El sino de la vida es lo incompleto Pedro Salinas
Rememoramos en este mes de mayo el cincuentenario del Mayo francés. De casi todo hace ya, al menos, cincuenta años, incluso de nuestra lejana juventud. Un poco antes de las revueltas juveniles y de las barricadas parisinas, el panorama novelístico en nuestro país había sufrido un colapso notable con la publicación por Seix Barral de Tiempo de Silencio, del médico-psiquiatra y dirigente socialista Luis Martín-Santos, que fallecería en accidente de automóvil en 1964.
Ayer estuve en el Teatro de la Abadía viendo la versión teatral de Eberhard Petschinka de la novela, interesante, desasosegante y convincente. No me sorprendió, lo más mínimo, que siga despertando un fuerte interés tantos años después, que siga siendo un revulsivo y que siga haciendo aflorar resortes interiores adormilados.
¿Qué significó la aparición de Tiempo de Silencio? En cierto modo, un viaje sin retorno. Nada menos que una ruptura, con lo que se ha dado en llamar, objetivismo o realismo social, por una parte y por otra, la utilización consciente e intencional de técnicas y recursos de vanguardia en los que la poderosa influencia de James Joyce es decisiva, aunque desde luego, no única ni excluyente.
La ineluctable fuerza del destino está presente aunque las referencias míticas se disfracen. En el texto puede percibirse la gravedad y el peso muerto de la derrota, la vida anodina de unos seres exiliados de sí mismos, con un infinito cansancio y el peso muerto de las amenazas que producen escalofríos.
De principio a fin los ataques a la línea de flotación del realismo social son palpables: la ruptura del hilo narrativo, la confluencia de distintas perspectivas, las citas implícitas o explicitas a la literatura existencialista y al psicoanálisis.
Tiempo de Silencio no deja de arremeter contra la mediocridad de la dictadura franquista. Nos demuestra que el objetivismo y el realismo social, no eran la única forma de realizar una crítica demoledora. Pone de relieve los rostros incómodos del fracaso y de la frustración, a través de una serie de personajes que viven en diferentes ambientes, desde los burgueses, caracterizados por un conformismo vital, hasta los de un ‘lumpen’ acanallado, violento y grotesco. Curiosamente, lo que no aparece es el proletariado urbano. Los distintos ambientes en que se desarrolla la novela, nos presentan a los seres humanos en sus jaulas como ratones de laboratorio.
Tiempo de Silencio es una novela polifónica donde se hace presente la hipocresía, la obscenidad, el hambre, los abusos, el miedo que cala hasta los tuétanos, la explotación y la exclusión social a que muchos eran arrojados por lo que irónicamente podríamos denominar ‘las condiciones objetivas’.
Las diversas interpretaciones, las voces superpuestas parecen desplazarse en círculos infernales concéntricos de perímetro reducido. Tiempo de Silencio pone de relieve renuncias y frustraciones. Pedro, ve como sus deseos de ser investigador acaban hechos añicos. Las condiciones ambientales son pésimas, faltas de todo aliciente vital y de una mediocridad y miseria moral alarmantes.
A todo esto, ¿dónde está James Joyce semi-oculto?, ¿qué hace ahí? Está presente en los monólogos interiores, en las reflexiones y digresiones del narrador y en las numerosas referencias culturales que una y otra vez rompen el hilo narrativo. El valor estético no significa, en absoluto, la ausencia de un trasfondo ideológico que muestra, descarnadamente, la miseria, la brutalidad y unas formas de vida penosas, monótonas y grises que en cualquier momento pueden aplastarnos inmisericordemente.
Tiempo de Silencio puede leerse como una epopeya urbana en la que Pedro actúa como antihéroe y donde nada queda de la grandeza mitológica de los viajes de Odiseo. Los personajes no afrontan las adversidades, sino que se dejan arrastrar poseídos por un fatalismo y por una pasividad existencial. Todo ello visto con un distanciamiento que permite a Martín-Santos clavar su aguijón a una sociedad medrosa, explotada y alienada.
Es conocida su pasión por la obra de Joyce y por sus recursos expresivos, principalmente el monologo interior, que reproduce los pensamientos de distintos personajes y que suele mezclarse con las digresiones del narrador omnisciente.
La miseria y la devastación se entrelazan con referencias cultas a la pintura o a la literatura a través de El Aquelarre de Goya, de una complicidad con Miguel de Cervantes o trayendo a colación al Café Gijón, lugar emblemático de encuentro de creadores de la posguerra. De igual forma, podríamos hablar de su modo peculiar de entender el perspectivismo, al narrar o describir los mismos hechos a través de distintos personajes.
Tiempo de Silencio no es una novela fácil. Su estilo es complejo y vanguardista. Se aparta del ‘realismo pedestre’, como él mismo lo califica, con la intención ambiciosa, desde luego, de renovar la narrativa.
También hay un contraste acusado entre lo que se narra y la forma de narrarlo. Me da la impresión de que una cierta estética del lenguaje es lo que acaba imponiéndose y, sobresaliendo, muy por encima de las torpes peripecias vitales de los personajes. En cierto modo, se puede considerar una novela neo-barojiana como ha analizado con penetración Alfonso Rey.
Volvemos a tropezarnos con la alargada sombra de James Joyce, por ejemplo en el empleo del estilo indirecto libre y otras técnicas narrativas tan utilizadas por el escritor irlandés como la descripción de la ciudad (en un caso Dublín y en otro Madrid) o la tendencia a la introspección rompiendo el hilo narrativo.
Los dardos envenenados de Martín-Santos, implícitos o explícitos, alcanzan a personajes como al filósofo Ortega y Gasset. En la novela aparecen referencias a autores latinos clásicos como Horacio y Virgilio, a poetas españoles republicanos como Antonio Machado o a otros iconos como pueden ser Shakespeare, Proust o Kafka junto a la sombra del omnipresente Joyce. Me ha llamado mucho la atención, en una relectura reciente, sus referencias a pensadores como Ortega y Gasset pero también a Heidegger, Platón e incluso al sofista y poliédrico Protágoras, tan denostado por los bien pensantes al uso.
Tiempo de silencio tampoco escapó a la inquina de la censura que todavía se movía entre un falangismo altanero y un nacional catolicismo mojigato. En la edición de 1961 aparecen, nada menos, que veinte páginas censuradas, en su mayoría las que aluden a los prostíbulos y la vida en ellos. No se puede afirmar que nos hallamos ante un texto plenamente fiable, hasta que apareció en el año 2000, en la Editorial Crítica la edición a cargo de Alfonso Rey.
La prematura muerte de Martín-Santos, hace de él, en la práctica, un escritor de una sola novela, aunque apareciera posteriormente Tiempo de destrucción, como reconstrucción de una obra inacabada.
¿Consiguió Luis Marín-Santos su propósito? He dedicado estas páginas a argumentar la respuesta afirmativa. Su estilo y su estética, suponen una herida profunda para el objetivismo y la novela social, que no lograrían reponerse del golpe.
A veces me da la impresión de que no se ha reconocido suficientemente lo mucho que Martín-Santos debe a Joyce sin que esto suponga merma alguna ni de su originalidad, ni del valor literario de Tiempo de Silencio. Su afán de renovación estética es palpable y en la disposición, elegante y arriesgada de los elementos y recursos narrativos, sobre el tablero, podemos constatar que el objetivo se ha cumplido con creces. Su lenguaje, intelectual y preciso, es el germen de una nueva forma de narrar que rompe moldes y que introduce en la literatura española los recursos y técnicas de lo más selecto y rompedor de las vanguardias.
Hay que volver a leer Tiempo de Silencio. Son muchos los hilos que nacen de sus páginas y que conectan con la narrativa posterior más granada y exigente.
He repasado algunas de sus páginas. Tas la descripción de personajes como El Muecas, Cartucho, Dorita o el mismo Pedro, asfixiados o superados por un lenguaje que los trae, los lleva y los devora… percibo no sólo una forma de composición original donde el lenguaje se convierte en el verdadero protagonista sino la sonrisa distante y burlona de James Joyce.