Viendo ahora, mirando el triste mundo,
el putrefacto mundo humano
que conocemos, que hemos visto,
“inquietante” y “crucial”, “predestinado”
(según nos dicen los periódicos),
-nosotros, ello, todo-, algo que me devora
y se amontona y sigue sobre sus propios huesos blancos…
Eugenio de Nora (Antipoema del cansancio)
El paso del tiempo discrimina y acaba por situar cada cosa en su lugar. Pronto van a cumplirse ochenta años desde que la revista “Espadaña” iniciara su andadura que tuvo mucho de rupturista, dando comienzo a nuevas tendencias en la poesía española.
Algunos la consideran el germen de lo que posteriormente se ha dado en llamar poesía social. Esta publicación, esencial para conocer la poesía de postguerra, tuvo una existencia relativamente prolongada, desde 1944 a 1951, llegando a publicar 48 números. Toda una heroicidad teniendo en cuenta que la mayoría de las revistas de poesía no alcanzaban más de cuatro o cinco números.
Como es fácil de imaginar tuvo reveses, dificultades, sinsabores y encontronazos mas se constituyó, por derecho propio, en un pilar fundamental de la poesía de postguerra.
Por una serie de causas, motivos y razones que iré desgranando, es merecedora de una atención muy especial y, desde luego se ha hecho acreedora de un profundo respeto.
Por ello, quiero dedicar mi colaboración en Entreletras a argumentar el por qué puede ser considerada como la raíz de toda una tendencia literaria posterior.
Estuvo desde el principio impulsada y guiada por la calidad poética, el compromiso y la inteligencia del núcleo promotor. Sentían con fuerza que se situaban, pese a las adversidades en el lado correcto de la historia. Visto retrospectivamente, su elenco de colaboradores fue formidable.
“Espadaña” es una brecha cultural que ‘rompe’ una visión poética de España, representada por los garcilasistas, que se pretendía eterna, clásica y atemporal pero que en realidad carecía de rumbo, de horizonte y de futuro. Supieron oponerse a lo hueco, grandilocuente e hipócrita.
La poesía oficial se había enmascarado de una solemnidad y respetabilidad falsa. Era preciso, arrancar ese disfraz para poner de relieve su inanidad. Si intentáramos reducirlo a una imagen, quizás la más apropiada fuera la pintura “La nave de los locos” de El Bosco, poblada por figuras fantasmales, alucinadas y erráticas. Es esta una interpretación ‘a posteriori’ que se ajusta bastante a la realidad. El concepto de la poesía de los garcilasistas empezaba a resultar irreal y ‘prisionero’ en las nieblas del pasado.
De forma consciente “Espadaña” se sale de la norma, lo que resulta especialmente meritorio cuando aun no se habían apagado completamente, las cenizas de las hogueras metafóricas –y no tan de ficción- del Santo Oficio.
La España oficial pensaba otra cosa, mas en realidad, el ciclo poético que preconizaba estaba periclitado y fenecido. “Espadaña” entronca con el acerbo cultural de los años veinte y treinta y toma distancia del olor a sacristía, de la España imperial y del formalismo repetitivo y retórico repleto, eso sí, de sonetos muchos sonetos.
Hay hechos, harto significativos, que adquieren un contenido simbólico y suponen el comienzo de una nueva etapa. En 1944 sucedieron acontecimientos culturales que no deben pasar desapercibidos.
En ese año tiene lugar lo que podría denominarse el comienzo de la ruptura cultural con ‘la España monolítica’. Aparecieron signos de malestar, incluso de rebeldía, que ponían de relieve una incomodidad con lo establecido. Algo nuevo y distinto se estaba gestando. No es por casualidad que Dámaso Alonso publicara “Hijos de la ira” y que por esas mismas fechas, hiciera su aparición “Espadaña”.
¿Cuál fue el núcleo fundador? Victoriano Crémer, Eugenio G. de Nora y Antonio González de Lama. Los promotores tenían ideas claras sobre el rumbo que debía seguir la poesía, enfrentándose a un clasicismo decadente y repetitivo, ejemplificado en la revista “Garcilaso”, que era tanto como decir ‘el falangismo poético’.
Pretendían crear un espacio en el que hubiese lugar para una poesía comprometida, así como expresar la desazón y la angustia que sentían y que veían soterrada y silenciada a su alrededor.
Para ellos, la poesía no debía oler a incienso sino a canela y romero. El lenguaje del poder es siempre o casi siempre, seco, de ademanes bruscos, suele rezumar soberbia y tiene una inequívoca vocación excluyente. Lo que no lograba evitar que progresivamente el triunfalismo y el retoricismo dieran paso a la conciencia de que el futuro apuntaba en una dirección distinta. Los dispositivos de control, si bien no se relajaron, dejaron de apretar el dogal. El afán de saldar cuenta con todo y con todos se fue atenuando. Los nuevos derroteros les fueron apeando de su posición de privilegio.
“Espadaña” nació en León. Desde sus inicios, aunque con prudencia, caminó con paso firme. Puede afirmarse que poseía un sesgo izquierdista, al menos por parte de alguno de sus componentes. Es el caso, por ejemplo, de Victoriano Crémer, que había estado vinculado a grupos anarquistas durante la República.
En un principio no sería exagerado afirmar que “Espadaña” nació de una tertulia donde se comentaban libros, se exponían opiniones y hasta se leían poemas. No me resisto a citar que entre los contertulios, junto a Eugenio G. de Nora y Victoriano Crémer figuraban, por ejemplo, Josefina Rodríguez casada con Ignacio Aldecoa. Posteriormente se fueron incorporando jóvenes inquietos como Eloy Terrón.
El cuarto donde tenían lugar las tertulias, auspiciadas por el bibliotecario Antonio González de Lama, que entre otras cosas fuera director del diario de León, era conocido como ‘el infierno’ porque ese, precisamente, era el lugar donde estaban amontonados, sin poder consultarse, los libros censurados o que el régimen consideraba que había que mantener, a cal y canto, fuera del alcance de la juventud. No es aventurado, por tanto, pensar que una revista nacida en el infierno, tuviera un cierto aroma clandestino.
Quizás, las cosas hubieran seguido otro rumbo si no hubiera existido la Biblioteca Azcarate, vinculada a los principios de la Institución Libre de Enseñanza. En su momento de mayor actividad fue dirigida por Pío Álvarez, detenido y fusilado en 1936. Es de destacar que en la Plaza de la Catedral tuvieron lugar las ‘infamantes quemas de libros’ que contenían ideas liberales, heterodoxas, comprometidas… o simplemente desafectas al régimen.
Los poetas que idearon y mantuvieron “Espadaña” como proyecto poético y cultural, no vacilaron en señalar muy pronto quiénes eran, qué querían y por qué apostaban. Fueron exigentes, creyeron en una renovación del panorama poético y se negaron a condescender con un clasicismo decadente o con un virtuosismo estéril, personificado en la figura de García Nieto y sus adláteres.
1944, es también el año en el que el futuro Premio Nobel, Vicente Aleixandre, publica su transcendental poemario “Sombra del paraíso”, demostrando con este gesto valiente que lo que posteriormente se llamaría el exilio interior, se atrevía a regresar y volver a conectar con una literatura de vanguardia donde cupiese, por ejemplo, el surrealismo, apartándose y dejando a un lado el clasicismo decadente.
Para Vicente Aleixandre la poesía era más, mucho más, que una exquisitez formal casi siempre vacía y un regreso a las estrofas clásicas, con una proliferación de sonetos agobiante. Ni qué decir tiene que la monotonía, la frialdad y la ausencia de vida eran sus características más visibles.
González de Lama, por su parte, señala con precisión tres elementos que marcan, nítidamente las diferencias entre lo que los garcilasistas acostumbraban a llamar ‘juventud creadora’ y la nueva poesía comprometida que estaba naciendo. Son estos: sentimiento humano y desgarro frente a artificio, poesía directa frente a retoricismo y transmisión de contenidos que reflejaran el sentir y la vida frente a la frialdad de una mera arquitectura formal, con frecuencia deshabitada de aliento poético.
“Espadaña” no fue el único caso. Las revistas de poesía “Corcel” en Valencia y “Entregas de Poesía” en Barcelona, ponen de relieve que algo empezaba a moverse y que la lírica de ‘cartón-piedra’ de los garcilasistas podía ser cuestionada públicamente. Pronto va a adquirir fuerza y pujanza una poesía desgarrada cuyo atributo más visible es la autenticidad. Va imponiéndose una concepción poética, rebelde, humanista, combativa y comprometida con la realidad.
Por motivos fáciles de adivinar Eugenio G. de Nora y Victoriano Crémer no sólo son poetas desconocidos para el gran público, sino que de forma cicatera, se ha limitado o reducido su presencia e importancia en historias de la literatura de postguerra y en diversas antologías, con un tufillo bastante tendencioso, donde no había cabida más que para los adictos al régimen.
No está de más, por eso, ofrecer algunos datos de interés. Con respecto a Victoriano Crémer, hemos señalado con anterioridad, su perfil libertario. Durante la República llegó a ser secretario del Ateneo Obrero Leonés. Esto le valió estar en el punto de mira y ser considerado desafecto. Antes de eso, llegó a ser juzgado por ser el autor de un texto sobre la represión en Casas Viejas. Es de destacar que fue defendido por el capitán Rodríguez Lozano, abuelo de José L. Rodríguez Zapatero, quien logró que fuera absuelto.
Es, sin duda, un representante genuino de la poesía desarraigada de postguerra, que le ocasionó no pocas sanciones y persecuciones por parte del aparato censor de la dictadura.
Quienes no han leído sus obras deben saber que en su poesía está presente un existencialismo vital y unas preocupaciones sociales evidentes. Las reacciones contra la injusticia y las denuncias de los atropellos, se dejan sentir de forma evidente. Obtuvo en el 2008 el Premio Gil de Biedma con su poemario “El último jinete”, un año antes de su muerte.
Por lo que concierne a Eugenio García de Nora, es necesario decir, alto y claro, que es una voz auténtica y esencial en la poesía de postguerra. Ante el clima hostil y la pervivencia de una dictadura que, ahogaba todo tipo de expresión cultural que no fuera dócil y sumisa. Eligió el camino del exilio y durante años fue profesor de literatura española en la Universidad de Berna.
Es muy poco conocido que es autor de una obra que lleva el significativo título de “Pueblo cautivo” (1945-46) que circuló de forma anónima, por no decir clandestina, con las precauciones habituales debido a su crítica a la dictadura.
Desde mi punto de vista, su poemario de más altos vuelos es “España, pasión de vida”. No sólo es un poeta imprescindible sino que es autor de un estudio en tres volúmenes, “La novela española contemporánea” que tal vez sea el trabajo teórico y crítico de más calado sobre el realismo social en nuestro país.
En este ensayo sobre la revista “Espadaña”, quiero señalar que se opusieron, con denuedo a la intranscendencia, vaciedad y retoricismo hueco de la denominada poesía oficial y sus juegos florales. No se conformaron con eso. Reivindicaron y entroncaron con lo mejor de la poesía de vanguardia que había sido desplazada y manifiestamente orillada. Dieron testimonio de una amargura y rebeldía manifiesta.
La revista “Espadaña” es en más de un sentido, la vuelta y la continuación de una poesía interrumpida y preterida.
Se mostraron implacables contra la mezquindad, el servilismo y un mantenerse al margen de cualquier conflicto, criticando unas veces de forma encubierta y otras directas, al régimen y su política cultural.
Los espadañistas se solidarizaron con los perdedores, con los débiles y vulnerables. Sus voces amargas fueron fiel reflejo de las ilusiones colectivas hechas añicos. Hay que medir por sus logros sus propósitos primordiales. Puede decirse que triunfaron sobre la abulia reinante. Con coraje supieron agitar, hasta donde les fue posible, las aguas de la historia.
Mirando con retrospectiva podemos afirmar que “Espadaña” estuvo dotada de ‘un aire de dignidad’ incuestionable. Frente a la homogeneidad impuesta, reivindicaron ‘la heterogeneidad y pluralidad del quehacer poético’. Afirmaron con rotundidad que la poesía auténtica no podía convertirse en un adorno superfluo.
Gritaron, con fuerza, a los cuatro vientos que la poesía era mucho más que las reliquias de otro tiempo, aunque a ese otro tiempo se le llame Siglo de Oro. Se alzaron frente a un esquematismo, una temática agotada y un formalismo repetitivo e inane.
Como es lógico, tampoco quisieron ‘comulgar con ruedas de molino’ y se apartaron con desdén de una poesía amanerada y de una religiosidad tridentina propia del nacional-catolicismo. “Espadaña” supuso una energía y un aliento imprescindible para seguir activos en el largo camino que había por delante. Denunciaron ‘el raquitismo poético imperante’ y las sombras tóxicas que, parecía no se extinguirían nunca.
Como expresaron literalmente, se opusieron a que ‘el silencio fuera un buey mugiente’. Con coraje, no exento de valor, se atrevieron a afirmar que sus poemas eran beligerantes contra los ‘catorce barrotes soneteriles’, apostaron por un verso desnudo y luminoso y reivindicaron el que no estaban dispuestos a colocarse bajo el yugo de ningún santón literario, aunque se llamara Garcilaso, aunque se llamara Góngora. Quisiera añadir que si reivindicaron a un poeta este no fue otro que Antonio Machado. Defendieron, con ahínco, que la poesía es una lección de sinceridad… o no es nada.
Naturalmente las anteriores observaciones son tan solo una aproximación, una invitación a que el lector busque y complete lo aquí esbozado. La digitalización nos permite consultar los números de una revista que significó tanto como “Espadaña”.
Me parece un deber de justicia y de memoria recordar la irrupción de “Espadaña” en medio de un panorama cultural yermo, sumiso y estéril.
Como homenaje quiero citar unos versos de Eugenio de Nora publicados en el número 28 de “Espadaña” que, de cierta manera, son un reflejo fiel de su poética.
Lo que precisamos
es una luz, es un desnudo brazo
que señala las cosas; pues belleza es eso:
gesto, mirada, abrazo
de amor a la verdad profunda de las cosas. (…)