Por Rosario de la Cueva*.- | Junio 2017
Un celaje plomizo y amenazador se cierne sobre los páramos baldíos, el gélido huracán se prepara para azotar los eriales y descender a las ciénagas. Heladoras, surgen en la noche unas voces fantasmales que al viento claman el nombre de tres doncellas, criadas y enterradas en estos parajes.
En la colina, la lúgubre silueta de la rectoría evangelista, y el camposanto que la circunda y abraza, se yergue a la luz del rayo que rompe la noche estremecida. Toda la naturaleza, lívida y despojada, os recuerda, hijas de Harworth. Esa naturaleza tormentosa y atormentada que tanto amasteis, se rebela y os busca, os ensalza y os reclama. Anne, Emily, Charlotte, ¿dónde estáis?
En pos de su amada Cathy, corre Heatcliff por borrascosas cumbres y Jane Eyre en un abrasado Thonrnfield busca la silueta de un Rochester, desesperado. Anne, Emily, Charlotte, regresad. Devolved la paz al lugar que vio nacer vuestras pasiones. Que sufrió vuestras penurias. Que admiró vuestro talento, y vuestro oscuro y desconocido sacrificio. Que conoció vuestra sensibilidad frágil y exquisita.
Permitid que vuestras criaturas dejen de vagar sin tregua, perdidas y enajenadas en la espiral del tiempo. Concededles el postrero regalo de una alborada apacible. De un rincón de tierra bendita y bendecida, donde descansen por siempre sus atribulados espíritus. Amadas doncellas de Harworth. Vuestra alma, escondida por siempre en el brezo purpura. Y el silbo del viento, en los marjales.
- *Rosario de la Cueva dirige el ciclo ‘La Rioja poética’ en el Centro Riojano de Madrid