Por Juan Esparza.-
El pasado año 2016 se cumplió un siglo del fallecimiento de Rubén Darío y en éste 2017 se cumplen ciento cincuenta años de su nacimiento. En todo caso, más allá de conmemoraciones al uso, Rubén Darío es una figura imprescindible de la literatura hispánica que nunca está de más rememorar. El escritor nicaragüense renovó a fondo el lenguaje poético de su tiempo y ha sido considerado el más alto representante del modernismo.
Rubén Darío vino al mundo en Metapa (hoy Ciudad Darío), un 18 de enero de 1867. El matrimonio de sus padres fue una historia breve pero tormentosa, como consecuencia de la inclinación del padre de Rubén a excederse con el alcohol y a frecuentar prostitutas. Tras la ruptura del matrimonio, la madre inició otra relación sentimental y se estableció en Honduras. Así las cosas, Rubén fue adoptado por sus tíos abuelos, el coronel Félix Ramírez Madregil y Bernarda Sarmiento, a quienes siempre consideró sus verdaderos padres.
Pocas cuestiones llaman la atención en los primeros años de Rubén Darío, salvo el hecho de que a los trece años ya publicara sus primeros versos en el periódico El Termómetro y a los catorce leyera sus poemas en público en el Ateneo de la ciudad nicaragüense de León. Este dato vendría a confirmar que, desde muy temprana edad, Rubén Darío creó un vínculo con la poesía que duraría toda su vida.
Un aspecto curioso e inquietante de su biografía ha sido recordado por Ricardo Gullón: «su infancia –escribe- estuvo influida por los cuentos de miedo que le dice la chacha Serapia». Es dificil dejar de imaginarnos al pequeño Rubén aterrorizado por las historias que le contaba la empleada del hogar o escondiéndose por las estancias de la residencia del coronel Ramírez, para no caer presa de los relatos de la chacha Serapia que tanto le influenciaron.
Desde que con apenas quince años, en 1882, viajara a El Salvador para ser acogido bajo la protección de Rafael Zaldivar, presidente de la República salvadoreña por aquel entonces, su vida fue un continuo viaje por hispanoamérica y, tras cruzar el Atlántico, por España y Europa. Pero también fue un viaje por la literatura, la poesía y el arte. Un viaje que le define, en mi opinión, como el primer gran poeta de las dos orillas.
Rubén Darío es conocido sobre todo por ser el nombre por antonomasia del movimiento modernista en nuestra literatura, aunque Darío no fue precursor del modernismo. Autores como el cubano José Martí, el mexicano Amado Nervo o el español Salvador Rueda, junto a una larga lista de autores hispanoamericanos y españoles, fueron los iniciadores de esta corriente. Sin embargo, Darío es quien mejor representa el movimiento modernista en las letras hispánicas, quien mejor lo encarna en toda su complejidad y multiplicidad. De hecho, aunque Rubén Darío fue un poeta «intensamente personal», volcado hacia adentro, un poeta intrínseco, a pesar de ello fue también el portavoz de su época.
Rubén Darío empezó a escribir desde muy joven. Sus dos primeros libros Abrojos y Primeras notas no fueron poemarios relevantes. Sin embargo, Azul, publicado en 1888, lleno de resonancias simbolistas supuso un paso adelante en su trayectoria poética. Ocho años más tarde vieron la luz dos libros: Los raros, un compendio de artículos dedicados a escritores heterodoxos del XIX, y Prosas profanas. Con ellos Darío se convertirá en indiscutible protagonista del modernismo.
En Prosas profanas parece estar todo Rubén. El poeta brillante y reflexivo. El poeta apasionado de la belleza. El de las virguerías lingüísticas. El poeta del erotismo acentuado, la conciencia de la muerte y el que mantiene un debate constante consigo mismo. Es el poeta que siente el mundo que le rodea y el dinamismo interior que justifica su poesía.
El modernismo en el mundo hispánico duró sesenta años, entre 1880 y 1940, aunque después de 1940 todavía hay destellos de modernismo. Personalmente creo que en la poesía española ha habido signos de modernismo hasta bien entrada la década de los ochenta del siglo pasado.
El modernismo fue una escuela poética. Digo poética porque aunque puede extenderse a todo el ámbito literario, donde se da con mayor vigor es en la poesía. Por otra parte, el modernismo puede ser considerado, sin duda, como un período más de la historia de la literatura y el arte. Pero ante todo, el modernismo fue un movimiento contestatario, caracterizado por su rebeldía contra las convicciones vigentes y los convencionalismos.
Tuvo un carácter artístico y esto no debe pasar desapercibido. Hoy asistimos al triunfo de la literatura de entretenimiento, de los best-sellers o los libros de autoayuda. Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en que los escritores escribían, como ha recordado Vargas Llosa, para la eternidad. Porque la literatura y, en especial, la poesía -hoy todavía hay quien la entiende así- es una forma de arte. Por ello, no debemos perder de vista que Rubén Darío fue un poeta, un escritor, que ante todo se consideraba un artista.
Además de ese carácter artístico, el modernismo también impregnó las creencias religiosas, la sociedad, la política, la filosofía, las artes decorativas y hasta la arquitectura a principios del siglo XX. En esta corriente hubo además algo muy novedoso. Es la primera vez que los autores en lengua española del continente americano influyeron de manera significativa en los escritores españoles.
Asimismo, el modernismo tuvo bastante de adanismo, negó casi todas las doctrinas recibidas y, de alguna manera, el mundo comenzó de nuevo con los modernistas. Hubo una mitificación del pasado remoto, sobre todo del indigenismo americano, y una búsqueda de paraísos lejanos. Su oposición al sistema social establecido se concretó unas veces en un exilio interior, otras en una huida hacia lugares exóticos. En todo caso, hubo uso, y a veces abuso, de las drogas, en el caso de Rubén Darío del alcohol, y algunos abrieron puertas sin retorno como el suicidio. Los modernistas pretendieron hacer frente así a una sociedad contagiada de materialismo y de la petulante vulgaridad de los adinerados.
Otro factor destacable es que el modernismo convivió con el parnasianismo y el simbolismo. Las dos corrientes venían de Francia. Darío las hizo suyas y a ratos fue parnasiano y a ratos simbolista. Los parnasianos querían lograr ante todo y sobre todo la belleza formal. Los simbolistas quisieron ir más allá del lenguaje, proponiendo un significado superior al significado de lo expresado.
Sin desprenderse de su tradición literaria hubo algo verdaderamente original en Rubén Darío. Desarrolló una relevante invención verbal e introdujo en la lengua española novedades métricas y rítmicas. Darío aspiró a la universalidad y quiso ser diferente, renovador en el leguaje, crear un lenguaje dentro del leguaje, un lenguaje singular construido a partir de una ley personal. Como se ha dicho de él quiso inventar un lenguaje, todo un acto revolucionario.
Para finalizar, destacar algunos aspectos que es posible atisbar en la poesía de Darío, como su interés por el ocultismo y las doctrinas esotéricas. Hubo en el modernismo una fuerte atracción por los misterios de la existencia, por el conocimiento del universo, los enigmas de la eternidad, los secretos de la vida y de la muerte. Quizá por ello el erotismo está presente con intensidad en su poesía, no solo como deseo sino también como anhelo de trascendencia, esa trascendencia que siempre quiso hallar a través de la palabra.