Un guanche en Madrid*
Pérez Galdós, considerado uno de los más grandes literatos en lengua castellana, fue un hombre laico, republicano, de carácter amable. Pasó los últimos días de su vida, gravemente enfermo, tras sufrir una hemiplejía y casi ciego, probablemente como consecuencia de una sífilis terciaria y en la pobreza extrema, en completa soledad, en la habitación de un hotel, propiedad de su sobrino.
Tras ser nominado para el nobel en 1912, fue víctima de oscuras campañas, orquestadas por políticos y algunos intelectuales conservadores que convencieron a la Academia Sueca que no le concedieran el galardón.
Había sido propuestos por Ramon Pérez Ayala, Jacinto Benavente, Santiago Ramón y Cajal, Octavio Pichón, entre otros. Pero la sinrazón y el oscurantismo político urdieron un complot para arrebatarle a este canario universal el derecho por mérito propio a recibir ese año el Nobel de literatura…
En 1915, se barajó de nuevo la posibilidad de distinguir a Galdós, como un reconocimiento a toda su obra, sin embargo, los telegramas enviados desde Madrid entre1913 y 1915, apuntaban su tendencia liberal y anticlerical, y eso presionó de nuevo sobre la Academia sueca que (digámoslo así) quería alejarse de las turbulencias políticas de aquel entonces. Aquellas 200.000 pesetas, habrían salvado de la miseria a Don Benito.
Por desgracia, este no fue el único boicot que sufrió nuestro brillante intelectual. Su entrada en la Real Academia Española (RAE) también fue torpedeada varias veces por los sectores conservadores, con Cánovas del Castillo y Juan de la Pezuela y Ceballos, director de la RAE, a la cabeza. «Fue el triunfo de la roña y la sarna española frente a los principios liberales», en palabras de Andrés Trapiello.
Galdós que frecuentaba la vida intelectual en el Ateneo de Madrid, y suspiraba por el amor que vivía con Dña. Emilia Pardo Bazán, (aunque nunca olvidó a Sisita, su prima y primer gran amor, allá en su tierna juventud de Gran Canaria); ganó en 1914 el acta de diputado republicano por las Palmas de Gran Canaria, ya estando enfermo, tras muchos años de padecimiento, el 4 de enero de 1920, uno de los grandes escritores de todos los tiempos moría al amanecer tras un sórdido grito de dolor.
Hoy 100 años después, nadie puede arrebatarle la gloria a este hombre progresista, por más que ahora intenten adueñarse de su figura, otros personajes retrógrados igualmente del espectro conservador.
Tal vez el mejor homenaje para recordar a Galdós en su centenario, es traer a la memoria aquel poema guanche, que escribió y dejó inconcluso bajo el nombre de La Emilianada; encontrado en 1964 por el hispanista de la Washington University de San Luís, Missouri, el Dr. Joseph Schraibman, que lo publicó en la Revista Hispánica Moderna, bajo el título Poemas inéditos de Galdós.
‘Muerte, sangre doquier, no más tiranos,
Cráneos humanos pisen nuestras plantas,
Lavemos en su sangre nuestras manos,
Desgarren nuestras uñas sus gargantas:
A matar, a matar, corred hermanos,
Haced cumplir las leyes sacrosantas;
Que absorto el mundo pelear nos vea
Al resplandor de vengadora tea.
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Yo seré vuestro jefe y vuestro guía
Será mi enseña, la preciada bota,
Y yo os ofreceré la sangre mía
Hasta exhalar la postrimera gota.
Partícipe seré de la agonía
Si airado Dios nos manda la derrota,
Y cantaré con vos himnos de gloria
Si justo Dios nos manda la victoria.’
Dijo: y el pueblo atónito callando
No se atreve a luchar, ni lo comprende,
Porque de cada voz que va escuchando
Una gota de sangre se desprende:
Cuando el gigante Spínola gritando
La poderosa mano altivo extiende,
‘¡Valor, exclama, el que valiente sea
‘Corra conmigo a la feroz pelea’.
[?]
Galdós, considerado como el máximo representante de la corriente realista y naturalista de la narrativa española, estuvo de acuerdo en todo momento de su vida con el pensamiento liberal y con un socialismo moderado, y a pesar de haber sido criado en una familia religiosa y con una educación rígida, influida entre otros aspectos, por el carácter de su padre, un militar al uso de la época, destacó por su talante progresista, moderado y tolerante. Los hispanohablantes deberían reconocerle siempre entre las glorias de las letras castellanas.