No se me ha ocurrido mejor idea que acordarme de León Felipe, después del 14 de abril. Se me vino a la vez a la memoria, el nombre de un antiguo compañero de estudios e hijo de este pueblo, Pedro Rubio Hoya, quien estudió con aprovechamiento Ciencias de la Información en la Universidad Complutense madrileña. Y que anduvo afanado, y no sin más de un problema para publicar, la lista de fusilados frente al cementerio parroquial de San Lorenzo del Escorial. Entre ellos: Benito Alonso Castro, cantero, del Escorial; Tomás Cobeña de la Peña, cantero también, de San Lorenzo; Eugenio Couto Castro, del Escorial; Niceto García García, carpintero, de San Lorenzo; Dionisio Hernández Salinero, también carpintero, de San Lorenzo; Rodrigo Herrero Moreno, de San Lorenzo; Máximo Mateos Rubio, albañil, del Escorial; Alfonso Medrado Hernández, albañil, del Escorial; Alberto Redondo Pastor, pintor, de San Lorenzo; Damián Rodao Arribas, albañil, de San Lorenzo; Francisco Rubio Benito, chófer, de San Lorenzo u Honorato Vázquez Moroto, jornalero, de San Lorenzo.
Lo decía don Claudio Sánchez-Albornoz, en su anecdotario político, en su ineludible “Profecía”, con estas palabras: “Al pie de la escalera del Ateneo. Un atardecer de abril de 1931. Charla generalizada sobre la proclamación de la República. Euforia por haberse logrado el cambio de régimen pacíficamente, en medio de cantos y alegrías. Entre los contertulios Valle-Inclán. Escuchaba silencioso. De pronto interrumpió la plática y, con su habitual ceceo, dijo solemnemente:
-Sí, sí; no se ha derramado una gota de sangre; pues sepan ustedes , van a correr torrentes.
Abril de 1931. Nadie tomó en serio sus profecías .Me impresionaron sus palabras. Las he recordado muchas veces, cuando estalló la guerra civil.
Hoy nosotros nos hemos acordado de León Felipe, que allá por 1920, decía de sí mismo: “Siempre he sido un hombre inoportuno y un español desentonado y anacrónico. Ayer, cuando la blasfemia corría por las costanillas y por las grandes avenidas de Madrid, como el agua de las lluvias hasta encontrar el sumidero, escribía yo mi primer libro con el nombre de Versos y oraciones del caminante…
Y en 1940, veinte años más tarde, cuando los españoles, los de la Santa Cruzada y muchos de los del “Éxodo” también, movían sus plumas como palmas para relatar, arrepentidos y devotos, las vidas ejemplares de los santos, iba yo a dar a la estampa mis últimos poemas con el título de Versos y blasfemias del caminante. Nadie los quiso. No encontré editores. Y no intenté violentar en nada la decisión del Viento, de ese Viento que es mi antólogo, mi colaborador y el dictador. El que selecciona, el que me ayuda, el que me dicta…y el que me manda. Ahora , de aquellos “Versos y blasfemias de Caminante”, quedan aquí solo los que el Viento ha querido. Dentro de ese marco, de este friso, de este largo friso y de este nuevo título: “Ganarás la luz”
Se llamaba León Felipe. «¿Quién soy yo?» He aquí una buena pregunta para hacerse el hombre por la tarde, cuando ya está cansado y se sienta a esperar en el umbral de la noche. Y sus versos eran tan largos que siempre los acababa al día siguiente.
CARTAS
A José Bernadette (1941).
«Cervantes y Whitman, a pesar de la derrota democrática, son las dos voces más fecundas de la literatura occidental, y su cristianismo dinámico y dionisiaco me parece mejor que la aristocracia nietzscheana (que está pre- gonando Ortega con gritos y gestos de plazuela)».
A Juan Fernández Figueroa (1959)
«Es verdad que no estoy bien, que tengo setenta y cinco años y que siento cómo todo se me acaba y se me va; mis sentidos funcionan torpemente, se me disuelve la memoria, la vista se me cierra y ya no puedo distinguir dónde está España, por ejemplo: ni gustar su fruta ni oler su tierra… se me cansa la voluntad y se me acaba el deseo de vivir. El estar aquí sobre la tierra ya no es negocio para mí…».
A Camilo José Cela (1959).
«Amigo Camilo José Cela:
Gracias por todo. Es usted muy bueno. Además de un gran escritor es usted una gran persona. Todos me lo dicen. Estoy muy viejo, casi tan viejo como el rey Lear, y esta cabeza mía funciona ya muy mal. Lo voy perdiendo todo lentamente: la memoria, la cabeza, la energía y las ganas de vivir. Me sostengo a fuerza de drogas que al final me debilitan más y me dejan hecho un guiñapo. Ya no escribo, apenas leo y no puedo opinar de nada. Diría tonterías. Es mejor no hablar ya cuando se es viejo. Mi poesía, salvo los momentos religiosos que tienen un aliento de plegaria, la rompería toda… Estoy avergonzado de haber escrito la mayoría de mis versos. No he sido más que un reportero con un énfasis de energúmeno. La poesía no es más que oración».
Debemos a Gonzalo Santonja (las sorpresas que da la vida, ya saben por qué); quien estuvo en El Cafetín Croché, el primero de agosto de 1986, hablándonos “Del lápiz rojo al lápiz libre” –la censura previa de publicaciones periódicas y sus consecuencias editoriales durante los últimos años del reinado de Alfonso XIII) y a Javier Expósito, recopiladores y editores de “Castillo interior” (Fundación Banco Santander, Cuadernos de Obra Fundamental). Obra que reúne toda la obra inédita de León Felipe.
El profesor Santos Sanz Villanueva, presentaba la obra “Lares y penares”, Manuel Andújar (Fondo de Cultura Económica. Tezontle. Madrid, 1995). Un 14 de abril de 1994 desapareció Manuel Andújar, uno de aquellos jóvenes que cifraron sus aspiraciones en otro 14 de abril, el del año 1931. Aquel día del amanecer republicano simbolizó la esperanza de una España mejor y más justa, pero pronto, ni siquiera dos lustros después, se impuso la evidencia de una catástrofe. Una guerra cainita, dio al traste con las ilusiones de toda una generación y Andújar, al igual que otros jóvenes de aquel tiempo, y que muchas gentes de toda edad , tuvo que abrir una larga y nueva etapa de su vida: un dilatado exilio. Entre diciembre de 1983-febrero de 1984 se celebró en el Palacio de Velázquez del Retiro de Madrid, la exposición “El Exilio Español en México”, patrocinado por el Ministerio de Cultura, cuyo titular a la sazón lo sería Javier Solana Madariaga; además de la Dirección General de Bellas Artes, Secretaría de Educación Pública de México, Ateneo Español de México, Colegio de México e Institución de Cooperación Iberoamericana. En el catálogo de la Exposición (entre otros colaboradores –Manuel Andújar, José Luis Abellán, Fernando Serrano Migallón, Pedro González) nos decía Francisco Giner de los Ríos –sobrino de Fernando de Los Ríos-, quien tuvo la diferencia, de acompañarme en mi ponencia en la Universidad de Santiago, para escucharme la ponencia “Hacia una biografía de Manuel Andújar”.
En aquella publicación sobre el exilio ”Algunos recuerdos personales”, nos contaba: «LA LLEGADA. Después del largo viaje en el mismo autobús –maravillosa y estremecedora visión del desierto norteño, la noche en ciudad Victoria, el tremendo paisaje de con los oscuros órganos llenos de luna y la tierna sorpresa del español recuperado con otro dejo y tono, con su cortés mesura, de las frontera misma- llegamos casi de madrugada a la antigua Ciudad de los Palacios”, entonces situada en “la región más trascendente del aire”. Hotel Regis en la Avenida Juárez, las maletas amontonadas en la acera . (“¿De quién es este velis?”… que vuela.) A la mañana siguiente estaban allí Octavio Paz, Efraín Huerta y otros amigos mexicanos. Pedí orientaciones sobre la dirección de Diez-Canedo, porque no figuraba en un plano de la ciudad limitado por el Monumento a la Revolución que había entrevisto al llegar. Octavio conocía la casa, pero no la recordaba exactamente : “Como ahora vamos a ver a León Felipe, él te indicará “Fuimos a media mañana a Edison, 5, la casa del poeta y de Berta Gamboa, su mejor a quien yo no conocía.(A León le había saludado en Valencia durante la guerra, cuando me asomé un día al Congreso Internacional de Escritores). Todos los amigos se abrazaban y se hacían preguntas y lloraban de pena y de alegría entremezcladas. Berta se acercó a mí, que estaba un tanto solo en el grupo, y me preguntó quién era. Me agarró de la mano: “Ven conmigo, te están esperando”, y me llevó hasta casa de Canedo, unas tres cuadras más allá, en las calles de Ezequiel Montes, donde me aguardaba María Luisa, mi novia desde febrero de 1937, norte tierno que me llevó a México sin duda entonces por encima de cualquiera otra razón. Comí con la que iba a ser pronto mi familia y luego María Luisa y yo nos perdimos por los paseos y jardines de una ciudad encontrada del todo… Regresé al Hotel Regis y pedí la llave de mi cuarto : Usted ya no se aloja aquí y se han llevado su velis”. Y me dieron nota que firmaba Berta y León:” Te esperamos en casa mientras se arreglan las cosas” Desde esa noche –con el inolvidable desayuno de huevos rancheros, previo el mango de Manila, a la mañana siguiente- Berta Gamboa fue para mí en México mi segunda madre. Ella lo supo y siempre conté su generoso aliento. (Allá al final de los años cincuenta “los muros altos de un nuevo destierro en Chile se me hicieron filialmente patentes cuando Berta murió… en México, tan lejos entonces de nosotros”, he dicho después en otro sitio.)
Se llamaba León Felipe y ella Berta Gamboa. Y hoy me he acordado de ellos. Y de Pedro Rubio Hoya. Y de Manuel Andújar, Y de Francisco Giner. Y de Gonzalo Santonja. Y de José Luis Abellán. Y de Javier Expósito. Y de Sanz Villanueva. Y de Sánchez-Albornoz. Será porque es Santa Anastasia, o San Benito el Mozo (15 de abril), que siendo un zagalillo que apacentaba un hato de ovejas, un día oyó la voz de Jesucristo y se marchó a la ciudad para construir un puente sobre el Ródano, milagrosamente construido.