaces perseguidores de aquello que constituye la dignidad humana.
Me parece conmovedor que en México haya varias estatuas de dicadas a recordar y a mantener vivo, en el presente, el recuerdo de León Felipe. Para mí, sin duda la más emocionante es una sedente que se encuentra frente a la Casa del Lago, en el bosque de Chapultepec, como si vigilara el paso del tiempo y el transcurrir de los años en la capital mexicana. No acaban ahí los rasgos simbólicos y apasionados que son un merecido tributo a su memoria. En 1972, al poco de morir y cuando en España aún vivíamos bajo el yugo de la ominosa dictadura, algunos amigos y admiradores plantaron un olivo, zamorano, es decir de la tierra natal del poeta, que con el paso de los años va creciendo… como crecerá, sin duda, la admiración a su figura tras este paréntesis de desinterés y olvido.
En México permanece y permanecerá durante mucho tiempo como símbolo de la España republicana, resistiendo los envites del tiempo. Es cuando menos significativo que su fallecimiento coincidiera con las revueltas juveniles de Mayo-68 y concretamente, con la absurda matanza de la Plaza de las Tres Culturas… y es que su muerte como su vida, estuvo fuertemente marcada por la tragedia.
Quisiera ahora romper una lanza por un León Felipe apenas conocido y culto. El que tradujo a Walt Whitman o a T.S. Eliot, el profundo conocedor y adaptador de Shakespeare o el profesor de Literatura Española en las Universidades de Columbia y Cornell.
Sobre León Felipe han escrito y opinado algunos de los poetas, ensayistas, hispanistas y críticos literarios de mayor alcance y envergadura. No es posible referirse a todos, mas no me resisto a comentar lo que han opinado algunos de los más significativos, como el poeta Juan Rejano que encabeza, con una brillante y atinada cita, este ensayo.
Quiero comenzar recordando al italiano Dario Puccini que ha escrito páginas entrañables sobre Miguel Hernández y que plasmó sobre nuestro poeta palabras tan elocuentes como estas: ‘Considero el mensaje poético de León Felipe importante y siempre vigente, sobre todo en esto: en su anhelo de paz y de justicia, en su contenido social y solidario. Profeta inatendido en un mundo cruel, lejos de su España oprimida por el fascismo y la intolerancia.’
Por su parte, una de las figuras de más altos vuelos de la literatura mejicana, Alfonso Reyes nos ha legado estas emotivas palabras: ‘León Felipe es uno de los casos más estupendos de probidad –incluyó aquí la moral y la poesía, la ética y la estética- y uno de los hombres que de veras nos reconcilian con el Hombre.’
No podía faltar el testimonio generoso de la pensadora María Zambrano, que con rigor filosófico expone: ‘Una presencia indeleble es la del poeta León Felipe, por viva, por entera e irradiante. Desde México estaba en España, dentro de España. En él la universalidad más entrañable de lo español se cumplía de un modo resplandeciente. Su palabra se daba con inexorable justicia. Nunca hubiera podido desertar de la grande causa, la de la nobleza y dignidad humana.’
Por último citaré unas palabras llenas de afecto del Premio Nobel Pablo Neruda que ponen de manifiesto la admiración que hacia León Felipe sintieron tantos insignes poetas e intelectuales latino americanos. ‘León Felipe fue superhumano, extra humano, hecho de la argamasa de la humanidad entera. Daba gusto oírlo, sentirlo, verlo.’
Me gusta imaginarlo con Federico García Lorca, con quien coincidió en Nueva York, cuando el poeta granadino concibió y comenzó a escribir Poeta en Nueva York, para mí el libro emblemático del 27, o con Buñuel en México donde se veían regularmente y donde el aragonés rodó alguna de sus películas surrealistas de mayor enjundia.
Los fundamentos epistemológicos de León Felipe están reiterados en sus poemas cientos de veces, pero siempre suenan a nuevo. En México según testimonio propio gritó, sufrió, protestó, blasfemó y se fue convirtiendo en ese alter ego del Caballero de la triste figura, a un tiempo irritable y entrañable; lo imagino, también, departiendo con Max Aub quien lo incluyó en su imprescindible Manual de la literatura española.
¿Qué hay que leer hoy de León Felipe?, ante todo la Antología Rota, que a través de una edición sudamericana nos pasábamos de mano en mano. También, El poeta prometeico que me ha hecho derramar más de una lágrima de amargura. Se sentía identificado con la figura mítica de Prometeo, que se atrevió a robar el fuego a los dioses para entregárselo como ofrenda a los hombres, sentando así las bases de la civilización. Para no hacer exhaustiva esta enumeración quiero mencionar a ¡Oh, este viejo y roto violín!, compuesto al final de su vida, donde reflexiona sobre el tiempo, el sueño y la muerte.
Su obra completa llegó a nosotros en una cuidada edición a cargo de Guillermo de Torre, que realizó, asimismo, un magnífico y vibrante prólogo. Fue para muchos un libro de culto y para algunos bibliógrafos, todavía lo sigue siendo.
Es obligado referirse a la presencia de León Felipe en el Ateneo de Madrid, donde en los años 20 su poesía tuvo una acogida favorable y donde se han realizado y se siguen celebrando homenajes sinceros y reiterados.
Quiero también traer a la memoria al León Felipe, fundador de los Cuadernos americanos, que tanta resonancia tuvieron en Latino América y por motivos fáciles de imaginar pasaron casi desapercibidos en nuestro país.
Es un poeta que grita su verdad por los caminos acompañado, de lo que podríamos denominar una música de violín quebrado. Por encima de todo fue auténtico, sincero hasta la médula y un creador en el que vida y obra se confunden como escribió en una de sus confesiones admirables… ‘Creo que me salva el poder responder de todos mis versos con mi sangre’.
Cuando lo leo y releo me sigue seduciendo su ritmo. Sus poemas parecen escritos para ser recitados y, por eso algún crítico poco generoso, ha dicho de él que no es más que un rapsoda, sin advertir lo que hay de profundo en su angustia y su nostalgia de España, a la que no pudo y a la vez no quiso regresar nunca.
Hay veces en que sus versos tienen magia y, con frecuencia, sus poemas son de una nada desdeñable hondura filosófica. Si hubiera que definirlo en pocas palabras diría de él que es un hombre desgarrado, que se va desviviendo en cada uno de sus páginas.
Señalaré que se advierte en él la huella de Antonio Machado. Es un apasionado que se cree escéptico. Su poesía es una búsqueda infatigable y dolorosa no sé si de la verdad pero sí de su verdad.
Sus palabras están escritas para apoyar a los humildes en su lucha por liberarse de lo que les asfixia y oprime. Son un grito desesperado y doloroso cuyo eco nos sigue conmoviendo.
Quiero concluir con un ¡hurra! entusiasmado de ‘Gabo’ García Márquez, Premio Nobel colombiano, autor de Cien años de soledad y de El coronel no tiene quien le escriba, que finaliza un encendido elogio al Poeta del éxodo y del llanto con estas lapidarias palabras: ‘Gloria eterna a León Felipe el grande’.