Contamos historias desde siempre. El ser humano pregona su fragilidad contándolas. Al fin y al cabo, cada historia que se cuenta es una vida. Vida contada o escrita para ser escuchada o leída.
LAS HISTORIAS SE CUENTAN POR SÍ SOLAS. Son como los libros que se leen. No necesitan promotores. Toda buena historia como buen libro toma su propio camino. Un camino forjado en la escucha o lectura de aquellos que son reclamados a través de la conversación o prosiguiendo los párrafos escritos. La imaginación obra en consecuencia para recrear el metalenguaje de lo que late en esas historias narradas a golpe de voz o de palabra escrita.
LAS BUENAS HISTORIAS lo son porque se reafirman en el escuchante o lector. Es decir, estos realizan la selección natural para que de entre aquellas las más notorias alcancen la memoria intergeneracional en el tiempo. La capacidad prodigiosa de narrar no es singular o reservado para privilegiados. Todos los seres humanos tenemos ese atributo. Otra cuestión es la vocación y la dedicación. Aunque eso sí, primero fue la oralidad. La lengua acaparó hasta su fijación por la escritura y su reservorio en los libros, el andante episodio de contar llevando historias sonadas en las palabras latidas e insufladas en la respiración. El escritor peruano Mario Vargas Llosa lo refiere de esta manera, «Contar cuentos es el antecedente remoto de la literatura, de la historia, de las religiones, y acaso, indirectamente, la locomotora del progreso. La “oralidad” contribuyó de manera decisiva a impulsar la civilización desde las épocas de la caverna, el canibalismo y las pinturas rupestres hasta el viaje de los hombres a las estrellas». Si bien la autenticidad del relato, de la narración , del cuento, de las historias parece medirse con el arraigo universal de lo acontecido. A saber, de lo que fue y lo que quedó. El vestigio de los dioses cimentada en la mitología y la del propio hombre rescatado para sí. ¿Cómo si no significar los testimonio de dioses y hombres? La palabra sagrada es consustancial a la profana. La una no es sin la otra. Ambas nacen de la misma simiente: contar para vivir y vivir para contar tanto lo trascendente como lo cotidiano. Aunque siempre auscultando lo personal. Nos contamos a la par que contamos. El escritor mexicano Federico Campbell nos sitúa este asunto «Uno tiende a inventar y a contar mentiras no con el fin de engañar o proceder de mala fe sino para no dejar morir su imaginación. Tiene uno necesidad de referir historias, de contar para ser, porque por alguna enigmática razón sólo el trabajo de la memoria trastocada en narración es la que nos da una idea de quiénes somos: atañe esta labor narrativa a nuestra identidad personal». Esta identidad se cimenta en la fabulación sobre lo posible e imposible, lo verdadero o embaucador, lo esencial o banal. Son los antagonismos que toda historia debe contener para desarrollar el fundamento de la pugna. Como en la vida, la narración es herida abierta. Su rastro nos congrega, nos cuenta, nos sacude.
CONTAR NO ES SOLO UN ACTO DE COMUNICACIÓN. Lo es también de determinación en profundizar sobre lo que contamos para poner pie en el fondo de nuestros ahogos. Contamos y nos liberamos del mensaje como el pájaro encerrado en la jaula. Narramos a sabiendas que otros incluirán en sus respectivas narraciones el ajuste de sus propias cuentas para aderezar el producto final. Tan diferenciado del genuino como no menos estimulante por su interpretación y creación de uno nuevo.
NARRAMOS COMO NOVEDAD. La novedad de escuchar o leer el hecho y fundamento primigenios. Cuando alguien nos cuenta o leemos lo que escribió debemos tener en cuenta que ambas propuestas son creación y, por consiguiente, acción literaria directa. Los cuenteros y escritores -palabra hablada y palabra escrita- no conforman una hermandad, pero sí una devoción por el mismo hecho literario, sea hablado o escrito. Íntimamente se tiene la esperanza de volver a contarlo todo. Dicho de otro modo, de volver a vivirlo contándolo. En la creación compartida de contador, escritor, oyente y lector existe un compromiso de futuro. Contar y escribir es siempre avistar otro mundo aún por descubrir por el oyente y lector.