Enigma o sangre de otras vidas pasadas, suprema interrogación que ante los ojos me habla, signo que no comprendo a la luz de la luna. Vicente Aleixandre
En este siglo XXI, plagado de incertidumbres y donde hasta la fecha no hemos hecho otra cosa que retroceder en derechos, libertades y, también, en capacidad de generar pensamiento crítico, es conveniente que echemos la vista atrás y que nos enfrentemos a lo que han aportado las Vanguardias del siglo XX.
En nuestro país, a causa de la dictadura, vivimos encerrados en nosotros mismos, ajenos muy a pesar nuestro a lo que sucedía fuera de nuestras fronteras. Todo era un páramo reseco, donde practicábamos una suerte de carpetovetonismo cuyas consecuencias, degradantes, aún no hemos dejado de pagar.
Se dirá que la falta de curiosidad intelectual, desconcierto y retroceso en casi todos los órdenes no es sólo nuestra, sino que en todas partes se extiende ese monstruo insaciable de la banalidad. Mas, desde luego, no es ningún consuelo.
¿Qué aportaron las Vanguardias? Nada menos que nuevas perspectivas para observar la realidad. Permitieron explorar la irracionalidad, el absurdo, nuevos planteamientos estéticos y un afán por el experimentalismo constante.
Algunos de los movimientos vanguardistas, escuelas e individualidades colosales se recuerdan, pero la memoria es frágil y otras muchas han caído en el olvido. Hoy todo es de usar y tirar.
¿Quién recuerda al dramaturgo belga Michel de Ghelderode (1898-1962)?
Ayuda a ese desconocimiento el que, prácticamente, ninguna editorial publica teatro y que ni las Administraciones Públicas, ni la iniciativa privada tienen la sensibilidad ni el coraje suficiente para poner en escena sus obras. Pese a que estas contribuyeron a la renovación del teatro, a repensar y dar una interpretación simbólica de la historia y de la sociedad, fundamentalmente en el periodo renacentista, aproximándose al mundo de Felipe II, Cervantes o Calderón con los hechos históricos como telón de fondo. El procedimiento ofrece tintes más oscuros que claros, pero pretende adentrarse en la historia, críticamente más allá de planteamientos realistas, en busca de un teatro total, mediante la fusión de diversos elementos.
Michel de Ghelderode, pseudónimo de Adhémar Adolphe Louis Martens, contribuyó decisivamente a la renovación del teatro en lengua francesa. Es de destacar que se inspira, con frecuencia, en pintores como El Bosco, Brueghel, Valdés Leal, Velázquez y Goya, buscando trasladar a la escena la plasticidad desasosegante de su pintura.
Es sin duda interesante que analicemos, someramente, las fuentes de las que se nutre. Su teatro es violento, y en sus obras hay espacio para la locura, la avaricia, la vejez y la muerte; todo se impregna de elementos grotescos y macabros envueltos en un aurea vanguardista y experimental.
Elige, también, como forma de inspiración el teatro de marionetas y el expresionismo alemán. Su universo es fantástico, inquietante y, con frecuencia, cruel. El mal está presente de una manera constante.
Desde niño sintió un vivo interés hacia la ópera… lo que probablemente influyó en su búsqueda de un teatro con afán de totalidad y un deseo unificador de distintas experiencias. Con su fino olfato supo percibir el significado de la irrupción en el universo teatral de los postulados de dramaturgos vanguardistas.
Hoy, cuando casi nadie recuerda a Michel de Ghelderode, que gozó de prestigio y fama, especialmente, tras la II Guerra Mundial hasta su muerte a comienzos de los 60, es de justicia poner de manifiesto que sus obras fueron representadas, aplaudidas y despertaron un vivo interés en la crítica especializada. Fue durante algunas décadas un dramaturgo de referencia. Sus obras se representaron no sólo en ciudades de los Países Bajos, como Bruselas, Ámsterdam o la Haya, sino en Milán, Roma, Dublín, Cracovia y un largo etc. Incluyendo Nueva York, Buenos Aires y Montreal. Su teatro no gozó de predicamento entre nosotros, sin embargo alguna de sus obras fue representada.
Uno de los dramaturgos que asistió en Francia a alguno de sus montajes y que ha recibido sus influencias ha sido Francisco Nieva que en su barroquismo, en su teatro total, en su fusión de géneros, adopta diversos hallazgos de Michel de Ghelderode.
Me gustaría reivindicar, desde estas páginas, que alguna de las obras emblemáticas de este autor se representara en España próximamente, a fin de que pudiéramos valorar, aunque fuera retrospectivamente, su alcance. Hace mucho tiempo, tal vez demasiado, que no ha hecho acto de presencia en nuestros escenarios. No se pueden dar saltos en el vacío y este sería otro motivo para programarlo.
Otra modesta petición sería que alguna editorial o colección de teatro publicara sus obras más representativas. Su teatro, pese a tener un fuerte sello histórico es… atemporal. Y, quizás por eso resulta tan actual. En conjunto escribió más de 60 obras, algunas de ellas frescas, ágiles, dialécticas y de una gran belleza plástica.
No es posible, por cuestión de espacio, que hablemos de su teatro pormenorizadamente. Me limitaré a citar alguna de sus obras donde se acumulan sus principales hallazgos y recursos con una presencia constante de la violencia, el miedo y hasta la locura, en medio de una exuberancia barroca. Así La muerte del doctor Fausto, Fastos del infierno, La escuela de los bufones, o La Balada del Gran Macabro, sin olvidar las dedicadas a personajes históricos como Cristóbal Colón o a un mito de la cultura española como es el caso de Don Juan. Sus personajes tienden a ser retorcidos y complicados. Buscan su autodestrucción, en algunos casos, y en otros, la destrucción de los demás.
El teatro de Michel de Ghelderode, es deshumanizado; otra característica que lo vincula a las Vanguardias. Asimismo, están presentes y algunas veces corporeizadas las fuerzas reprimidas del inconsciente. La presencia de lo onírico, lo telúrico y lo irracional ofrece visiones con perspectivas muy interesantes donde la influencia de pintores como El Bosco o Goya es decisiva, las dota de una enorme plasticidad en una línea valleinclanesca.
Son frecuentes, en sus obras los desfiles carnavalescos, los elementos mágicos… también tienen presencia en su teatro elementos picarescos, ya que la presencia en las tablas de lo español, aunque presentado con tintes oscuros y distorsionados se puede considerar una constante. Asistimos, igualmente, a un enfoque, destructivo y crítico para asomarse a episodios históricos y a personajes despiadados, fanáticos, bárbaros y atormentados.
Michel de Ghelderode fue un creador insatisfecho y precisamente esa insatisfacción le indujo a buscar y a nunca conformarse con los hallazgos. ¿A caso no es esa una actitud conscientemente vanguardista?
Antes de finalizar hablemos de otros dos aspectos que asimiló siendo muy joven y que han tenido un papel decisivo en sus planteamientos escénicos. Me refiero a la estética de ‘La Commedia dell’Arte’ italiana y a la dosificación de los elementos trágicos con los cómicos para producir, frecuentemente, una visión grotesca y al mismo tiempo popular. Sus obras hablan acerca de la experiencia humana, de forma descarnada y sin concesiones.
El triunfo le llegó en París, después de la II Guerra Mundial. París fue quien lo encumbró… ‘Agudo Ghelderode Agudo‘ gritaban para ensalzarlo, como París ha hecho tantas veces con hombres célebres y de mérito.
Va llegando el momento de recapitular y de cerrar estos comentarios, que espero hayan servido para rescatar del injusto olvido y traer a la memoria a Michel de Ghelderode. El propósito no es otro que posibilitar una valoración justa y objetiva que lo sitúe en las coordenadas del panorama europeo de las Vanguardias escénicas.
¿Qué consiguieron las Vanguardias en el siglo XX? Ir más allá de la realidad, transcenderla y buscar nuevas perspectivas para penetrar en la multiplicidad de lo real. Había que romper barreras y las rompieron. Había que escapar de los rígidos esquemas y mostrar la fuerza que puede tener lo abstracto, como se potencian los elementos mediante la mezcla y la fusión, y mostrar mediante nuevos procedimientos de gran plasticidad, no lejos de lo barroco… lo que de inhumano y brutal anida en el ser humano.