“La nave que aterrizó en Cerdanyola del Vallés se lleva a Gurb”… bien podría ser un tuit en la actualidad, si recordamos que esa nave llegó con dos tripulantes alienígenas allá por la década de los 90 en pleno ajetreo de los preparativos para el evento olímpico: los juegos de 1992 iban a marcar un antes y un después para nuestro país en general y para la ciudad condal en particular.
El escritor Eduardo Mendoza afirmó que siempre había tenido ganas de escribir una novela de ciencia ficción y ese deseo tomó forma y se convirtió en una de las obras más conocidas en el panorama literario; hablamos de Sin noticias de Gurb (1991), libro de difícil encuadre genérico que describe el panorama de aperturismo y democratización que parecía vivirse en los años finales de la anterior centuria; aires de nueva libertad artística superado ya el final de la dictadura franquista y con la transición más que asentada. El cambio se hacía patente con la movida madrileña y sus efluvios en el extrarradio peninsular, la influencia de los extranjeros, -países y paisanaje- se apreciaba en nuestra sociedad, marcada por una mirada que traspasaba fronteras, siempre con visos de expansión.
Y mira, por dónde…
A veces pienso que Gurb es el trasunto del propio autor, un viajero empedernido desde sus años más jóvenes: aficionado a recorrer pueblos y ciudades, explorador y marinero, dibujante e ilustrador, lector compulsivo de su admirada Biblia y su inefable Shakespeare, tras varias estancias en Viena y Ginebra, recala en Nueva York donde ejerce como traductor para la ONU. De Barcelona a la costa este de Estados y Unidos y vuelta a su tierra para trabajar en la universidad Pompeu Fabra, publicar artículos periodísticos y escribir, siempre la escritura: La verdad del caso Savolta, El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas, La ciudad de los prodigios, La isla inaudita, El año del diluvio, Una comedia ligera, La aventura del tocador de señoras, Baroja, la contradicción 2001, Mauricio o las elecciones primarias 2006…suma y sigue. Alguno de sus títulos ha pasado al cine; premiado y reconocido internacionalmente, Eduardo Mendoza es un incansable y polifacético trabajador.
Pero, ¿quién es ese Gurb?
Ni más ni menos que una burla a Barcelona por su desorganización cuando se estaba organizando para ser el centro de todos los focos mundiales: las olimpiadas del 92 provocaron una revolución urbana y serán los ojos de dos extraterrestres los que proporcionen un caleidoscopio de tal circunstancia; curioso subterfugio, un truco de mago, para campar a sus anchas por sus páginas y atizar a diestro y siniestro con la agudeza crítica y sentido del humor de un escritor avezado en la ironía.
Utilizando el formato de un diario de viaje, el autor apura la visita de dos “aliens”:
«19.00 Llevo cuatro horas caminando. No sé dónde estoy y las piernas no me sostienen. La ciudad es enorme; el gentío, constante; el ruido, mucho… He parado a un peatón que parecía poseer un nivel de mansedumbre alto y le he preguntado dónde podría encontrar a una persona extraviada.
Me ha preguntado qué edad tenía esa persona. Al contestarle que seis mil quinientos trece años, me ha sugerido que la buscara en El Corte Inglés. Lo peor es tener que respirar este aire inficionado de partículas suculentas…”
No resulta ajena al público lector la intención que anima las páginas de tal cuaderno de bitácora: de la sátira al costumbrismo más castizo y populachero, aunque algunos piensen que tales adjetivos solo encajen para denominar cierta literatura capitalina; abunda la denuncia contra el consumismo voraz, el descuido y la dejadez de una urbe pretendidamente sostenible: la suciedad y la polución urbanas agobian a nuestros visitantes foráneos, venidos de otro planeta:
20.30 “Es sabido que en algunas zonas urbanas la densidad del aire es tal que sus habitantes lo introducen en fundas y lo exportan bajo la denominación de morcillas Con la puesta de sol las condiciones atmosféricas habrían mejorado bastante si a los seres humanos no se les hubiera ocurrido encender las farolas.
Parece ser que ellos las necesitan para poder seguir en la calle, porque los seres humanos, no obstante ser la mayoría de fisonomía ruda y hasta abiertamente fea, no pueden vivir sin verse los unos a los otros. También los coches han encendido sus faros y se agreden con ellos. Temperatura, 17 grados centígrados; humedad relativa, 62 por ciento; vientos flojos del sudoeste; estado de la mar, rizada”.
No deja títere con cabeza y tiene palabras duras contra la competitividad, la insolidaridad, el tráfico, las prisas, una pura deshumanización que se centra en muchas consideraciones sobre la miseria y el absurdo de lo cotidiano; todo ello con un tono de regocijo, amabilidad y comprensión.
La proyección del libro ha sido muy popular pero la crítica no le ha dedicado mucha atención; la opinión más general coincide en calificarla como una novela de aeropuerto, es decir, una historia sin pretensiones, breve y superficial de argumento.
Pero es que estuvo diseñada para ser eso, capítulos veraniegos publicados semanalmente en un periódico para el esparcimiento y relajación de los lectores. El éxito alcanzado fue tal que sorprendió al propio autor y se decidió a enhebrar un libro, lleno de paradojas corrosivas, una travesura divertida, incluso cierto respiro narrativo; algunos lo han tildado de folletín y juguete disparatado. En resumidas cuentas, el autor se acomoda como un narrador “autobiográfico” que desea dar verosimilitud a una situación muy conocida por él; logra con dicha técnica una visión muy plástica de su relato; acompañamos al comandante de la nave en su alocada búsqueda de Gurb por la gran ciudad, invadida del absurdo del ser humano que tropieza en medio de socavones, embotellamientos, y obsesión por el fútbol o cercado por la incompetencia muchos funcionarios como los de la Seguridad Social; humor y risa, parodia y sorpresa literaria.
Eduardo Mendoza desarrolla su propósito de contar de la manera más objetiva un viaje de dos seres “extraños” y su visita a Barcelona, quizá a la manera de Voltaire en Micromegas.
Así pues, se impone el sarcasmo ante una forma de vida alejada de la coherencia y la lógica: abundan las desigualdades sociales y surge cada vez más común el hecho de la delincuencia juvenil entre violentos contrastes y transformaciones bruscas.
Preocupado el escritor por la “salud” educativa de su país, acusa, a través de Gurb, el empobrecimiento intelectual, y denuncia la deformación económica y la degradación humana con el naturalismo propio de los bajos fondos, la escatología y groserías que pueden provocar una carcajada, en el fondo, poco sonora y muy amarga.
Gurb ha regresa a su planeta…y nos sobrevuela con su nave. Observa con una mueca de condescendencia y pena todo lo que dejó en la tierra.