Lo más importante de la vida es no haber muerto
Ramón Gómez de la Serna
Los cafés que frecuentó, los periódicos y revistas en que colaboró, su amor al cine, sus miedos…
Los “convencionalistas” no han entendido nunca a Ramón. Francisco Umbral, con la inteligencia y hondura que le caracteriza, apunta con perspicacia en Ramón y las vanguardias, esto y muchas otras cosas, desentrañando claves en las que otros críticos no se han detenido.
Los historiadores de la literatura y los críticos conservadores lo han mirado siempre con recelo y con cierto aire hostil. Les parece inquietante. Un prosista exquisito, deslumbrante, perspicaz, melancólico y que gusta de la extravagancia, es demasiado para sus concepciones ordenadas, políticamente correctas y simplistas.
En Ramón “el viento negro del recuerdo” es casi una constante. No han entendido que “la luna es más luna cuando se refleja en los espejos”. Es más, concebir la biografía como una “aventura interior” tampoco forma parte de sus cánones.
Por mi parte, confieso, que me admiran los recursos de ese maestro de la divagación. Tengo la sensación de que en toda –o casi toda la obra de Ramón- hay mucho de memorialismo, en cierto modo generacional. Bien mirado, lo excesivo es enriquecedor siempre que se trate de forma contenida.
A través de él podemos ponernos en contacto con la vida intelectual, bohemia y a veces cotidiana de un vasto periodo de nuestra historia e intrahistoria literaria y cultural.
Le tocó vivir cambios políticos y sociales de envergadura, tanto en Europa como en España y se sumergió con entusiasmo en ellos como “investigador intuitivo” de las vanguardias y divulgador de las técnicas, recursos y transformaciones que aportaban. Su libro Ismos, 1931, es buena prueba de ello. Quizás se trate de uno de los textos más inteligente y comprensivo de las vanguardias, tan en boga en Europa en el periodo de entreguerras.
Quiero hacer una mención somera a su pasión por el cinematógrafo. En 1923 escribió Cinelandia, una de las primeras obras sobre el cine, aparecida en nuestro país, aunque como es habitual, de forma un tanto fragmentaria y dispersa, llena de saltos y divagaciones, mas con formidables intuiciones.
Es interesante destacar que Ramón no tuvo una vida política intensa. Fue, eso sí, progresista y republicano. Pocos recuerdan que es uno de los fundadores de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura.
España se escindió en dos bandos irreconciliables. Ramón, sin embargo, no militó en ningún partido. El enfrentamiento cainita y el odio lo desgarraban por dentro. Supo mantenerse alejado del conflicto, quizás o pese a tener amigos en los dos bandos. Por lo que respecta a los insurrectos es manifiesta su amistad con Jardiel Poncela, Miguel Mihura e incluso el falangista Tomás Borrás.
Ramón era tímido, gustaba de refugiarse en sí mismo. En las páginas de sus libros, algunas Greguerías, dicen mucho sobre lo que sentía en su yo profundo. Así “escribir es que le dejen a uno reír y llorar a solas”. Por otro lado, sentía con frecuencia el aguijón de la utopía y de la nostalgia, incluso de lo que nunca vivió, “debía haber unos prismáticos de oler para percibir el perfume de los jardines lejanos”.
Ramón estuvo muy vinculado a determinados cafés y a las tertulias que en ellos tenían lugar. Por encima de todos, naturalmente, el Café de Pombo del que quizás le fascinó, en un primer momento, su aspecto ajado y anacrónico que casaba con su “decadentismo”.
Permaneció activa entre 1914 y 1936 una tertulia que el propio Ramón denominó, “la sagrada cripta del Pombo”. Como bohemios, eran un tanto noctámbulos y se celebraba los sábados, tras la cena.
La inmortalizó Gutiérrez Solana en el cuadro, al que hemos hecho referencia y, en cierto modo, logró eclipsar a las de otros cafés, más de moda y más elegantes como el Fornos o el Suizo. Una de sus obras –quizás de las más brillantes- lleva por expresivo título La sagrada cripta del Pombo. Es un documento fundamental por la información que contiene sobre la importancia de los Cafés en aquellos momentos y sobre el mundo bohemio y vanguardista en que Ramón estuvo inmerso.
Se pasaba la vida escribiendo, sin embargo, sus obras se vendían poco y mal. Con frecuencia las regalaba y era más conocido por sus artículos en periódicos y revistas. A menudo, auténticas obras de arte en miniatura.
En cuanto a su producción periodística, no me resisto a citar Prometeo, un medio de comunicación vinculado a su padre, así como El Liberal, El Sol y Tribuna… Interesantísimas son sus colaboraciones en la orteguiana Revista de Occidente, La Gaceta Literaria, Cruz y Raya, promovida por el activo e infatigable José Bergamín y, posteriormente, en su exilio a Buenos Aires, donde murió, en La Nación.
Se suelen citar sus extravagancias, que no eran sino una forma de provocación para incordiar a los aburridos biempensantes. Así, dio una conferencia subido en un elefante en el Circo Americano o su no menos famosa conferencia de la maleta. Pocos recuerdan las páginas que dedica en sus obras a lugares tan emblemáticos como El Rastro, donde los objetos abandonados, con evidente melancolía, son evocados de forma lírica como reliquias de lo que fueron. Expone con maestría y habilidad una estética surrealista vinculada a un desgarro nostálgico. A veces, deja caer su horror, espanto y miedo ante la violencia, la destrucción y la muerte “la pistola es el grifo de la muerte”. Las heridas causadas por los que se quitan la vida, entre otros algún amigo, dejan un eco perceptible con su reguero de sangre “en los carriles de las vías del tren, crecen las flores suicidas”.
Su literatura a veces es hermética, quizás porque se encierra en sí mismo. Ramón hay momentos en que es un fuego, una antorcha que ilumina y guía. Hay párrafos que han nacido de una repentina intuición y que se despliega de forma avasalladora, brillante y destructiva.
Da la impresión a veces que es un navegante que ha perdido el rumbo, cuando quizás en realidad, sea el rumbo quien guía al navegante. En las reflexiones un tanto sombrías de Ramón, hay siempre o casi siempre, una serpiente enroscada.
Quizás sea ante todo un vanguardista. Probablemente, el mejor que ha habido en nuestro país. No sistematiza… divaga, recrea ambientes, mas cabría decir que sus obras –o al menos, la mayoría de ellas- carecen de argumento. Leyéndolo da la impresión de que hablar de sí mismo y de su visión del mundo es, desde luego, su tema predilecto, circunloquio tras circunloquio.
Desde mi punto de vista y lo digo con cierta contención, cuando se propone mostrar las cualidades y el valor de las personas que biografía, consciente o inconscientemente, habla de sí mismo.
Puede afirmarse que no ha sido bien entendido, salvo por algunas miradas penetrantes, como la de Francisco Umbral en su Ramón y las vanguardias. Tiene también, un notable interés Retrato de Ramón, de Luis S. Granjel, que apareció en el ya lejano 1963.
Todavía en algunas librerías de viejo, en la Cuesta de Moyano o en ferias del libro antiguo y de ocasión, los coleccionistas pueden hallar auténticas perlas.
Me gustó mucho un ensayo de Marco Ottaiano aparecido en la Revista de Occidente en mayo de 2017 y que lleva por expresivo título Biografías fingidas, Francisco Umbral y la herencia de Ramón.
Hablando con algunos amigos, me han comentado en diversas ocasiones, que los libros de Ramón han sido para ellos un gozoso descubrimiento.
Naturalmente, todavía se pueden encontrar sus obras completas. Mas permítaseme que formule un deseo y es que se reediten, con un precio asequible, algunas de sus más destacadas. La influencia que han ejercido es perceptible, aunque de forma ladina, muchas veces se oculte la fuente.
Las palabras de Ramón son precisas, exactas. Su “modus operandi” es similar al del escultor que fija sus pensamientos sobre el mármol del tiempo. No es difícil buscar Greguerías, mas no es menos cierto que en cualquiera de sus páginas hay metáforas surgidas de la fusión de ficción y realidad, innovadoras, audaces y que dan vuelo a las ideas, sosteniendo, eso sí, en la mano el hilo de la cometa… para que no se escape.
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